martes, 20 de septiembre de 2011

Nidia Borasi, una apreciada vecina de Patagones y el recuerdo de sus bellos relatos

Nidia Añaños de Borasi, en el Rancho Rial en mayo de este año, y abajo, en la Casa de la Cultura, diciembre de 2007, con el autor de esta crónica.
Nidia Añaños de Borasi partió hace pocos días. Seguramente en su destino eterno seguirá contando esas historias nostálgicas y simpáticas que formaban parte de un repertorio inagotable de relatos, sobre su querido Carmen de Patagones, la vida social de otros tiempos y las costumbres cotidianas. Esta nota recupera su palabra, con fragmentos de su libro “Semillas de otra tierra”, publicado en el 2008, y material del archivo del cronista.



“Mientras estuve en el Consejo Escolar (de 1983 a 1992, siempre ad honorem, sin cobrar un solo peso, poniendo el auto para viajar a todas partes) me dedicaba a escribir cuentos para los chicos de la escuela. Eran cuentos que muchas veces estaban inspirados en historias de animales, y se los pasaba a las directoras sin decirle de quien eran, firmados sólo como ‘una abuela maragata’. Se me ocurrió el seudónimo porque uno de los ocho nietos que tengo era fanático de los dinosaurios y yo le escribí un cuento en el que una noche venía a buscarlo un dinosaurio y le golpeaba la ventana, y salía él montado en el lomo del bicharraco y paseaban por la costa del río”
“Mi papá Manuel Añaños era aragonés de un pueblito, Ruesta, de Zaragoza, llegó a principios del siglo 20 y ya para 1906 aparece como socio de la Sociedad Española de Patagones; pero antes había estado en la sociedad española del barrio de la Boca en Buenos Aires. Allá trabajó en la gastronomía y después se vino para Patagones, para dedicarse a la actividad pastoril, que era lo que sabía hacer allá en su pueblo. Se enamoró de Patagones porque sus calles empinadas le hacían recordar a España y se instaló en la zona del meridiano quinto, por Cañada Grande. Se conectó con otros españoles que ya estaban acá, con los Badillo; y también trabajó en la Salina de Piedras, camino a San Blas. Después papá el compró el campo a sus propios patrones y se estableció”.
“Yo siempre quiero destacar el coraje de esas mujeres, como mi mamá, que se instalaron en el campo. Mi mamá era maragata, Irene Battillana, nieta de un genovés Angel Batillana, uno de los primeros prácticos del río Negro. Con mi papá se conocieron y enamoraron el día que llegó la primera locomotora a Carmen de Patagones, ese día de noviembre de 1921 se miraron por primera vez, en medio de todo el gentío que se había congregado con sus mejores galas en la estación. Ella fue una simple ama de casa, se fue a vivir al campo y allá crió a sus seis hijos, ocupándose de todas las cosas del hogar, cosía nuestra ropa, preparaba conservas y dulces, el pan casero en el horno de barro. Eran asombrosas esas mujeres.”

En el campo
“Tengo recuerdos muy lindos de aquella vida de familia en el campo, de intercambio y visitas con otras familias. Los viajes a Patagones eran larguísimos, al principio en sulky, después ya en auto. Cuando todavía no teníamos coche papá encargaba un auto de alquiler para que tal día nos fuera a buscar, porque la salida para el pueblo se organizaba con varios días de anticipación, era toda una excursión. Además se estilaba que los vecinos que venían para la ciudad pasaban por casa para preguntar si necesitábamos algo. Había muchas familias por esa zona, los Queirolo, los Deurade, los Solano, gente que se ayudaba en las faenas rurales y se visitaban a menudo.
Las compras de comestibles y cosas para el campo se hacían al por mayor. Iban los camiones de Imperiale y de Pozzo Ardizzi, levantaban el pedido y después lo llevaban en bolsas, de galleta, de azúcar y de yerba , bordalesas de vino y todo en cantidad.”
“Nosotros teníamos casa propia en el pueblo. Mi papá cuando recién llegó paraba en la fonda La Pilarica, que existe todavía en la esquina de Yrigoyen e Italia. Arriba la casa dice fonda La Italiana, pero ese fue el nombre que tuvo mucho después. Después, ya establecido con su campo propio, mi papá pudo comprar una parte de esa misma casa.
Pero en un sector de esa casona, en donde todavía se conserva el gran portón de ingreso para los carros, funcionó la escuela cinco, donde era director Julio Negri.
A esa escuela fui yo, antes que desapareciera y se fusionara con la escuela dos, enfrente de la plaza. La fonda La Pilarica se transformó en escuela, las aulas se ubicaron en donde antes estaban las habitaciones.”
“En esa casa teníamos quinta, parrales, higos, duraznos... era un lote inmenso, que tocaba con lo de Cadenaso, que daba a la calle España. Mi mamá y la madre de los Cadenaso se encontraban a charlar por el fondo, asomadas por arriba del paredón durante un largo rato por las tardes. En cambio a la noche se encontraban en la puerta de casa, y esa salida era como un paseo, porque se acostumbraba mucho caminar en esas lindas noches.
Yo tengo el recuerdo de esas caminatas y de los faroles de la iluminación de la calle, con esas lamparitas amarillas que bailaban con el viento. Cuando las veo ahora, en los cuadros de Alcides Biagetti es como si las estuviese viendo entonces”.

