lunes, 27 de junio de 2011

Tato Osorio, aproximación a las memorias de un militante de los 70

 Junto al árbol de la plaza 7 de Marzo, donde ataba el caballo en los años de la primaria
 En este edificio de la Escuela Normal Mixta se inició la famosa huelga estudiantil del '59 
 Tato es el tercero, desde la izquierda, en esta foto del grupo teatral El Despertador
La conduccción de la JP Montoneros de 1973, cuando Tato era referente de la Patagonia

Hernán “Tato” Osorio (70 años por cumplir, en noviembre) nos ofrece un apretado relato de vida, que el cronista intenta compaginar en una sucesión de escenas, como si fuera un montaje cinematográfico. El resultado parece una película plena de acción y momentos dramáticos.


Tato es un hombre de verbo conciso y taxativo, cuando define a una persona o una situación vivida (¡y tiene muchas situaciones bien vividas!) lo hace convencido; dispara opiniones naturalmente confrontativas, machaca ideas con sonrisa abierta y contagiosa, de ojos achinados y brazos abiertos; ilustra con anécdotas desopilantes, acompaña narraciones con la representación actoral y se divierte cuando -con cierta disimulada premeditación- pierde el hilo del relato en los meandros de su memoria, como si no quisiera recordar datos y fechas precisas, como una forma de resistencia y defensa.
La sucesión de escenas

