sábado, 30 de julio de 2011

El cincuentenario de la ley 200, de creación del IDEVI, abre la puerta para una interesante recordación

 Juan Carlos Rosso, paciente recopilador de la historia del organismo IDEVI (arriba); abajo una imagen de 1970, cuando todo era desierto y arena, y las primeras casitas estaban en plena construcción. 
 En la foto interior aparece un joven Rosso, como ayudante de topógrafo, realizando mediciones en lo que fue la Laguna El Juncal, al oeste de Viedma.
En la provincia de Río Negro hay una sigla de cinco letras (IDEVI) que define, con fortaleza e identidad propias, un programa económico y social que desde hace medio siglo genera expectativas y frustraciones, en el marco de un debate casi permanente en torno a su pasado, presente, viabilidad y futuro.



Esa sigla, la del Instituto de Desarrollo del Valle Inferior, está fuertemente instalada en el imaginario colectivo y le pone nombre no sólo al organismo estatal responsable de la ejecución del proyecto, sino también a la colonia de chacras ubicada en las afueras de la ciudad de Viedma.
Los habitantes de la capital rionegrina se refieren, indistintamente, al IDEVI como ente y al IDEVI como región, en una síntesis que se explica sólo cuando se conoce la historia de la creación y formación del organismo.
El próximo jueves 4 de agosto se cumplirá el 50º aniversario de la sanción de la ley 200, de creación del ente como piedra fundamental para la tramitación de aportes crediticios internacionales.

La crónica
Eran las tres y 14 minutos de la madrugada del día cinco de agosto de 1961. La voz del diputado Farid Marón sonó clara, a pesar del cansancio propio de la hora en la sala del teatro Argentino de Viedma, apenas transformado en algunos aspectos para convertirse en recinto de la Legislatura de Río Negro. Dijo Marón , presidente del cuerpo, “con la modificación propuesta por el diputado Rajneri y aceptada por comisión se va a votar si se aprueba el artículo 35 del proyecto en cuestión. Los diputados que estén por la afirmativa sírvanse indicarlo.” Todos los legisladores presentes levantaron sus manos y siguió diciendo Marón: “aprobado, el artículo 36 es de forma; en consecuencia queda sancionado el proyecto de ley”. Eran las tres y 15 minutos de la madrugada del cinco de agosto de 1961, un grupo reducido de hombres del ejecutivo provincial que habían seguido por espacio de cinco horas el debate y análisis de aquella iniciativa ya convertida en ley no podían ocultar su satisfacción. Uno de ellos exclamó “esta fue una noche histórica, se creó una de las herramientas más importantes para la transformación de la zona del este de Río Negro”. Esa madrugada los miembros de la primera legislatura rionegrina habían creado el Instituto de Desarrollo del Valle Inferior (IDEVI), uno de los propósitos más concretos de los planes del gobernador Edgardo Castello; un sueño largamente anhelado, que se venía acunando en la comunidad viedmense desde los primeros años del siglo 20.
El miembro informante de la bancada oficialista de la Unión Cívica Radical Intransigente, Herberto Castello, precisamente hermano del gobernador, recordó en el recinto que los primeros estudios para el riego del Valle Inferior se remontaban al año 1911, a cargo del ingeniero Rómulo Quartino y ponderó el proyecto del Ejecutivo, urgido de aprobación ante la inminente realización en Punta del Este, Uruguay, de una sesión plenaria del Banco Interamericano de Desarrollo, donde sería tratado el pedido de financiamiento para el importante proyecto de riego y desarrollo del valle de Viedma.
Después habló Alberto Rionegro, diputado por la Unión Cívica Radical del Pueblo, para dar su apoyo al proyecto; siguió en el uso de la palabra el legislador Oscar Abate, de la Democracia Cristiana y conocido vecino de Viedma, quien también respaldó la iniciativa.
La lista de oradores la cerró otro miembro de la bancada de la Unión Cívica Radical del Pueblo, Julio Raúl Rajneri, quien confirmó el voto favorable de la oposición y planteó algunas modificaciones formales.
En esa madrugada se usaron palabras plenas de emoción y esperanza, se habló de “colonización con sentido social”; del recurso de crédito internacional al servicio de pequeños minifundistas; de la jerarquización del trabajo y el estímulo a los hombres dispuestos a fecundar la tierra; de la autarquía ejemplar del organismo que se estaba creando; de la actitud positiva de un organismo internacional de crédito dispuesto a ayudar al crecimiento de los pueblos; de inversiones y amortizaciones en plazos de posible ejecución. En suma: nadie podía dejar de ser optimista con respecto al futuro.
Habían transcurrido más de tres años desde el comienzo de la gestión de Castello, primer gobernador constitucional de la joven provincia, y el estudio de factibilidad encargado a la consultora italiana Italconsult demostraba, con datos precisos, que toda la región cercana a la capital podía iniciar una etapa de positiva transformación con el formidable recurso del riego de sus tierras.