En el pueblo
“La calle Yrigoyen entre Italia y Brown era de un gran movimiento, estaba la escuela, el almacén de ramos generales de don Félix Malaspina, la panadería y el almacén de Pozzo Ardizzi, todo en la misma cuadra.
Todavía recuerdo a don Félix sentado en la esquina del negocio viejo, con una sillita de paja bajita, leyendo l diario y rodeado de sus amigos y parroquianos, mientras dona Rosa –su esposa- les alcanzaba los mates. “
“A la escuela entré directamente al segundo grado, porque era la más chiquita y los dos primeros grados ya me los habían enseñado mis hermanas mayores. Mi mamá, que no era maestra, también enseñaba a algunos chicos de la zona.
Hice los primeros grados en aquella escuela cinco, hasta que la cerraron y nos fuimos a la escuela dos. Todos llorábamos de tristeza, pero por suerte venia también con nosotros el maestro y director Negri, a quien queríamos muchísimo. Tanto a Julio como a su esposa Livia Inda, que era un encanto de persona y se habían puesto de novios allí mismo en esa escuela. Yo los admiraba , los veía muy hermosos a los dos, en esa época cuando estaban de novios.
Claro que adoré a todas mis maestras, como Amelia San Juan de Catelani que era una belleza, Jovita Alvarez otra persona muy especial. Yo quise mucho a mis maestras. Tuve un solo profesor de educación física, que lo único que hacía era sacarnos a practicar desfile para los actos patrios del 25 de mayo o el 9 de julio. Salíamos a desfilar por la calle, con el profesor Luis Galbusera, que no era de aquí y nunca más supimos de él”.

La juventud
“De los años de mi juventud recuerdo mucho la famosa vuelta al perro. Se arrancaba de la esquina de la confitería de 7 de Marzo y Comodoro Rivadavia (hoy casa Malek) y se seguía por la calle Comodoro hasta la esquina de Los Vascos (calle España, hoy sucursal de Zágari Hogar). La cita era obligada los martes, jueves, sábados y domingos. La vuelta comenzaba cuando empezaba la transmisión de la propaladora por altoparlantes de don Mario Sabatella (instalada sobre calle Comodoro Rivadavia a mitad de cuadra entre 7 de Marzo y Alsina), donde eran locutores “Chiquito” Sabatella y Gustavo Malek.
La vuelta arrancaba a las seis de la tarde y terminaba a las ocho, con la marcha “Tres Alamos” que marcaba el final del paseo. Después, enseguida cada uno de iba para su casa. Las chicas caminábamos en grupos, de a dos o de a tres, y los muchachos se apoyaban en la pared en la puerta de la confitería de Sabatella y nos decían piropos. Por allí había una combinación y nos acompañaban para el lado de casa cuando ya terminaba la vuelta. Y cuando la compañía era hasta la puerta misma de la casa de la chica los vecinos comentaban ‘se ve que la cosa va en serio’
Al cine íbamos por lo general al España y a la salida a tomar un café a la confiteria La Perla (de España y Baraja) que era fundamentalmente para hombres solos, pero tenía un reservado para familias y allí nos sentábamos con nuestro festejante y algún mayor.”
“Si el noviazgo o relación continuaba y contaba con la aprobación de la familia ya se le permitía al galán visitar a la novia los días martes, jueves, sábados y domingos de 19 a 21, para luego continuar con las visitas a sus respectivos domicilios de familiares, almuerzos, senas, paseos… y así hasta el altar”.
“A él (al altar) llegué un 19 de abril de 1954. Yo también, como mi madre, vestí el tradicional traje blanco que, como lo dictaba la moda de aquellos tiempos, tenía amplia falda campana plato de organiza, y el corsagge y mangas de raso, adornado con puntillas valencianas; el tul, con diadema de azahar. (…) El novio llevó el clásico traje azul, confeccionado en la prestigiosa Sastrería Bergandi, camisa blanca, corbata gris plata”.
“Los bailes míos fueron sobre todo en el club Jorge Newbery, a veces en la cancha de básquet todavía sin techo, a cielo abierto, otras veces en un salón ubicado al lado del club Social (donde hoy estás el edificio grande del club). Eran bailes con grandes orquiestas que venían de afuera, como Francisco Lomuto, Juan Cambarieri, Feliciano Brunelli, y Donato Raciatti. Hubo una época, antes que yo empezara a salir a bailar, en que los clubes mandaban invitaciones a las chicas casaderas y les ofrecían la posibilidad de mandarles un auto para ir a buscarlas y llevarlas de vuelta. Las chicas eran el gancho para que fueran muchos varones y el baile resultara todo un éxito.
Pero hay algo más: si alguna chica no la sacaban a bailar, porque no era muy agraciada o porque no bailaba bien, algún caballero de la comisión del club se encargaba de sacarla como una obligación, para que esa chica no se aburriera. Hasta esa cortesía tenían.
Se bailaba toda la noche, desde las diez hasta eso de las dos de la mañana, cuando ponían el disco con la marcha del club Jorge Newbery y entonces había que irse.”

Vamos a extrañar a Nidia Borasi, por sus toques de humor y la valoración permanente del pasado, sin nostalgias dolorosas, sino con la positiva intención de evitar la desmemoria, que es una de las peores enfermedades colectivas. Este cronista le estará por siempre agradecido, por eso creyó oportuno el homenaje.