domingo, 27 de marzo de 2011

Cuando la dictadura secuestró personas, prohibió libros y discos, y censuró el pensamiento

 Arriba: la muestra "Prohibido prohibir" recuerda las piras donde se quemaron miles de libors; abajo: "Aca están", exposición de fotos, objetos y textos en homenaje a los desaparecidos de Viedma y la zona.

La dictadura cívico militar, de cuyo inicio formal se conmemoran 35 años en estos días, tuvo manifestaciones represivas en el campo de la cultura, no sólo a través de la persecución de artistas y creadores de todas las disciplinas, sino también con la prohibición para la circulación de discos y libros.
No cabe ninguna duda de que los efectos más graves y dolorosos del terrorismo de Estado los sufrieron los miles de detenidos-desaparecidos-torturados-encarcelados-asesinados. Pero quienes no padecimos esas atrocidades también fuimos víctimas de una acción deliberada y sistemática, consistente en la intimidación y el acoso permanente. Pensar diferente era peligroso y podía ser castigado con la muerte. Escuchar un disco prohibido era peligroso. Leer un libro o una revista censurados era peligroso.

Acá están
El imprescindible homenaje para con los desaparecidos-asesinados se cumple en estos días en la ciudad de Viedma, en la muestra de fotografías, textos y objetos denominada “Acá están”, que bajo la organización de la Asociación de Víctimas y Familiares del Terrorismo de Estado se ofrece en la Casona de los Derechos Humanos Eduardo Bachi Chironi; recientemente inaugurada en el mismo predio ocupado, hasta 1984, por una dependencia del Batallón de Inteligencia del Quinto Cuerpo de Ejército.
Las imágenes fotográficas (con un delicado tratamiento estético) y los recuerdos de aquellos que dejaron huecos en la historia familiar y social constituyen un conjunto emotivo y muy fuerte, motivador de reflexiones necesarias. Es muy acertado el título: “Acá están”. Porque la presencia imborrable de los desaparecidos de la región se siente, se palpita.

Huellas de la hoguera
En otro ámbito de la capital rionegrina, los altos de la Manzana Histórica donde se ubica la sala de usos múltiples del Museo del Agua y del Suelo, está montada la exposición “Prohibido prohibir”, destinada a rememorar los mecanismos y efectos de la prohibición de libros y discos, entre 1976 y 1984.
En varios paneles muy ilustrativos se recuerdan algunas de los bandos militares dirigidos específicamente a la censura. Concretamente este comunicado número 19, del 24 de marzo de 1976, que firmaba el trío criminal (expresión que este cronista se permite utilizar porque la comisión de crímenes ha sido probada y condenada por la Justicia Federal en diversos fallos) compuesto por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti.
“Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o al terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta diez años, el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes, con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas Armadas, de Seguridad o Policiales.”
Para el estricto cumplimiento de esta directiva se formaron ‘comités de inteligencia y análisis de contenidos’, con la participación de civiles provenientes de los sectores más conservadores (laicos de estrecha vinculación con el Episcopado, en muchos casos) que determinaban qué se podía leer y qué no, qué se podía escuchar y qué no.
La siguiente información, tomada del intervenido diario “La Opinión” el 30 de abril de 1976, refleja ese tipo de “razzias culturales”, con la barbarie de la hoguera.
“El 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano.. Dijo que lo hacía "a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas... para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos". Y agregó: "De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina".
Las listas de libros prohibidos contenían a todos los autores imaginables de la izquierda nacional e internacional, desde el inocente Marx en adelante; la narrativa latinoamericana de los últimos 30 años (Mario Vargas Llosa estaba interdicto, también, aunque hoy sea reverenciado por la derecha) y la totalidad de los pensadores europeos surgidos después del mayo francés. Entre los cientos de obras prohibidas hubo casos que, aún a pesar del terror dominante, movían a risa. Por ejemplo se recuerda que en el marco de una Feria del Libro fue secuestrada una obra de estudio para física, en la facultad de Ingeniería, titulada “La cuba electrolítica” referida ya no al país socialista sino al recipiente en donde se introducen electrodos.
La presión y las amenazas llegaron, naturalmente, a las bibliotecas públicas y populares; donde sus bibliotecarios se vieron obligados a ocultar –en sótanos y altillos, a veces en las casas de particulares- los libros que estaban prohibidos.