La historia
Juan Carlos Rosso (61) ingresó como empleado de un contratista del IDEVI en 1968 y un año después como agente efectivo del organismo. “Como ayudante de topógrafo estuve en las mediciones de lo que había sido la Laguna El Juncal, atravesando pajonales, donde la tierra negra y prodigiosa estaba esperando la mano del hombre”, recuerda, con emoción y muestra una de las fotos que ilustra esta nota.
Dentro de poco tiempo Rosso presentará un libro conmemorativo, dedicado al cincuentenario del ente, con la recopilación de valiosa información y testimonios, narrados en la mayoría de los casos desde la propia experiencia. “El trabajo arrancó en el 2008 cuando el IDEVI cumplió 47 años de trayectoria, porque en ese momento me pidieron que armara un folleto con la recordación del personal que prestó servicios en el Instituto; en ese momento me entusiasmé con la idea de hacer un libro que reuniera toda la historia, desde sus inicios. Conté con la colaboración de mucha gente y hay un capítulo –titulado ‘Tiempo de recuerdos y reflexiones’- que reúne las nostalgias de ex funcionarios y empleados como Jesús Andrés, Carlos Larreguy, Lisandro Digiuni, Luciano Pérez, y Humberto Iglesias; también recogí la visión de algunos ex alumnos de la Escuela Secundaria de Formación Agraria, y de chacareros como Nelson Ansola y Modesto Linares”
“El libro tiene una fuerte carga emotiva, reivindica la fe en las utopías, que se realizan con el esfuerzo, a veces en forma completa y en otras de manera parcial; el IDEVI fue el organismo que logró el mayor índice de ocupación de personal en los años 70; los mejores desfiles contaban con la participación de la maquinaria del IDEVI, hubo un gobernador (Requeijo) que usó esas máquinas para construir una plaza (Primera Junta) en un solo día… pero lamentablemente hoy tenemos muchos habitantes de la comarca que no conocen nada de esa historia. Para ellos, y sobre todo para los jóvenes, está dedicado el trabajo” subraya.

El padre del proyecto
Uno de los capítulos del libro compilado por Rosso está dedicado a la figura del ingeniero Juan Vicente Vía, a quien menciona como “el padre del IDEVI”. Rescata, de su legajo personal, datos que permiten ubicar su nacimiento en Resistencia, Chaco, el 18 de junio de 1.920; que en 1941 se graduó como Agrimensor en la facultad de Ciencias Físico Matemáticas de la Universidad Nacional de La Plata; que se declaraba ingeniero civil, pero cuando firmaba documentos no adicionaba profesión. Se había casado con Blanca Rosa Baylet, quien fue su compañera de toda la vida, y del matrimonio nacieron 7 hijos.
“Fue uno de los primeros nueve empleados que vinieron adscriptos de distintas jurisdicciones cuando el IDEVI perentoriamente empezó a funcionar en 1962, en dos oficinas prestadas por la Legislatura; recibió el nombramiento de sub gerente general del organismo el 1 de mayo de 1964 y en varias ocasiones ocupó la gerencia general, por la vacancia de ese cargo, hasta su renuncia en 1970” señala el recopilador. Agrega “quienes trabajaron cerca de él y los que esporádicamente necesitaban entrevistarlo testimonian que más importante que su trayectoria profesional fue su trayectoria como persona. Era un hombre pacífico, comprensivo y dotado de una calma que sorprendía a cualquier interlocutor. En tal sentido, no había nada más ajeno a su persona que el rencor, la envidia o el deseo de venganza”
Es muy interesante la trascripción completa de un artículo del ingeniero Vía, publicado en el diario “La Voz Rionegrina” el 10 de febrero de 1966. Se reproducen aquí algunos párrafos.
“En síntesis, el trascendente significado que tiene para el país esta empresa del desarrollo del valle inferior del río Negro, consiste, por sobre toda otra cosa, en que con esa tarea se está realizando una prueba decisiva de nuestra capacidad de ejecutar, dentro de las pautas de una eficiente organización, un proceso ordenado y acelerado, de incorporación territorial y social a los más alto niveles de productividad y de vida.
Es también una prueba de la eficacia de un nuevo instrumento institucional, o sea, de un organismo de desarrollo regional de acción multisectorial, que debe ser base de un acelerado proceso de transformación de estructuras socioeconómicas regionales. Se deben superar ciertos obstáculos que se originan, generalmente, por la acción concurrente, en una misma área territorial, de numerosas entidades del sector público (internacionales, nacionales, interprovinciales, provinciales, municipales, regionales,), y por las actividades del sector privado local.
La concertación de los objetivos e intereses de todos los sectores, múltiples y muchas veces antagónicos, en torno a una finalidad común, para lograr los mejores resultados, en el menor tiempo, y al más bajo costo, es, por lo tanto, el principal propósito de esta manera de encarar el desarrollo del valle.” Palabras de Juan Vicente Vía.