“Cuando yo tenía 11 años vinimos a vivir a Patagones, en una chacra ubicada sobre la costa, abajo del cerro de la Caballada, al lado del chañar histórico. El último año de la escuela primaria lo hice en la número 2, enfrente de la plaza 7 de Marzo, hasta donde llegaba a caballo y ataba el animal en un árbol de la esquina, que todavía está allí a pesar de los muchos años transcurridos. Ya para la secundaria, desde primer año, fui a la Normal de Viedma, que estaba enfrente de la plaza Alsina; y para allá cruzaba caminando por el puente ferrocarretero, y cortaba camino por la costa del río, por adentro de la quinta de los curas. En tiempos de primavera, a veces, la tentación de quedarse pescando en la costa era demasiado grande y con alguno de mis hermanos y otros compañeros nos hacíamos la rata”.
“El 55 me hizo avivar que había algo que se llamaba política, y me empiezo a interesar cuando mi viejo comienza a participar en la Democracia Cristiana. Para fines de 1957, cuando se reunió en Viedma la Convención Constituyente de Río Negro, con otros compañeros de la Normal íbamos al teatro Argentino a presenciar los debates.
Una de la cosas que más contribuyó a mi formación política fue asistir a esas discusiones, me pasaba horas allí, en el palco, escuchando. Aprendíamos de todo, incluso de oratoria, con personalidades como Manuel Salgado o el Buby Rajneri, el viejo Epifanio, Pablo Fermín Oreja y otros. Aprendíamos de historia y recibíamos información de política.
En ese tiempo no tenía todavía ninguna vinculación con el peronismo. Primero estuve en la Democracia Cristiana, de donde me fui después de un debate con un genio, con un hombre brillante como fue Manuel Salgado. En una reunión acá en Viedma yo pedí la palabra –tenía 15 años- al viejo no le gustó lo que yo dije –que ni me acuerdo qué habré dicho- y me contestó: acá los pibes se callan la boca; a lo que yo le contesté: y los viejos me chupan las bolas, me levanté y me fui. Y se acabó la Democracia Cristiana en mi vida”.
“Una tarde estábamos charlando un grupo de pibes, en una confitería de la calle Buenos Aires, cuando salió el tema de las quejas por los malos tratos que recibíamos de algunas profesoras. En la charla estábamos Carlos Luis ‘Guguy’ Fages, Cacho Soler, Miguel Nebiolo, Alberto Nebbia y yo; no había tipo que no hubiera pasado por el Nacional o la Normal que no estuviera atragantado con estas mujeres. Entonces alguno dijo ¿y si pintamos la escuela? Bueno, ¡pintemos la escuela! Pero había que llevar tacho de pintura y pinceles, hacía falta un vehículo. Uno de los muchachos pidió que un pariente lo llevara en el camión, y el que lo manejaba también tenía sus broncas acumuladas por los modales de esas profesoras, y nos llevó a la noche bien tarde por la calle Colón. Allí por Colón, a pocos metros de Buenos Aires, había un paredón que daba a un baldío y se podía pasar al patio interior de la Escuela Normal .
Así con pintura asfáltica pintamos despotricando contra las profesoras en todas las paredes del patio. A la mañana siguiente cuando llegó el portero, que seguramente sería Magnanelli, se encontró con ese panorama y fue corriendo a avisarle a la directora, la señora Elizabeth Barone de Tomaset, y naturalmente la escuela ese día no se pudo abrir”. (En el edificio de la calle Buenos Aires, enfrente de la plaza Alsina, a la mañana funcionaba el ciclo primario del Curso de Aplicación, y a la tarde la secundaria, la Escuela Normal propiamente dicha, nota del cronista)
“Esa tarde nos juntamos todos los estudiantes en la plaza, abajo del aguaribay, y se empezaron a formar los corrillos y nosotros no decíamos que habíamos sido los de la pintada; y se armó la huelga, que arrancó en la Normal y se extendió al Nacional, con las acusaciones de los alumnos que habían sufrido ataques de las profesoras cuestionadas. Todo duró unos 40 días, y creo que en ese tiempo se me despertó el espíritu militante, reflejado en los violentos comunicados que sacábamos a mimeógrafo, y escribíamos con el Negro Livigni.. El ministerio de Educación mandó un inspector sumariante, que resolvió separar provisoriamente de los cargos a las tres profesoras cuestionadas, pero también dispuso que los principales activistas de la huelga nos buscáramos otra escuela, bien lejos de Viedma, para terminar los estudios.”
“Así fue que Carlos Díaz, Osvaldo Gianni y yo enfilamos para General Roca, para terminar nuestra secundaria. Yo particularmente terminé en Cipolletti, porque había repetido un año y me atrasé todavía un tiempo más porque para entonces ya había empezado a trabajar en la delegación del ministerio de Trabajo de la Nación en Cipolletti.”
“En el año 1963 me fui a Córdoba a estudiar Derecho, rendí 6 materias en un año y cuando volví en las vacaciones ya no quise volver A nivel estudiantil había un movimiento muy importante y yo concurría a los debates del Consejo Superior de la Universidad de Córdoba, que eran muy intensos y en donde continué la capacitación política y militante.
Después de las vacaciones apareció un concurso para ingresar a la administración pública y justo ese año, 1964, se abrió el Instituto Superior del Profesorado en Viedma, donde elegí la carrera de Pedagogía, de alguna manera para seguir con la formación que había iniciado en la Escuela Normal.
Allí participé de la fundación del Centro de Estudiantes y tuve como compañeros a un conjunto de personajes: Carlos Oyola, Nilo Fulvi, Wenceslao Arizcuren, Amanda Isidori , Níram Marín, Marne Stábile de Uicich, Dorita Vázquez, Mena Píccolo, Juanita Porro… y tantos otros.
Venían profesores viajeros, entre ellos Raúl Iriarte de Bahía Blanca, pero también hubo otros que se radicaron aquí, como el decano del Instituto, el profesor Daniel Vázquez, un hombre de gran formación pero muy cerrado en sus puntos de vista. Lo tuve en Epistemología y me tragué todo el empirocriticismo de Lenín para rendir el final, pero me quería aplazar, y menos mal que en la mesa estaba también Noemí Sanabria que me defendió y así y todo pude sacar un 4. Pero, bueno, así era la cosa; eran tipos de derecha con los que se podía discutir.”
“Un profesor para recordar: Doader Ioras, rumano, decían que había llegado escapando de Europa tras la caída del nazismo, pero yo nunca le pesqué nada para ese lado. Dictaba psicología educacional y social. Con Ioras y Omar Dominino, compañero y amigo, alquilábamos dos piecitas en el barrio Santa Clara y compartíamos una cocina y el baño. El viejo nunca se levantaba antes del mediodía, pero bien temprano se despertaba y nos pedía que le lleváramos un té y se quedaba en la cama leyendo”
“También en ese tiempo me casé con Marta (Villa) y me metí en el grupo de teatro que dirigía Francisco Javier y descubrí un mundo atractivo, de imaginación y formas distintas. Recuerdo obras como Los 4 aparatos, o Humulus, el mudo, en la biblioteca Mitre; y después Los Invisibles, en el salón de la Legislatura”.
“Por 1970 empecé a tener vínculo con gente que militaba en La Plata en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN) como el mismo Guguy Fagés, Aleardo Coya Laría y otros compañeros: también empecé a vincularme con muchachos de Bariloche, como Juan Jacinto Burgos, después lo conocí a Fernando Jara que era dirigente del PJ en Cipolletti y cada uno armaba en su lugar grupos de PJ, para discutir y proponer ideas. Por esa época yo era una especie de jetón que pega el grito y raja, hablaba en un acto y a las dos horas andaba a 220 kilómetros de allí. Después de la fuga de Trelew me relacioné con Rudy Miele, que había sido apoderado de los presos de Rawson. Llegó la convocatoria de Juan Carlos Dante Gullo, Jorge Obeid y otros que ya tenían sus aparatos organizados de JP, para una asamblea en Santa Fe con el objeto de armar las regionales en todo el país. Los compañeros de distintos puntos de la provincia me empujaron para que fuera yo; allá se constituyó el primer consejo nacional de la PJ y como era el único patagónico presente fui elegido delegado de la regional. Unos días después fuimos a una convocatoria con Roberto Quieto, el Pepe Firmenich, Marcos Osatinsky y otros dirigentes; yo entendía que el delegado patagónico tenía que ser Miele, pero él me dijo: ya tengo 35 años. te toca a vos, y fui confirmado. Ya se venía la campaña en apoyo al Tío Héctor Campora, ese histórico día en la JP se subió a los balcones de la Rosada; pero también faltaba poco para que empezara las presiones y enfrentamientos con el aparato de la derecha, esa fue una época de lucha por la utopía. Yo escribí unos versos que recuerdan a los compañeros de ese tiempo y terminan diciendo: todos peleábamos la misma Patria, franeleábamos con las mismas teorías, jugábamos la misma apuesta dolorosa. Hoy algunos estamos pero no somos; hoy ellos son, nosotros aún estamos siendo”.