Los oídos clausurados
Así como se prohibían libros también se impedía que determinados cantautores e intérpretes pudieran expresarse. Esta censura se manifestaba, en forma explícita, en las largas listas que el desaparecido Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) enviaba a las emisoras de radio, indicando taxativamente que no se autorizaba la difusión de enorme cantidad de discos.
En esas horribles “listas negras” tenían el dudoso privilegio de figurar intérpretes de talento y carisma popular como Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, y Horacio Guarani. Pero también, con el objetivo de preservar “el buen gusto”, eran cercenados cantantes como Coco Díaz, por el simple hecho de provocar la risa de la gente. Una de las canciones que “se consideraban no aptas para ser difundidas por los servicios de radiodifusión” era “Juana Azurduy” con música de Ariel Ramírez y letra del historiador-poeta Félix Luna, que desde 1972 popularizara la Negra Sosa. ¡Y, claro, cómo no iban a impedir los milicos y su corte civil los versos que dicen “Truena el cañón, préstame tu fusil, que la revolución viene oliendo a jazmín. Tierra en armas que se hace mujer, amazona de la libertad”!
Algunos de estos temas antes prohibidos, emblemas de la resistencia cultural, se pueden escuchar allí en la muestra del Museo del Agua, en discos de vinilo reproducidos en un tocadiscos Winco (que funciona a la perfección) y maneja con mucho cuidado la museóloga Itatí Valle.
El movimiento del rock nacional, que desde fines de la década del 60 soplaba con el viento de ideas renovadoras despeinando los largos pelos de la juventud, también fue objeto de persecución. Sobre este aspecto, así como el resurgir posterior a la guerra de Malvinas, ofreció una ilustrativa charla el estudioso del rock (además de médico siquiatra) Guillermo Cabella en la Biblioteca de la Legislatura.
Censura contra Televiedma
Hubo un episodio, ocurrido aquí en Viedma, muy ilustrativo sobre el grado de violencia de los militares en este tópico de la represión de las ideas. El 15 de junio de 1976 era una tarde más de aquel invierno y en la casona de la calle Mitre 919, en donde funcionaban los estudios de Televiedma Canal 2, los empleados encargados de iniciar la transmisión se aprestaban para la rutina cotidiana. A las 17,30 se ponía en pantalla lo que se daba en llamar “señal de ajuste”, con la difusión de una selección musical, acompañada por imágenes de tapas de discos. Sobre una pared del estudio de programación en vivo se adherían los cartones de las referidas tapas (de aquellos LP que ya pasaron a la historia) y la telecámara quedaba enfocada, generalmente fija, sobre las fotos con los rostros de artistas y modelos que ilustraban esas fundas discográficas.
Algunas de esas tapas correspondían a vinilos que se conservaban en la discoteca del canal, en otros casos se trataba de material de difusión publicitaria. Esa tarde, allí pegada sobre la pared del estudio “del vivo”, esa tarde había un cartón que tenía ya alguna antigüedad, con las caras de Ernesto “Che” Guevara y Fidel Castro, de un disco tipo “voces del siglo XX”. Fue así que la cámara se posó unos segundos sobre esas imágenes, mientras se escuchaba el tema musical “La serenata del soñador”, del norteamericano Neil Diamond.
La emisión de los rostros de los máximos responsables de la revolución cubana duró apenas unos segundos, porque la cámara hacía un paneo sobre las tapas. No habían transcurrido más de 15 minutos cuando llegó a la sede de Televiedma un patrullero de la delegación local de la Policía Federal. La orden de los uniformados era imperativa, los empleados de transmisión y los directivos del canal debían ser trasladados a la sede del Distrito Militar, sobre la calle Colón, esquina Roca (hoy Aguas Rionegrinas).
Rolando Baravino y Carlos Salazar eran los directivos del canal en ese entonces, el primero como gerente general y el segundo como director de programación. Ellos acompañaron a los empleados Emilio León y Raúl Torres a la dependencia militar. Todos pensaban que la circunstancia sería fácilmente aclarada, que se podría explicar que los rostros de los dirigentes marxistas habían aparecido en pantalla por pura casualidad y que la canción emitida no guardaba ninguna relación con Fidel y el Che. No podían imaginarse, dentro de su buena fe, que serían trasladados al Quinto Cuerpo, en Bahía Blanca, donde los tuvieron detenidos 15 días, bajo permanente presión psicológica, acusados de haber violado el comunicado 19 de la Junta Militar. Tras ese injusto e ilegal castigo fueron dejados en libertad, pero quedaron procesados en el fuero Federal y recién en 1985 -¡nueve años después!- lograron el necesario y merecido sobreseimiento definitivo.