La magia y el entusiasmo
Rosso asegura que “todo lo que se hizo en el IDEVI, en estos 50 años, tanto desde el organismo como desde los chacareros y habitantes de la colonia, es consecuencia de una mágica disposición, de la identificación con un proyecto, que se dio en los primeros empleados y colonos, pero continúa en el tiempo con verdadero entusiasmo”.
El libro de próxima aparición no concluirá el debate en torno al proyecto IDEVI, sus marchas y contramarchas; más bien, por el contrario, es esperable que una positiva consecuencia de esta publicación sea el estímulo para otras nuevas discusiones.

domingo, 17 de julio de 2011

Apuntes sobre la historia del primer edificio hospitalario de Carmen de Patagones


 Arriba de todo el hospital en funcionamiento, década del 30; en el medio el edificio en la actualidad, como sede de la UPSO; abajo Fernando Córdoba, inquieto investgador del patrimonio urbano de Patagones

El arquitecto Fernando Córdoba nos introduce en un estudio sobre los antecedentes históricos del primer hospital que tuvo Carmen de Patagones, en el edificio que hace pocos años fue reciclado para el funcionamiento de la sede local de la Universidad Provincial del Sudoeste (UPSO), sobre calle Lavalle.



El trabajo fue presentado por Córdoba en el marco de una nueva edición de la muestra “Crónicas de la arquitectura maragata”, que desde el próximo 26 de julio (tras el receso invernal) podrá apreciarse en dependencias del vicerrectorado de la Universidad Nacional del Comahue, en la calle Belgrano 60 de Viedma.
La exposición –que ya habíamos conocido hace 7 años- reúne una serie de fotografías a y apuntes a través de los cuales el ojo inquieto y crítico del arquitecto nos advierte sobre penosos atropellos sobre el patrimonio urbanístico de la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires.
En el folleto-catálogo el propio Fernando Córdoba presenta un texto de guía que acompaña al visitante. “Hoy transcurrieron 7 años de la primera muestra, aunque parezca poco tiempo mucho se ha hecho y discutido sobre el patrimonio urbano arquitectónico. Los ciudadanos están más consustanciados con la problemática, poco a poco se fueron sintiendo los verdaderos custodios de esta herencia. También surgió una especie de moda de rescatar casas antiguas por lo que muchos jóvenes son hoy los que vuelven a vivir en el Casco Histórico Maragato”.
Advierte enseguida que “a pesar del tiempo transcurrido el principal problema respecto de la preservación sigue siendo la concientización, formar conciencia de nuestro pasado y del valor del mismo”.
Introduce también un párrafo de tono severo hacia la actitud de los gobernantes. “Los políticos también han aportado lo suyo, más que un conocimiento, que un compromiso real y genuino con el patrimonio, han encontrado en este tema un beneficio político. En este sentido en los últimos años se reveló una importante contradicción por parte de las personas que nos gobiernan, con el mismo fervor que preservan a la vez destruyen”. ¿Hace falta mencionar explícitamente que se refiere a los recientes atropellos contra el casco histórico de Patagones con la demolición de lo que fue ‘BarArte’ y la insólita construcción de la oficina de informes turísticos?
La comisión pro hospital
Con el propósito de revalorizar el edificio ocupado actualmente por la UPSO, una pieza de valor significativo en el conjunto urbano maragato, Córdoba realizó una paciente investigación en antiguos periódicos, de fines del siglo 19, así como en las actas de las sesiones del Honorable Concejo Deliberante de Patagones. Los datos obtenidos le permitieron establecer fechas de los hechos y nombres de los protagonistas en torno a la construcción del primer hospital de Carmen de Patagones, el primer centro sanitario de real importancia en la región.
Lo que sigue es la trascripción de varios fragmentos de su texto.
“Las primeras gestiones para construir un hospital datan del año 1874 en que la entonces Corporación Municipal le solicita, al Ejecutivo Provincial, fondos para la construcción del edificio. Si bien se aprobó una subvención para el sostenimiento de un hospital la misma nunca se concretó debido a que la provincia agotó la suma asignada que se imputaba para este gasto.
Dadas las dificultades que padecían los enfermos en el año 1881 el Consejo de Higiene Pública intenta nuevamente considerar la construcción de un hospital y, como sucedió anteriormente, sin ninguna respuesta.
Es recién en el año 1888, más precisamente el 7 de agosto, en que se cristaliza esta idea. Se forma una comisión provisoria con los vecinos más representativos del pueblo, quienes deciden convocar a los habitantes de los pueblos de Patagones y Viedma con el fin de conformar una comisión ejecutiva que arbitre los medios para fundar un hospital general que sirva a ambas poblaciones. De esta manera el 15 de agosto de 1888 se formó una comisión, que se denominó Comisión Ejecutiva y Consultiva encargada de llevar a cabo la construcción del hospital”.
Describe luego los nombres, cargos y representación de cada uno de los integrantes de ese cuerpo, cuyo presidente fue Francisco Martínez Ruiz, de la Sociedad Española; como vice Marcelino Crespo, nombrado por el pueblo; como tesorero Ignacio León, por la municipalidad de Patagones; secretario Benito Crespo, por el pueblo; primer vocal Nazario Contín, por la municipalidad de Viedma; vocal segundo Francisco Costas, por el pueblo; y vocal tercero Graciano Ferrero, por la Sociedad Italiano de Socorros Mutuos. Había, demás, una comisión consultiva, integrada por los vecinos Luciano Domínguez, Gervasio Olivera, Isaías Crespo y Antonio Costerg.