Arranca esta segunda parte del relato cuando Tato Osorio asume la conducción regional de la Juventud Peronista, la que se denominaba como “la de la Tendencia”, brazo político de Montoneros, que era la estructura armada para el proceso de Liberación Nacional, la Utopía de una generación. Estamos en los primeros meses de 1973 y se avecinan las elecciones nacionales sin el peronismo proscripto, con la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima, bendecida por el general Perón, todavía en España. Aquí en Río Negro el candidato del PJ era Mario Franco.
Primeros roces con Franco
“Franco abrió la campaña de afiliación y aceptó la ficha del médico Jorge Boland, que había sido ministro del gobierno militar de Requeijo. Así que nosotros, con la JP de Río Negro, le salimos a pegar. Para ese tiempo en Viedma teníamos armado un grupo compacto e interesante, con el flaco Juan Carlos Di Leo, Gato Storti, Jorge Tassara, Jorgito Bustamante, los hermanos Lini y otros pibes. Le sacudimos con un comunicado y Franco armó la filial de la Juventud Peronista de la República Argentina, la de derecha, a la que llamábamos la Jotaperra. Finalmente, después del triunfo del 11 de marzo, pudimos colocar algunos compañeros en cargos técnicos: Julio Alzogaray en el banco provincia, Juan Pablo Jaroslavsky en el IPPV, Juan Carlos Di Leo en Rentas. En el congreso de Lamarque donde se eligieron los candidatos a diputados, nos dejaron meter a Ariel Assuad, abogado de Bariloche, compañero militante que después renunció a la banca y terminó preso.,Yo me ubiqué en la Universidad Nacional del Comahue, en la sede central de Neuquén, como secretario de Extensión: pero para entonces la violencia contra mi persona y mi familia empezaba a manifestarse, con el tiroteo contra mi casa aquí en Viedma.”

Una jura original
“Ya estaba instalado con mi mujer (Marta) y mis hijos en Neuquén cuando me vinieron a buscar para jurar el cargo de Extensión, hacía calor y yo estaba en short, rápidamente me alcanzaron una camisa, un traje y una corbata y salimos para la Universidad. Apenas había prestado el solemne juramento cuando un compañero gritó “la próxima vez ponete los zapatos” y recién me di cuenta que me había olvidado de los pies y ¡estaba con ojotas!”.