domingo, 13 de marzo de 2011

Don Zatti, presente en el afecto popular 60 años después de su muerte


El venidero martes 15 de marzo se cumplirán 60 años de la muerte de Artémides Joaquín Desiderio María Zatti, más conocido como Don Zatti; bautizado popularmente como “el enfermero santo”, declarado formalmente como beato de la Iglesia Católica por el Papa Juan Pablo II el 14 de abril de 2002.


Cuentan las viejas crónicas que una nube negra de dolor cubrió a Viedma aquel 15 de marzo de 1951, cuando se supo que había expirado el querido coadjutor salesiano, tras varios días de agonía como consecuencia de un tumor hepático. Pero la muerte física fue superada por el afecto y el reconocimiento de la gente que lo trató, a lo largo del medio siglo que ejerció como enfermero y responsable del modesto hospital salesiano.
La acción solidaria de Zatti, atravesando guadales de los barrios en medio de las más fieras tormentas, sus acertadas curaciones en el hospital San José que sostuvo sobre sus hombros durante más de 40 años, su predilección por los más pobres y despojados de todo bien material, su fortaleza física y espiritual, los cientos de anécdotas que reflejan su proverbial humor ante la adversidad… en fin: todo un conjunto de datos que pertenecen al imaginario colectivo de Viedma. Hechos que cobraron identidad en el recuerdo afectivo de muchas familias, que se prolongan en el tiempo ante el testimonio permanente de personas que han logrado superar complejos trances de salud invocando su protección y elevándole oraciones.
Hay amor y reconocimiento hacia Zatti, porque se lo siente cercano y presente. Seguramente por ello es que nunca falta un ramo de flores en la base del principal monumento que lo recuerda, en la esquina de las avenidas Guido y Rivadavia, en uno de los ángulos del solar ocupado por el importante hospital público de Viedma, que acertadamente lleva su nombre.
En el interior del centro de salud su nombre es pronunciado continuamente, tanto en los labios de los pacientes como de los profesionales. Hace 6 años, cuando un jovencito de Patagones ganó una dura batalla contra la muerte, por las balas recibidas en su cuerpo por la demencial agresión de un compañero suyo de escuela, este cronista le escuchó decir a uno de los médicos de terapia intensiva que “Zatti pasó por aquí y P…. pudo reponerse, porque fue casi un milagro”.
Es difícil de entender, por ello mismo, que el actual director del hospital viedmense le ponga trabas a la iniciativa de la Asociación Amigos de Don Zatti, una entidad civil que sólo busca la recordación del beato, en el sentido de construir –dentro del predio del nosocomio- una pequeña capilla en donde los creyentes católicos puedan elevar sus prédicas religiosas. “Tenemos el plano, los materiales donados, el compromiso de un organismo para pagar la mano de obra, sólo nos falta la autorización del director, que tiene la carpeta en el último cajón del escritorio…” se lamentó uno de los directivos de la referida entidad.