Planos y elección de terrenos
Sigue explicando Fernando Córdoba que los avances hacia la ansiada construcción del Hospital del Río Negro (nombre que lo identificaba con las dos poblaciones, sin distinciones) fueron lentos y mientras en diciembre de 1889 la Corporación Municipal cede una manzana de terreno para la edificación y otra para poner en remate a los efectos de reunir fondos, casi al final de ese año, el 28 de diciembre, el gobierno provincial destinó 5 millones de pesos para las obras.
En las primeras semanas de 1890 se contrata a Emilio Cabello, constructor de Bahía Blanca, para la confección de los planos, que realiza sin costo alguno. Pero, por separado, la comisión aprobó los planos elaborados por el agrimensor municipal César Catani. Un poco después, el 6 de mayo del mismo año, se resolvió plantar el futuro hospital en las manzanas 11 y 12 unidas, entre la calles Sarmiento y Lavalle, clausurando la calle del Carmen en ese tramo, con lo cual la mencionada arteria (años más tarde bautizada como Comodoro Rivadavia) arrancaría en la puerta misma del centro de salud, enfrentada al casco céntrico del pueblo en crecimiento.
“El 16 de junio de 1890 se adjudica una parte de la obra al constructor Luis Bajo (también se presentó a la licitación don Juan Borassi) se decide construir la sala de menor costo, con comodidad para alojar 15 enfermos, con el fin de habilitarla lo antes posible. La Comisión Ejecutiva designa miembros de la Comisión de Vigilancia de la obra a los señores Napoleón Papini, Isaías Crespo, Gervasio Olivera” apunta después Córdoba.
Se produce, en junio, la renovación de la mencionada Comisión Ejecutiva, cuya presidencia pasa a ocupar Benito Crespo; y el 9 de julio de 1890 se coloca la piedra fundamental de la obra, con lo cual se inicia finalmente la construcción. Hubo en esa jornada, día de Fiesta Patria, una ceremonia encabezada por el presidente de la Corporación Municipal, Ignacio León, acompañado por la religiosa Juana Borgna, del grupo inicial de hermanas de María Auxiliadora llegadas a Patagones poco tiempo antes, quienes asumieron el rol de padrinos de la obra.
De los datos recogidos en archivos periodísticos Fernando Córdoba destaca que “el acto se inició con un discurso del escribano público don Genaro Olivera en nombre de la comisión y en la bendición y colocación de la piedra fundamental, la misma consistió en un cubo de ladrillos revocado con cemento, situado en los cimientos del edificio donde hoy se encuentra la puerta de acceso frente a la calle General Lavalle. En su interior se colocaron, en una caja de cedro forrada en plomo, una redoma de cristal con el acta de la ceremonia levantada por don Genaro Olivera y conjuntamente un ejemplar del plano del edificio, un programa de las fiestas que se celebraron, un ejemplar de la constitución de la Provincia, uno de la gloria argentina 7 de marzo y una medalla conmemorativa de la citada ceremonia. Finalizado el acto cerró la ceremonia y declaró inaugurada la obra del hospital don Isaías Crespo, miembro de la comisión”.
Una demorada inauguración
La tan esperada obra avanzó muy lentamente y estuvo concluida recién… ¡15 años después!
El 1 de diciembre de 1905 se pusieron en funcionamiento regular los servicios del Hospital General del Río Negro, cuyas amplias y bien ventiladas instalaciones constituían el principal centro de salud de las dos poblaciones, aventajando en infraestructura al Hospital San José edificado por los salesianos en la esquina de las actuales Alvaro Barros e Yrigoyen, en Viedma.
En 1925 se produjo el cambio de nombre y pasó a llamarse Hospital Municipal de Patagones. Durante la década del 30, cuando era presidente de la Nación el general Agustín P. Justo, el nosocomio maragato fue rebautizado como Ana Bernal de Justo, maragata, esposa del primer mandatario y benefactora de la institución.
En 1960, bajo la gobernación de Oscar Alende y siendo intendente municipal de Patagones Juan Cocce, se inició la obra del moderno hospital de dos plantas, enfrente de las vías del ferrocarril, que sería inaugurado en 1964, durante la gestión del intendente Leonardo Costas.
El viejo edificio de la calle Lavalle fue cedido entonces a la incipiente Escuela Profesional Mixta, que más tarde recibió el nombre de Islas Malvinas; el ala izquierda se destinó a un hogar para niños y la derecha al Centro Educativo Complementario.
La obsolescencia del inmueble provocaba numerosos inconvenientes cuando, a fines de 1996, ya estaban terminados los modernos edificios construidos por la provincia para reubicar la escuela de Enseñanza Media Islas Malvinas y el Centro Educativo.
Un año más tarde, ante el pedido de la Asociación Civil Universitaria de Patagones, el Honorable Concejo Deliberante autorizó la cesión del edificio, en donde se realizó una importante intervención (incluyendo la reconstrucción de la fachada, en una segunda etapa) para dotarlo de comodidades acordes al uso estudiantil universitario.
Transcurrieron 121 años desde la colocación de la piedra fundamental y 106 desde la apertura de aquel histórico hospital, hoy el edificio enriquece el patrimonio arquitectónico de la ciudad y sigue prestando servicios a la comunidad.



Club Jorge Newbery de Patagones, un manojo de recuerdos en el 90º aniversario


El pasado 20 de junio el club Social y Atlético Jorge Newbery, de Carmen de Patagones, cumplió 90 años de existencia. En la noche de este sábado su tradicional estadio de la calle Bynon resultó estrecho para una emotiva celebración y hoy Noticias de la Costa se adhiere con esta nota evocativa.
Según un trabajo de nuestro recordado colega Galo Martínez la fundación del club Jorge Newbery, aquel 20 de junio de 1921, tuvo como principal propósito la práctica del fútbol “siendo su presidente y fundador don José María Benito y entre sus colaboradores don Amadeo Galantini”. Añade aquella crónica que “entre los primeros integrantes de su equipo se recuerdan las figuras de Angel Echarren, JoséLamberti, Armando Sitanor Ballestrase (cuyo nombre le fue impuesto al estadio), Eugenio Lavoratornuovo, Mariano Paz, Benito Rodríguez, Enrique Véspoli y los hermanos Medrano”.
A puro gol
En 1927 la entidad se afilió a la Liga Rionegrina de Fútbol y obtuvo el primer lauro, al adjudicarse la copa “Competencia”; pero recién en 1943 ganó un certamen liguista; lo que habría de repetir en los años 1962 y 1964, con un equipo del que se recuerdan figuras que escribieron páginas gloriosas para la historia de la entidad albiceleste y el fútbol de la comarca.
Glorias del fútbol
Esta es la nómina de aquellas estrellas: Boyé, Domingo; Cerdán, José María; Mujica, Enrique; Reggiani, Carlos; Fernandez, Juan; Armendáriz, Rodolfo; Garro, Julián; Diego, Héctor; Campoy, Elman; Mujica, Victor; Sosa, Raúl; Mujica, Ricardo; Echarren, Oscar; Ledesma, Oscar; Echarren, Carlos; Peysé, Juan Carlos; Gabilondo, Juan; Magagna, Enrique; Castro, Nidal; Casquero, Carlos; Fonseca, Lino; Espinosa, Juan; Sosa, Ovidio Roal; Pichiñan, Raúl; Andrés, Huelliqueo; Dell, Daniel; Gabilondo, Nito; Escudero, Juan Carlos; Galimberti, Horacio; Gonzalez, Juan; y Ortiz, Horacio. El director técnico de esa época brillante fue Angel José Sabatella; con un equipo de colaboradores integrado por Jorge Pardal; Atilio Aliberti; Andrés Melinger, Benito Cappeta; Juan Salazar y el médico Juan Carlos Joelson. (Una de las fotos que ilustra esta nota muestra, precisamente, una formación futbolística campeona)
Encestando
Otro momento histórico fue para el básquet, con el campeonato logrado en 1964, con la escuadra formada por Herminio Gutierrez ( Director Técnico), Juan Carlos Gilardi, Miguel Angel Gabilondo, Mario Felix Sabatella, Enrique Mújica, Ángel Josè “Chiquito” Sabatella, Néstor Mutilengo y Ángel “Chaco” Rodríguez.
Pero estas misceláneas constituyen tan solo una abreviada síntesis de las muchas glorias alcanzadas por la institución en sus 90 años de trayectoria.
Una muestra alusiva
El material fotográfico que acompaña esta crónica fue facilitado por la Dirección de Patrimonio Histórico de la Municipalidad de Patagones, que en homenaje al 90º aniversario del club Jorge Newbery ha montado una valiosa e ilustrativa muestra conmemorativa. La exposición, de fotos y objetos, se presentó en la noche de festejo y estará abierta al público, desde el próximo jueves, en el Rancho Rial - Espacio de Identidad Local - Mitre 94, de jueves a sábados en horario de 16 a 19, hasta el 6 de agosto.
Las razones
El siguiente texto, elaborado por el equipo de realización de la citada Dirección de Patrimonio Histórico de Patagones, resume las intenciones y explica en parte el contenido e la exposición.
“Rescatar y revalorizar nuestro patrimonio cultural intangible y material, es y será construir nuestra identidad local, nuestra memoria colectiva, indudablemente un aporte significativo para la construcción de nuestra cultura y nuestro futuro.
En este sentido la Dirección de Patrimonio Histórico de la Municipalidad de Patagones a través de su área intangible, desarrolla, entre otros, el programa “Vidas Cotidianas”, el cual ha marcado un rumbo de partida hacia la recuperación de nuestros valores identitarios, logros que hemos apreciado en las muestras temáticas ya llevadas a cabo, como: “Médicos de Familia”, “Peluqueros de nuestra historia”, “El club de mis amores…Jorge Newbery año 2005”, “El club de mis amores…Mitre, Ciclón, Depo”, “Rieles de nuestra historia”, “Perfiles y postales del 25 de Mayo”, entre otras.
Fundar un club es fundar los colores del alma, la pasión que nos abraza a todos por igual, es fundar los matices profundos del recuerdo del niño que fuimos y somos, fundar un club es de alguna manera trascender la nostalgia y el olvido de nuestro futuro.
Esta rica y apasionante historia que cumple 90 años ha conocido muchas personas que construyeron y engrandecieron el sentimiento, la pasión y el corazón del club Jorge Newbery, personas de grandes valores y principios entre los que podemos mencionar a, Hnos Garrafa, Jorge Pardal, Ricardo Mujica, Raúl Angel Bosero, Angel Echarren, Herminio Gutierrez, Edgardo Borasi, Nicolas Alonso, Hugo R. Demichelis, Ovidio “Coco” Sosa, Ruben Savoia, Mario Félix Sabatella, Pascual Dichiara, Nelly Barilá, Nidia Añaños de Borasi, Coro Ferria. Hacemos la salvedad de que solo mencionamos algunos nombres/familias del club vinculados a otras décadas, no por descuido ni olvido simplemente por extensión gráfica.
El club Social y Atlético Jorge Newbery cumplió desde su esencia un rol fundamental en la vida social de nuestra comunidad a través de sus diversas disciplinas deportivas como el fútbol, básquetbol, atletismo, ciclismo, entre otras disciplinas deportivas, también en sus tantas actividades sociales, como los memorables bailes y las reuniones en el clásico bufett.
Esta muestra temática “El club de mis amores, Jorge Newbery 90 Años” nos enseña, a través de relatos, testimonios, fotos, camisetas y diversos objetos, aquellos tiempos impregnados de nuestra historia, nos enseña a reflexionar en estos tiempos en que la globalización y la vorágine del tiempo distorsiona lo cotidiano, nos enseña, sin ninguna duda a rescatar y revalorizar lo mas profundo de nuestra identidad para construir un mejor presente y futuro”.
Tiempo de bailes
El aporte a la vida social de la comarca realizado por el club Jorge Newbery es invalorable, por su permanente participación en diverso tipo de acontecimientos y, particularmente, la época de los grandes bailes. Nidia Añaños de Borasi, de corazón plenamente “jorguista” (si se permite el neologismo para referirnos a la apreciada amiga maragata) recordó tiempo atrás aquella época de bailes inolvidables y costumbres sociales amables.
“Los bailes míos fueron sobre todo en el club Jorge Newbery, a veces en la cancha de básquet todavía sin techo, a cielo abierto, otras veces en un salón ubicado al lado del club Social (donde hoy está el edificio del club). Eran bailes con grandes orquestas que venían de afuera, como Francisco Lomuto, Juan Carlos Barbará, Juan Cambarieri, Feliciano Brunelli, y Donato Raciatti.
Hubo una época, antes que yo empezara a salir a bailar, en que los clubes mandaban invitaciones a las chicas casaderas y les ofrecían la posibilidad de mandarles un auto para ir a buscarlas y llevarlas de vuelta. Las chicas eran el gancho para que fueran muchos varones y el baile resultara todo un éxito.
Pero hay algo más: si alguna chica no salía a bailar, porque no era muy agraciada o porque no bailaba bien, algún caballero de la comisión del club se encargaba de sacarla como una obligación, para que esa chica no se aburriera. Hasta esa cortesía tenían.
Se bailaba toda la noche, desde las diez hasta eso de las dos de la mañana, cuando ponían el disco con la marcha del club Jorge Newbery y entonces había que irse.
Mi libro no pretende ser algo extraordinario. Son solamente vivencias personales o recuerdos de historias que me contaron. Añoro la familiaridad entre vecinos, parientes y amigos. Esa cosa de compartir una comida, de mandarse un plato que era la especialidad de una casa para que lo disfrutaran en lo del vecino, las visitas, los festejos de fin de año o de los acontecimientos familiares, el envío de las tarjetas de salutación. Me parece que la vida no era tan urgente como ahora, había más cortesía entre la gente”.
Una figura inolvidable
Sin menoscabo de la mención de otros deportistas brillantes que surgieron de Jorge Newbery en su larga trayectoria corresponde poner en el recuadro la figura de Enrique Magagna, integrante de aquel equipo de fútbol de 1962-64, transferido después a Huracán de Ingeniero Whitte, lo que le significó a Jorge Newbery el ingreso de una importante suma en concepto de pase, haciendo posible el tendido del alambrado olímpico del campo de juego. Magagna formó parte del equipo whitense que logró como verdadera hazaña ascender al campeonato de primera división de la AFA, en 1968 y 1971. Esa participación en la elite del fútbol argentino le valió al jugador maragato su reconocimiento nacional y recibió ofrecimientos tentadores para ampliar su horizonte profesional, que rechazó con el objeto de concretar su vocación docente y volver al pago natal.
La realidad actual
El club Jorge Newbery llega a su nonagésimo aniversario en una etapa de pleno empuje con diversidad de actividades deportivas y un claro esfuerzo de su cuerpo directivo en la actividad formativa, que trasciende en las escuelas deportivas con importante cantidad de alumnos.
La comisión directiva del año 2011está encabezada por Roberto Ignisci, como presidente, y Alberto Pozzo Ardizzi, vicepresidente; Martín Bossero, secretario y César Negro, prosecretario. La tesorería está cargo de David Savoia; y el protesorero es Juan Antonio Larrañaga. Los vocales titulares son Horacio Leone, Marcelo Castronovo; Darío Savoia, Esteban Rial y Fernando Gilardi. Vocales suplentes: José Luis Biageti, Sergio Franco, Carlos Gaztelú, y Ezequiel Fuertes. Los revisores de cuentas son Juan Manuel Ramos y Alejandro Echarren.