Ezeiza,el desafío
“Un verdadero desafío fue la organización del viaje militante a Buenos Aires, para asistir en la autopista a Ezeiza al acto de llegada definitiva de Perón, el 20 de junio de 1973. De Río Negro salieron dos trenes, uno arrancó de Neuquén y levantó compañeros hasta Río Colorado; el otro venía de Bariloche, parando en todos los pueblos hasta Viedma. Me tocaba ser el responsable de toda la movida, pero me hice cargo de la columna que pasó por acá y dejé a otro cumpa en el tren del Alto Valle. Avanzamos con normalidad hasta Cañuelas, pero allí ya no le daban paso a nuestros trenes, porque estaban los grupos de derecha impidiendo la llegada numerosa de la JP para demostrarle capacidad de organización y presencia al general. Estuvimos un par de horas esperando que nos dieran vía libre y bueno, después de mostrar algunos fierros, nos bajaron las señales.
La organización en Buenos Aires, donde nos dieron de comer y beber en la facultad de Derecho, fue impresionante y desde allí arrancamos caminando para Ezeiza en la madrugada del 20; y llegamos bien hasta unos 400 metros del palco, pero un poco después los compañeros que estaban más adelante traían la noticia de que había tiros contra la gente, y se armó el despelote. Yo tenía dos preocupaciones: que ningún cumpa resultara herido y que nadie se perdiera entre el amontonamiento, fue muy bravo, pero salimos bien del lío, nadie se lastimó y a la tardecita estábamos todos de nuevo en el tren, éramos más de 2.000 y logramos mantenernos unidos”.

Hacia la clandestinidad
“Las cosas se fueron complicando con la diferencias con el gobierno y las presiones de la derecha. Para agosto de 1973 estaba en Trelew en un acto recordando el fusilamiento de compañeros en el penal y me detuvieron por portación de armas, estuve un mes en cana y fue esa vez que en la pared del Obispado (aquí en Viedma) pintaron ¡Libertad a Tato Osorio! y el grafiti quedó mucho tiempo.
Un día el rector de la UNC, Roberto Domecq, me llamó y me dijo que ya no podía seguir sosteniéndome en Extensión; me pasó entonces a un cargo de investigación en Roca y allá me fui con la familia. Estábamos allí cuando nos cayó un allanamiento, ya para mitad de 1975. Ese día estábamos reunidos con un representante de la conducción nacional de Montoneros; pero tuvimos tiempo para que los compañeros que estaban en la reunión pudieran escapar. Le dije a Marta: “vamos, rajemos” pero ella no quiso y se quedó sola, para cuidar la casa. Cayó la policía y la metieron presa, se ligó como 6 meses en cana.
Para entonces las cosas estaban muy difíciles y yo clandestino en Bahía Blanca. Había cuestionado la decisión política de la conducción de Montoneros, sobre el pase a la clandestinidad de la totalidad de los cuadros militantes, opinando en cambio que sólo tenían que ocultarse los compañeros más jugados y comprometidos; que había que cuidarse pero seguir en público, para que nos cuidaran la gente, los vecinos y los compañeros; en mi caso los estudiantes de la Universidad. Esta actitud hizo que la orga me degradara, me bajaron de categoría (se refiere a los grados cuasi militares que se asignaban) y me arrestaron en un departamento de Bahía Blanca, adonde mandaban un compañero de Neuquén, el Oso Ruiz, para plantearme la autocrítica. Yo le dije: no tengo que hacerme una mierda de autocrítica, porque estoy diciendo en lo que no estoy de acuerdo. Cayó Daniel Vaca Narvaja, también arrestado; y el Oso Ruiz seguía viniendo para tratar de convencernos, hasta que un día se despachó: ¡estoy de acuerdo con ustedes, yo me quiero volver para estar con mi gente! Por eso el Oso se fue a Neuquén y estuvo allá hasta que lo metieran en cana, en cana pero legal; en cambio si se hubiera quedado en Bahía Blanca, en la clandestinidad, lo hubieran secuestrado y matado.
Estuve arrestado por la orga hasta que Marta salió de la cana, y fui a ver a mi responsable y le plantee: yo así no sigo, me voy, si me quieren fusilar me fusilan, yo me voy a buscar a mi mujer y a mis hijos y nos mandamos a mudar. Me dieron plata para los pasajes y unos pocos pesos más, como para llegar a Buenos Aires y comprar una milanesa; fui a buscar a los chicos que estaban desparramados. Todavía faltaba un poco para el golpe cuando llegamos a Buenos Aires con Marta y los pibes. Primero nos dio una mano Julio Acera, a quien conocía del teatro aquí en Viedma, que nos refugió en su casa unos días. Después una compañera, Beatriz, me consiguió un departamento para escondernos otro tiempo; pero no podíamos seguir así; por eso Marta volvió a Río Negro y vendió la casa de Roca, la malvendió por supuesto, y con esa plata pudimos comprar una casita en Villa Domínico, a pocas cuadras del cementerio de Avellaneda, donde escuchábamos todas las noches los tiros de ametralladora cuando fusilaban gente”.