Dos monumentos y un vitral
Las imágenes que recuerdan a Zatti son muchas, tanto en registros fotográficos como dibujos en lápiz y cuadros al óleo. Aquí en Viedma, en el sitio que el samaritano italiano eligió para su vida y su muerte, existen tres expresiones importantes realizadas en distintos tiempos por diferentes artistas y con técnicas disímiles.
El primer caso (para este cronista el más importante) es el monumento en bronce inaugurado en mayo de 1956, en la referida intersección de Guido y Rivadavia, que fue financiado por suscripción popular y se le encargo al calificado escultor Luis Perlotti (1890-1969). La obra tiene tres partes: el busto que muestra al enfermero con su beatífica sonrisa, sosteniendo un crucifijo en la mano izquierda y extendiendo la derecha en actitud de dar; acompañado por dos bajos relieves, que lo muestran en actitudes comunes de su vida, la atención de un paciente y la recorrida por un barrio, con su infaltable bicicleta.
El segundo caso es una escultura en cemento armado, que se inauguró en abril de 2002 en los jardines de la parroquia Don Bosco, sobre el boulevard Ituzaingó, con motivo de la beatificación. La obra, de dos metros de altura, representa a Zatti en un gesto de protección y solidaridad; está arrodillado sobre su pierna derecha y sostiene con sus brazos –al mismo tiempo apoyado sobre su muslo izquierdo- a un niño que descansa relajado y feliz, como aliviado de todo mal. Fue realizada por el arquitecto y artista plástico Alejandro Santana, por especial pedido del padre Lucio Sabatti, por entonces párroco de Don Bosco en esta capital. Cabe agregar que Santana es también el autor de las esculturas del gigantesco Vía Crucis de Junín de los Andes, en Neuquén.
El tercer caso, del año 2008, es el vitral colocado en el atrio de la misma parroquia de Don Bosco, santuario de los venerados restos de Zatti, que fue creado y realizado por el plástico Victor Hugo Davis, como una donación a la comunidad de Viedma. En el vidrio se representa el rostro sonriente del beato y también aparecen dos escenas de su vida.
El monumento ubicado en la esquina del hospital padece un cierto olvido municipal (dado que le corresponde al Municipio el mantenimiento de los espacios públicos) y se observan grietas en el revoque del basamento, roturas en la base, pintadas y manchas.
Susana Pazos, de la Asociación de Amigos, adelantó que este lunes un pintor contratado por la institución se encargará de darle “una lavada de cara” para el acto del día 15. Pero está haciendo falta una intervención urbana que ponga en valor el conjunto escultórico, disponga iluminación ornamental y otras mejoras. Don Zatti fue una figura destacada de la vida social de Viedma y merece ese reconocimiento. Es responsabilidad de la autoridad de la ciudad contribuir a venerar y respetar la obra de aquel hombre ejemplar, que nos protege desde algún rincón del espacio sideral.
Y algo más: tampoco tiene todo el cuidado correspondiente el monumento situado en puertas de la parroquia Don Bosco, y el presunto jardín que lo rodea es hoy solamente un yuyal. ¿Los salesianos también se habrán olvidado de Zatti?