Para mirar a Viedma con los chicos, desde el balcón de la nostalgia

Dos de las magníficas ilustraciones de Juan Marchesi para esta original obra de Nancy Pague sobre la Viedma de los años 20, tercer libro de una serie.

Hace más de tres años Nancy Pague (profesora de Filosofía y Ciencias de la Educación) presentaba su libro “Desde el balcón, miradas al pueblo chico desde la Viedma de hoy”, con una bella recopilación de imágenes fotográficas sobre puertas, balcones y frentes de edificios de la década del 20. La autora ofrece, ahora, una propuesta del mismo tema dirigida a público infantil.


El nuevo trabajo se titula “Miramos desde el balcón cómo era Viedma en 1920” y en este caso no se apoya en fotos, sino en las excelentes ilustraciones de Juan Marchesi, con una propuesta tan antigua como amigable (que nos retrotrae a nuestros tiempos de infancia): “para leer y colorear”. Nancy, entusiasta como siempre, nos relató cómo fue el proceso de elaboración del libro, original hasta en su formato tipo cuaderno con espiral; y el propio Marchesi hizo algunas acotaciones que revelan el valioso significado de su tarea gráfica.
Una saga de la nostalgia
“Este libro es una especie de continuación de ‘Desde el balcón, miradas al pueblo chico desde la Viedma de hoy’ que a su vez tiene como antecedente directo al primero de la trilogía: ‘Viedma entre 1920 y 1930 en la memoria de don Cándido Campano’ y estoy realmente muy orgullosa de las tres obras, que cada una con un contenido y estilo diferentes procuran un mismo objetivo cómo es el de mostrarle a la población algunas raíces que permanecen invisibles pero sin embargo están presentes en las calles de nuestra ciudad” sostuvo Nancy Pague, en el inicio de la charla.
Agregó, sin ocultar su satisfacción, que “ahora, después de los dos primeros libros sobre esta temática, me encuentro con gente que me dice: camino por las calles viedmenses y descubro los frentes de edificios y los detalles de una arquitectura muy atractiva, con expresiones artísticas y artesanales muy valiosas”.
Recordó que, en el año 2008 con el segundo trabajo, se propuso documentar fotográficamente las evocaciones memoriosas de Cándido Campano, con quien había mantenido largas conversaciones entre 1989 y 1990, y reafirmó el compromiso “de profundizar el tema de la identidad de los viedmenses, a partir de mi propia actitud: la de una docente que llegó aquí como migrante hace más de 40 años, y tal vez en los primeros tiempos tuvo desinterés por los valores y tradiciones del lugar y ahora siento la necesidad de manifestar mi profundo amor y reconocimiento hacia la ciudad y su gente”.
Destinatario privilegiado
Nancy sostuvo que “se trata de un libro que tiene como destinatario esencial a los niños de nuestro lugar en el mundo, con una invitación a los adultos con la finalidad de que interesen a sus hijos, nietos y sobrinos; donde también hago una apelación al niño o a la niña que subsisten en el interior de cada uno de nosotros”.
“El hecho de haberme dirigido especialmente a los niños se fundamenta en mi convicción de que el sentimiento de permanencia a este lugar empieza a formarse desde la temprana infancia, y que la comunidad conformada por quienes fuimos migrantes hace tres o cuatro décadas necesita de este tipo de materiales y aportes” reflexionó después.
La autora puntualizó que “me parece que esta comunidad recién ahora está madurando respecto de su sentimiento de pertenencia, y es importante reforzarlo desde las niñas y los niños”.
“También me siento muy feliz por haber convocado a Juan Marchesi, ya que desde el mismo momento de la invitación tuve la seguridad de que realizaría un trabajo excelente, pero no podía imaginar que sus ilustraciones serían de tal envergadura, con 18 láminas maravillosas creadas especialmente en blanco y negro, con detalles minuciosos” afirmó.
El libro por adentro
“Miramos desde el balcón cómo era Viedma en 1920” repite la estructura general de los dos libros antecesores, con sendos capítulos destinados a las calles que corren paralelas al río y las que cruzan perpendiculares a la ribera. La descripción gráfica se abre, al igual que en los primeros trabajos de Nancy, con la presentación de una verdadera joya, tal como es el plano de cómo era Viedma en la década de los años 20 del siglo pasado, realizado artesanalmente por el arquitecto Hugo Grisetti.
El diálogo de la autora con los lectores menudos se inicia con una carta donde advierte que “si mirás el plano que está en la página anterior, podrás ver que los límites del Pueblo Chico eran la calle que hoy se llama Gallardo-Sarmiento (entonces San Juan), los boulevares Ayacucho y Sussini-Contín y la calle Alberdi. En realidad la mayoría de las construcciones (casas de familia, negocios y edificios públicos) estaban a 5 ó 6 cuadras del río”.
“¿Ves que el plano parece un cuadro colgado del río? Y observa: no había puentes. Para cruzar el río (nuestro río Negro, Currú Leuvu en lengua mapuche) había que hacerlo en canoa y las mercaderías que iban y venían del muelle de Patagones, que era donde atracaban los barcos, se transportaban en balsas, especie de lanchones que llevaban los frutos del país (lana, cueros, plumas, etc), las mercaderías que consumía la población y los vehículos que debían cruzar a una u otra orilla”.
Con este mismo tono coloquial propone internarse en las páginas del volumen y “mientras le ponés color a las ilustraciones podés volver a leer lo que dice de cada calle. Al colorear imaginá a los albañiles, herreros y carpinteros que la construyeron. Y cuando camines por sus calles y veas los edificios con las puertas, ventanas, rejas y balcones de ese tiempo pensá en esos artesanos y sentí que bueno es vivir en un lugar bello como nuestra Viedma. Y querela, y protegela, y sentite contenta/o de saber respetar lo que aquellos seres humanos hicieron con su esfuerzo y hoy podemos admirar y cuidar”.
Las páginas pares presentan los textos ágiles escritos por Nancy, con profundo sentido poético y evocaciones plenas de nostalgia, en una imaginaria conversación con cada una de las arterias que se describen. Por ejemplo, cuando “le habla” a la calle Belgrano dice “en tus cinco cuadras había varios almacenes y boliches; después de cruzar la San Juan (hoy Gallardo-Sarmiento) te convertías en una huella hecha entre los árboles, moras y rosales, que conducía a un lugar de la costa del río, con césped natural y buena playa, arbolada y segura”.
No es fácil para la autora elegir una de las espléndidas ilustraciones de Marchesi como la preferida, pero tras recorrer el libro se detuvo en las páginas 38 y 39 (esta última corresponde a la imagen con el epígrafe “Calles y carruajes en Viedma”) y comentó: “hay aquí un ejercicio de síntesis descriptivo que me parece extraordinario, como que en la misma lámina haya podido representar la calle Alvaro Barros con su movimiento y detalles variados, como un sepelio de coche fúnebre tirado por 6 caballos, el edificio de la cárcel vieja, uno de los pocos surtidores de nafta que había en aquellos tiempos, una tienda, casonas familiares y abajo, en primer plano, uno de esos carretones de 4 ruedas que eran los principales medios de transporte de carga”.
La conexión infantil
Nancy destacó que “el ejercicio de pintar y colorear sobre las imágenes en blanco y negro es una forma de conexión de la mirada infantil sobre los datos de la historia que aportan las figuras”. “Observo que muchas veces los chicos se entretienen coloreando los dibujos que nos llegan del exterior, del mundo Disney por caso, y me da pena que no se les ofrezcan imágenes con contenido nuestro; este libro hace una contribución en ese sentido. Que ojalá sea de utilidad” sostuvo.
Añadió que “cuando uno vive en un lugar se acostumbra al entorno y termina por no valorar lo que lo rodea, como nos pasa con la costanera y el río, que posiblemente no admiramos a diario y sin embargo llena de sorpresa y gozo a quienes nos visitan”.
También se refirió a la importancia de “volver a mirar los detalles de algunas puertas de madera labrada, como las del edificio histórico de la municipalidad de Viedma, que es una obra de arte”; y subrayó que “ese ejercicio lo podemos hacer acompañados por los chicos, como una forma de juego y recreación”.
El secreto de las casas
Toda una definición del espíritu literario que inspira los relatos de Nancy Pague está implícita en el texto de la página 7, como epígrafe de la foto del frente de una centenaria casona viedmense. “Abuela: ¿por qué las casas antiguas tienen paredes anchas y son tan altas? –Porque en invierno son más cálidas y en verano, más frescas; y porque las personas, desde sus ventanas altas, ven volar los pájaros y sienten que están más cerca del cielo”. Pero, además, como una despedida que aletea sentimiento, el cierre del libro lo constituye un poema de Yolanda Garrafa. “Rumores de miel y almendra secretean por las calles tierra al viento. Olor a pan fresco y a duraznos en las veredas y por los cercos y alamedas hasta el río. En la plaza, el bullicio de los nidos en las ramas”.
Un ilustrador encantado
Juan Marchesi admitió que “la tarea que me encargó Nancy Pague me encantó, porque me permitió meterme en un mundo pleno de sorpresas y me reencontró con la técnica de la ilustración de libros para niños, que realicé durante mucho tiempo en el principio de los años 70 y hacía mucho que no pacticaba”.
“Me pasé dos meses del último verano encerrado en casa, lo que me vino muy bien por otra parte porque mi piel no resiste mucha exposición al sol, trabajando sobre las fotos que me trajo Nancy para recrear aspectos de la vida cotidiana de Viedma en aquellos tiempos; lo disfruté mucho, hice un montón de apuntes y borradores, y al final quedaron las 18 láminas que están en el libro” describió.
También explicó que “usé la técnica tradicional de la pluma cucharita, con tinta china, que me enseñó el maestro Carlos Casalla, autor de inolvidables historietas como el Cabo Savino, y saqué del desván una vieja mesa de trabajo, con un vidrio iluminado desde abajo, que me permitió concentrarme mejor en cada dibujo. Fueron muchas horas maravillosas y realmente lo disfruté”.