Salvando el pellejo
“En Villa Domínico pusimos un taller de artesanías de cuero y yo salía a vender almohadones y cubre camas. Visitando un negocio me puse a charlar con una mina y me ofreció comprarme la producción, para venderla ella. Se llamaba Mercedes y era de alta sociedad, estaba separada y vivía en un tremendo departamento de Callao y Libertador, adonde yo iba a llevarle los pedidos. Un día, charlando de todo un poco me dijo: vos tenés un discurso intelectual y un nivel cultural que no va con lo de artesano ¿estás clandestino?. Nos sinceramos y resultó que ella estaba en Montoneros, a las órdenes del Negro Roberto Quieto. Era muy raro, pero yo necesitaba vender la mercadería, así que el contacto me convenía. Una tarde fui a hacer una entrega y me atendió la empleada doméstica, asustadísima, porque un rato antes Mercedes había sido secuestrada por una patota militar. Enseguida lo llamé al exmarido, un hombre de apellido Miguens, y le tiré todos los datos. “Mercedes estaba relacionada con Montoneros y yo también, dame 5 minutos y hacé lo que quieras”. Salí del edificio con la seguridad de que había milicos esperándome, crucé la avenida Libertador sin mirar, esquivando los autos y pensando que era preferible morir atropellado a que me agarraran; tomé un colectivo hacia cualquier parte, después otro y otro, hasta que me bajé no sé en donde y ya más tranquilo pregunté cómo podía hacer para volver a Avellaneda”. (Aquella militante clandestina se llamaba Mercedes Oliveira Cézar y había estado casada con Ricardo Miguens, hermano del ex presidente de la Sociedad Rural; desapareció el 22 de agosto de 1976 y nunca se supo más de ella).

Hacia Brasil y Bélgica
“Pasó un tiempo y entré en contacto con un compañero, ex militante, que vendía artesanías, y por él supe que existía el ACNUR (organización para ayuda a los refugiados) y la variante de salir a Brasil primero y a Europa después. Así me preparé para rajarme a Brasil para fines del Mundial del 78, cuando iba a producirse mucho movimiento en la frontera.
Hasta ese momento yo me movía con un documento falso, pero ya estaba cansado de esa simulación, así que le pedí a mi hermano Miguel Angel que me prestara su libreta, para tomarme un micro. Hablé con mi viejo, que estaba en Buenos Aires en esa época y había vendido una casa y tenía plata. Yo nunca tuve una buena relación con mi viejo, pero cuando hacía falta siempre estaba. Le dije que tenía que irme; “hace rato que tendrías que haberte ido” me contestó, y me dio la plata para el pasaje. Lo cité en una plaza de Avellaneda, estaba sentado en un banco y cuando me acerqué me dijo: “quedate tranquilo ese mono que está allí es tu primo, que vino para acompañarme”; ¡era un sobrino de mi viejo que era capitán del cuerpo de paracaidistas de Córdoba y fue para custodiar a mi viejo para que no le pasara nada! Me compré un pasaje en colectivo para Río de Janeiro y rajé, yo solo primero. Fue un momento dramático, de mucha tensión, cuando llegamos al control y los milicos requisaron todos los documentos de los pasajeros, y nos dejaron esperando una media hora dentro del micro. ¡Era empezar una nueva vida!
En Brasil a través de Cáritas me daban una asignación mensual para pagar un alquiler y comida; con el muchacho que había conocido en Buenos Aires, apelado “el chiquito” por su tamaño, vivíamos en un pueblito de las afueras de Río de Janeiro, y después alquilamos una casa quinta en una aldea de pescadores. Esperábamos que nos saliera la visa para algún destino europeo, y me salió al mismo tiempo para Bélgica y Suiza. Yo me quería ir a Suiza y Marta a Bélgica, porque allá estaban refugiados Augusto Pérez Lindo, licenciado en filosofía, que había sido director de Planeamiento de la Universidad Nacional del Comahue del 72 al 75, antes del exilio, y Víctor Benamo, abogado, que había sido rector de la Universidad Nacional del Sur en 1973.
Bruselas es una ciudad muy bella y ordenada, donde vivíamos unos 300 refugiados argentinos. Allá me enganche de nuevo con la orga, para la denuncia de las violaciones los derechos humanos, en el marco del Movimiento Peronista Montonero que habíamos armado en el exilio. Hacíamos contacto con representantes de todos los movimientos de liberación de distintos puntos del mundo. Nosotros éramos los que difundíamos la mala imagen del país, je!, esa de la que se quejaba Mirtha Legrand”.

El exilio
“Yo nunca desempaqué las valijas, yo llegué a Bélgica y me instalé, pero no hubo un solo día en que no me levantara pensando que tenía que estar acá. Permanentemente había recuerdos y nostalgias de las cosas del país, de la gente, de los lugares. En Bélgica una familia nos recibió y dio alojamiento, después tuvimos capacitación sindical y un seguro de desempleo con el que pudimos alquilar una casa estatal; y la Comuna nos daba subsidio para pagar los servicios públicos. Yo conseguí laburo, en negro, limpiando coches de subte de noche, y Marta limpiando casas. Al tiempo ella y yo nos separamos, y me fui a Lovaina, en cuya universidad gané una beca y me anoté en la carrera de Análisis Político de Países en Vías de Desarrollo. Me pusieron de apodo “Cordobazo” porque tuve que hacer un trabajo de investigación para una conferencia magistral en francés sobre los hechos de mayo de 1969, fue duro pero creo que salí airoso. Ya me había ido de Montoneros, enojado por la famosa operatoria de la contraofensiva, y estaba en Montoneros 17 de Octubre. Terminé ese diploma entre 1980 y 1981, volví a Bruselas, me enganché con Laura, una compañera ex presa de Río Gallegos. En esa etapa me integré a la Comisión Argentina de Derechos Humanos CADHU que trabajaba en simultáneo entre Madrid, París y Bruselas, donde estaba yo. Hacíamos denuncias, le metimos mucho ruido en Europa. Fue un tiempo de emoción compartida y de mucho estudio también. Terminada la dictadura fui al consulado para gestionar mi pasaporte, y el cónsul me avisó que no podía volver porque en cuanto llegara a Ezeiza me metían en cana por 6 pedidos de captura. Marta ya se había vuelto y me consiguió un abogado, Carlos Gadano, para que me limpiara las causas. Fueron dos años de espera, hasta 1985, cuando al fin tuve todo en orden para volver. Todo ese tiempo me quedé con mi hija Juliana, que estaba en la escuela secundaria.”

Atontado en Buenos Aires
“Cuando llegué a Buenos Aires creo que me atonté, primero me puse a dar clases particulares de francés, yo sabía que acá estaba la oportunidad de la reincorporación y todo eso, pero no reaccionaba, tenía miedo de volver. Me fui a lo de mis tías y un día me lo encuentro a Pipo Lini, que me dejó una casa en Villa Martelli y también me ofreció asociarme en un kiosco en Constitución, así que durante un año me la pasé viajando una hora en colectivo desde Martelli a Constitución. ¡Una locura! La esperaba a Laura, que se había quedado en Bélgica terminando una carrera de traductora, pero un día me llegó una carta avisando que se había enamorado de otro ¡y se me acabó el mundo!.
Finalmente me vine de vuelta a Viedma, y con el flaco Di Leo me acomodé en la chacra que tenía en el IDEVI; empecé a buscar laburo y en la escuela Isla Malvinas de Patagones estaba como directora Rosario Dellagnolo que había sido mi maestra en la escuela 2, cuando ataba el caballo en la puerta. Me recibió con los brazos abiertos “yo pensé que estabas muerto, negrito” y me dio un montón de horas cátedra. Pero no fue fácil, hubo comentarios y mala onda, al principio algunos me daban vuelta la cara, más tarde empecé a encontrarme con los compañeros que abrían el corazón y sentí que había vuelto a casa, adonde había empezado a soñar con la Utopía”.