Los recuerdos vivos
El ineluctable paso de los años aleja del mundo de los seres vivos a quienes tuvieron la dicha de conocer y tratar a Artémides Zatti. Por ello la Asociación de Amigos pone énfasis, en las previsiones para la conmemoración de este martes, (a partir de las 18,45) en el momento de los testimonios expresados de viva voz por los presentes. La finalidad es el rescate de historias personales y familiares que acerquen en el tiempo, seis décadas después, la querida figura del llamado “pariente de todos los pobres”.
En esta ocasión, una vez más, se percibirá la ausencia del maestro Juan Carlos Tassara (fallecido en agosto del 2007 a los 92 años) quien habitualmente relataba, con suma gracia y detalle, momentos de la vida de Don Zatti.
Por ejemplo aquella anécdota que transcurrió en la sala de operaciones del hospital San José. “Una vez, al entrar al quirófano dejó la puerta mal cerrada. El médico (el doctor Harosteguy) lle gritó, entonces, ¡Zatti por Dios la puerta!, él la cerró y volvió riéndose. Entonces el médico le preguntó, enojado ‘¿y ahora por qué se ríe?’. Y Zatti contestó, siempre sonriente, ‘porque al dejar la puerta abierta logré que se acordara de Dios, doctor”.
Tampoco estará el sacerdote Emilio Barasich, muerto hace un par de años, que alguna vez recordó esta preciosa estampa. “En diciembre de 1946 en Fortín Mercedes yo terminaba sexto grado, y una mañana estaba con otros dos compañeros llevando una tapa de hormigón armado, ellos aflojaron y no alcancé a aguantar el peso, entonces la tapa se me vino encima y me aplastó la mano izquierda. Enseguida se me hizo un hematoma y se puso toda morada, me llevaron entonces a la enfermería del colegio. Allí estaba de paso Don Zatti, ordenando un poco los medicamentos, me sonrió y me dijo “Oh, qué te pasa hijito” y me colocó una pomadita, me vendó y pareció que me estaba curando más con la palabra que con el remedio, y así a los pocos días ya estaba sano. Y esa mano, cuando pasaron los años, fue consagrada para poder levantar la hostia. Ese es mi recuerdo de Don Zatti, que se hizo presente con su gesto de cercanía, para curarme”.
El mismo padre Barasich (muy estimado por su labor como párroco de Carmen de Patagones entre 1999 y 2005) que sería uno de los principales testigos en el “juicio de beatificación” de Don Zatti, porque acompañó todo el tiempo al joven seminarista Carlos Bossio cuando entre febrero y abril de 1980 cayó enfermo con peritonitis y un cuadro de infección generalizada y se sanó por milagro por intercesión del enfermero coadjutor.
Quedan, por suerte, las historias transmitidas de boca en boca; muchas de las cuales fueron recogidas por María Cristina Casadei en su bello libro “Crónica de un ángel a pedal”.

Estar presentes
Este cronista se reunió, hace pocos días, con varios de los miembros de la Asociación de Amigos de Don Zatti, allí donde se levanta el monumento de homenaje tallado por Perlotti. Hugo Porro, presidente; Susana Pazos, secretaria; Olga Bocchi, tesorera; y las vocales Ana María De Rege y Patricia Simonini. Repasaron los aspectos principales de los actos del día 15, con la recordación de las 18,45 y después, a las 20, en la parroquia Don Bosco la celebración de la Santa Misa y Unción de los enfermos.
Para este puñado de viedmenses lo importante es estar presentes, no renegar de la memoria, no ceder ante el olvido y seguir bregando por el permanente reconocimiento al hombre que fue reconocido como beato, en los protocolos, y es santo en el corazón del pueblo.

domingo, 6 de marzo de 2011

La Pichona se paseó por el centro de Patagones








La tarde del sábado 5 de marzo de 2011 quedará en la historia de Carmen de Patagones, porque la chata La Pichona de Pozzo Ardizzi, un verdadero pedazo de la historia de la región, desfiló por las calles de esta austral ciudad bonaerense, en el marco de la Fiesta de la Soberanía Patagónica. Para asegurar su participación en el desfilo vino gente de Chivilcoy: Carlos Bonino, joven criador de caballos y miembro del Centro Tradicionalista El Jaguel que fundó su padre, fallecido hace poco tiempo. Trajeron 6 yeguas percheronas que tiraron la chata por calles céntricas de la población. Las riendas las manejaba el propio Bonino y alli arriba de la chata iba, orgulloso (con justificado mérito) don Luis Facio, el responsable de la maravillosa reconstrucción del espléndido carruaje con ruedas traseras de 3,80 metros de altura. Fue un momento de profunda emoción para este cronista, que hace algunos años documentó el lamentable estado de abandono en que se encontraba La Pichona, tirada en un campo de las afueras de la ciudad.
La restauración fue solventada por el empresario Alberto "Cholino" Pozzo Ardizzi, nieto del  propietario de aquel enorme carro. Quienes quieran ver a La Pichona en movimiento pueden entrar en el sitio www.youtube.com  y buscando "desfile del 7 de marzo - Patagones" podrán encontrar 2 videos, de 27segundos cada uno, en donde se va a la chata a poco de arrancar para el desfile, donde cosechó miles de aplausos de la concurrencia.
La serie fotográfica es la siguiente: 1, 2, 3, 4 y 5: en la rotonda del hospital; 6, enfrente de la Municipalidad; 8, Facio saluda desde la chata; 9: por la calle principal de Patagones.: