miércoles, 23 de junio de 2010

Ingeniero White, un territorio pleno de sorpresas y reliquias arquitectónicas


A tan sólo 10 kilómetros de Bahía Blanca está Ingeniero White, un barrio, un puerto, un territorio pleno de historias y riqueza arquitectónica. Esta crónica propone un recorrido, con referencias, impresiones y algunas fotos, como invitación para un paseo de jornada completa.

Hay antecedentes históricos muy remotos, como el paso del explorador portugués Hernando de Magallanes en 1520 y su registro de una bahía que llamó “de los bajos anegados”. Hacia 1828 el coronel Estomba, que cumplía órdenes del gobierno nacional, identifica el lugar como Puerto Esperanza, en cercanías de la Fortaleza Protectora Argentina, que es actualmente la ciudad de Bahía Blanca.
En 1833 llegan el marinos británico Robert Fitz Roy con su barco “Beagle”, que llevaba a bordo al naturalista Charles Darwin y como piloto a James “el Cojo” Harris (muy conocedor de Carmen de Patagones, donde tuvo participación en el combate de 1827, volvió, se casó y formó una familia). Los dos experimentados navegantes realizaron una minuciosa exploración y sondeo de las aguas de la bahía, determinando puntos navegables, dirección de canales, existencia de bancos y características de las costas.
El 15 de octubre de 1882 entró en el actual puerto whitense el primer vapor de ultramar; y un año después el Gobierno Nacional, con la generosidad que lo caracterizaba en relación con las empresas de capital británico, le otorgo al Ferrocarril del Sud el permiso para construcción de un muelle de carga y descarga. Estas obras se inauguraron el 26 de septiembre de 1885; y pocos años después se empiezan a construir los enormes silos de almacenamiento de granos, que completan el formidable negocio de los ingleses. El nombre de Ingeniero White, para la progresista localidad que ya en 1900 registraba 5 mil habitantes, le fue asignado como homenaje a un funcionario de la mencionada empresa ferroviaria.
Para principios de siglo el puerto y su pueblo tenían una población donde se mezclaban inmigrantes de todas las nacionalidades y los criollos, todos amalgamados en el trabajo pesado de los oficios portuarios y marítimos, y también en la formidable expansión de los ferrocarriles, que tuvo en White una de sus playas de maniobras más extensa.
La vida comercial del pueblo-puerto creció con enorme velocidad, muy pronto pulularon almacenes navales y de ramos generales, bodegones, hoteles, tiendas y casas de ropa; y, por supuesto, piringundines, cantinas bulliciosas y salones de baile para la diversión nocturna.
El estímulo intelectual y cultural se sumó con el magnífico teatro (refaccionado y en pleno funcionamiento, en nuestros días), biblioteca y sociedad de fomento, y hasta un cine (el “Jockey Club” donde la leyenda cuenta que pudo haber cantado Carlos Gardel).
Hoy la realidad de Ingeniero White es distinta. La actividad portuaria cerealera se mantiene, modernizada con la incorporación de sistemas automáticos de transporte computarizados, almacenamiento y carga; y la reciente incorporación de las industrias petroquímicas, revitalizó la región. Pero la cantidad de mano de obra ocupada se redujo sensiblemente, la paulatina clausura de los servicios ferroviarios mermó también este sector laboral, y todo el esplendor social y comercial que tuvo hasta los años 60 se redujo a una mínima expresión.
Una recorrida actual por White permite adentrarnos en la nostalgia, tomar contacto visual con elementos sobrevivientes del pasado, conocer su rica historia y profundizar vivencias.
El museo del puerto
El Museo del Puerto, creado en 1987 por iniciativa de un grupo de vecinos, es un centro comunitario ubicado en el corazón de White, en una antigua y muy bien reciclada construcción. Un edificio de chapa y madera sobre pilotes construido en 1907 por la compañía inglesa del Ferrocarril del Sud para el Resguardo de Aduana. Entre sus diez salas se cuentan ‘la peluquería’, ‘la cocina’, ‘el bar’ y ‘el aula’. Pero la labor del museo no se limita al edificio, y es precisamente el trabajo con el patrimonio natural y cultural del pueblo aquello que lo distingue.
Un documento del área cultural de la municipalidad de Bahía Blanca, que maneja el museo, sostiene que “fue creado con la convicción de la necesidad de establecer un ‘ida y vuelta’ constante entre la institución y los vecinos. Ing. White, que surgió a fines de siglo pasado como parte del proyecto modernista del progreso (capital inglés y músculos de inmigrantes), fue un pueblo con mayoría de italianos y españoles que recibió además a croatas, griegos, judíos, belgas y polacos entre otros grupos de extranjeros.”
“Es desde allí que el Museo del Puerto trabaja con la historia inmigratoria y actual de los vecinos a fin de rescatar su vida cotidiana y motivar, en particular en los visitantes de las escuelas, una percepción intensa del presente” explica el texto oficial.
El ferro White
Un poco más allá, en el predio de la desactivada Usina General San Martín, se ubica el museo de temas ferroviarios “Ferro White”, donde se exhiben maquetas, maquinarias y herramientas de los talleres de mantenimiento del ferrocarril. El lugar está atendido personalmente por viejos trabajadores ferroviarios que cuentan con gusto y anecdotario muy ameno sus historias personales.
El castillo
Pero en ese sector de Ingeniero White se impone la presencia monumental del “castillo” que durante muchos años albergó una poderosa usina termoeléctrica. El ingeniero Mario Minervino, fuente imprescindible de consulta cuando se trata de temas del patrimonio histórico urbanístico y arquitectónico de Bahía Blanca y su zona, hizo esta reseña en su sitio www.labahiaperdida.blogspot.com
“La obra fue construida por la compañía "Empresas Eléctricas de Bahía Blanca" entre 1928 y 1932, como respuesta a la exigencia del municipio de construir una nueva usina (en lugar de la que operaba en Loma Paraguaya) a esta firma de capitales italianos que tomó la concesión del servicio eléctrico que desde principios del siglo XX estaba en manos de las empresas ferroviarias inglesas (Buenos Aires al Pacífico (1907-1924) y Ferrocarril del Sud (1924-26)).A pesar de que muchos refieren a su estilo como inspirado en el gótico, sobretodo por la aparición de arcos ojivales, el mismo responde a los lineamientos de la arquitectua medieval propia del Románico lombardo, lenguaje adoptado por la Compañía Italo Argentina para sus usinas, estaciones y subestaciones, tanto en la ciudad de Buenos Aires, como Bahía Blanca, siendo una de las primeras empresas en adoptar una imagen corporativa a través de su arquitectura. A fines del siglo XIX, ese estilo era considerado como un estilo nacional en Italia.El edificio de Ingeniero White fue diseñado por el arquitecto Molinari y si bien su terminación exterior simula ser una construcción en piedra, de acuerdo a los modelos del medioevo, se trata de un revoque de varias tonalidades aplicado sobre una tradicional estructura de hormigón armado.
El Castillo de Ingeniero White se encuentra desde hace casi dos décadas en completo abandono, sin posibilidad además de ser visitados sus impactantes espacios interiores debido al mal estado general de la obra”
Uno de los detalles llamativos del Castillo es la estatua de San Jorge en lucha con el dragón, que le fue encargada al escultor italiano Troiano Troiani, que se había radicado en la Argentina en los primeros años del siglo 20 y tuvo a cargo, entre otras realizaciones, el diseño de las farolas de la Plaza del Congreso, en Buenos Aires.
Sorpresas por todas partes
Pero White es un verdadero yacimiento de piedras preciosas para el amante de la observación de la arquitectura antigua; de las construcciones de chapa típicas de la época del desarrollo ferroviario portuario; y las emblemáticas edificaciones de generosas dimensiones y detalles novedosos (para la época) que a partir de la tercera década del siglo 20 mostraban con orgullo las familias pudientes.
En una recorrida por la localidad, hace pocos días, este cronista encontró dos antiguas casonas diseñadas con estilo “art deco” (en furor desde 1920 en adelante), una sobre calle Brown (ex J. Harris) y otra en la esquina de Brown y Fiches. La dos tienen la “firma” en sus fachadas, de un tal Kurt Buska. Para intentar saber quien fue Buska, un dibujante de planos de probable origen germánico, se consultó al profesor Conrado De Lucía, polifacético vecino de Ingeniero White, licenciado en Filosofía, historiador y tanguero, conductor de un espacio en radio Nacional de Bahía Blanca, que proporcionó algunos datos valiosos.
Relató que el mencionado Buska aparece en 1945 como autor de la "Casa de la Autonomía", en la ciudad de Punta Alta; y también identificó a los antiguos propietarios de dos viviendas de White que también salieron del tablero de dibujo del enigmático diseñador.
“Hablé largamente por teléfono con un ex whitense, el lic. en letras José Rubén Pupko, quien hace cincuenta años vivía en la planta alta del edificio de dos pisos Siches y Brown (una de las casas diseñadas por Buska), en el local de la esquina estaba la tienda de su padre, y en la casa contigua de la planta baja vivía la dueña, la señora de Enrique Lombardo, hombre adinerado –propietario, entre otros bienes, de una bodega en Mendoza, que fue quien hizo construir el edificio en cuyo frente consta "Kurt Buska Oficina Técnica".
“En cuanto al otro gran edificio de una sola planta (ver foto), que se extiende con un frente de media cuadra, perteneció a Alejandro Dignani, quien lo hizo construir para su ferreteria "La Fama", la primera y durante décadas la única de Ingeniero White” precisó el amable estudioso.
En suma: la propuesta de este cronista es la de visitar Ingeniero White, preferentemente un sábado o un domingo por la tarde, que es cuando los museos mencionados están abiertos al público y dejarse llevar por la nostalgia, para volver un poco al pasado glorioso del pueblo-puerto.


lunes, 14 de junio de 2010

El mes de junio, jalonado de acontecimientos en la historia del periodismo gráfico de Viedma y Patagones

La Calle (arriba) que aparece el 15 de junio de 1979, como una voz alternativa al discurso de la dictadura militar; y El Nacional (abajo) que salió por primera vez en junio de 1925, y fue bastión del pensamiento militante del radicalismo, enfrentado con los gobiernos conservadores.
El mes de junio está marcado por importantes acontecimientos en la historia del periodismo gráfico en la Comarca de Patagones y Viedma. En 1879 apareció “El Río Negro” de los hermanos Guimaraens; pero hubo otros sucesos posteriores en esta misma época del año.

En 1925 y 1979, momentos de la historia argentina muy disímiles, aparecieron publicaciones que tendrían fuerte presencia en la región; y en 1937 se inauguró la imprenta que fue la más moderna de Carmen de Patagones y la zona, donde se editaron varios periódicos. Esta crónica intenta el homenaje a aquellos trabajadores gráficos y periodistas.
El Nacional de Martínez
Fue el 15 de junio de 1925 cuando apareció, en Carmen de Patagones, el primer número del diario “El Nacional” de Osvaldo Martínez. Este dato y otras precisas referencias fueron aportados a este cronista por Rolando “Tito” Martínez, hijo de aquel apasionado pionero del periodismo gráfico de la Comarca, en una larga charla allá por 2003.
“El Nacional” apareció como cotidiano hasta mediados de 1932, atravesó los últimos años de la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear, una parte del segundo mandato de Hipólito Yrigoyen y la primera etapa de la dictadura de Uriburu, levantando siempre las banderas de la UCR, en contra del golpe y del fraude. Una particularidad de esta publicación fue la de cambiar de nombre, pues de tanto en tanto aparecía con la denominación de “El Heraldo”. Porque había una determinada legislación (quizás hoy todavía vigente) que prohibía usar las palabras “Nación”, “Patria”, “Argentina” y sus derivados en las marcas de publicaciones u otros productos.
¿Quién fue Osvaldo Martínez, tipógrafo, impresor y redactor del diario El Nacional? Fue un activo y comprometido militante de la Unión Cívica Radical, gran admirador de don Hipólito Yrigoyen. Tanto que en setiembre de 1931, un año después del golpe militar que derrocó a Yrigoyen, fue detenido por la policía y trasladado a La Plata. Un hombre que se mantuvo toda su vida fiel a su pensamiento político y ocupó varias veces una banca como concejal de la UCR en el Honorable Concejo Deliberante de Patagones.
Osvaldo Martínez llegó a Patagones procedente de Venado Tuerto en el mismo año 1925 con apenas 30 años de vida y se hizo cargo de la imprenta abandonada por un tal Verón, en la esquina de Bynon y la actual calle Yrigoyen, por entonces Venezuela, en donde años más tarde estaría la estación de servicio de Malaspina, enfrente del Hotel Italia y del almacén de Abayú y Carmody.
“El Nacional” tenía ocho páginas, en formato grande tamaño “sábana” como “La Nueva Provincia”. “Tito” Martínez nos contó que la publicación se sostenía prácticamente por medio del trueque de publicidad por los elementos de subsistencia para la familia del editor. Así por ejemplo a cambio del aviso de Casa Los Vascos, siempre en el pie de la primera plana, se proveían en el tradicional negocio de España y Comodoro Rivadavia de todo lo necesario en materia de telas y vestimentas; del almacén de Malaspina sacaban los alimentos y así, en general...
Cuando se lo llevaron preso un grupo de amigos se hizo cargo de sostener la publicación diaria de “El Nacional” junto con su personal y no faltó tampoco el gesto solidario de un vecino de apellido Cristófaro, que tenía un almacén y le mandaba todos los días una caja con alimentos para asegurar que no le faltaran comida a su esposa y sus dos pequeños hijos.
Martínez recuperó la libertad algunas semanas después, y “El Nacional” siguió saliendo como diario hasta 1932, pero después, ya con algunas dificultades económicas y la presión de las circunstancias políticas del gobierno militar, decidió convertirlo en semanario. Pero a pesar de esas presiones no bajó el tono de su predica radical con fuertes enfrentamientos contra los conservadores, como se muestra en una reproducción en estas páginas.
En plena época del “fraude patriótico”, durante la “década infame” cuando era común la práctica de sacarle la libreta de enrolamiento a los peones rurales y otra gente de poca cultura cívica, para fraguarles el voto, “El Nacional” advertía, desde la portada, que ese documento no debe ser entregado a nadie.
En 1960 Osvaldo Martínez murió, pero sus hijos “Tito” y Enzo Néstor Julio, más conocido como “Tachuela” (este último todavía dedicado a la actividad tipográfica) lo siguieron hasta 1963, siempre como semanario.
La Heidelberg de Bagli
El 13 de junio de 1937 el local de la imprenta y papelería de César Bagli, sobre la céntrica calle Comodoro Rivadavia de Carmen de Patagones, se convirtió en escenario de una fiesta. Ese día se inauguró la más moderna máquina impresora de la región en ese tiempo, una Súper Heidelberg, importada de Alemania directamente a esta ciudad bonaerense.
César Bagli, italiano de nacimiento, había llegado muy pequeño a esta Comarca, con sus padres Tomás Bagli y Rosa Massini. En Buenos Aires realizó sus estudios de tipógrafo y allá mismo, en la calle Senillosa, instaló su primer taller. Hizo un pequeño capital y volvió a la comarca, donde la imprenta de Tomás Bagli e Hijos ya estaba acreditada. Pero prefirió abrirse camino solo y cruzó a Carmen de Patagones en donde ocupó una casa de la calle Comodoro Rivadavia casi esquina España y abrió su librería e imprenta; “solamente con una caja de sobres y un block de papel”, como solía recordar.
Empezó así en 1922 el desarrollo de una actividad empresarial que trascendió en lo social con la redacción, armado e impresión del periódico La Voz del Sud (además de otras publicaciones, por encargo de terceros); y se consolidó muy fuerte en lo comercial, porque sin dudas la calidad y puntualidad de sus trabajos tipográficos llamaba la atención en toda la región.
El progreso tuvo sus recompensas, a mediados de la década del ’30 César Bagli compra el amplio edificio de la calle Comodoro Rivadavia 292 y abre el salón de librería, papelería e imprenta más importante de esos tiempos.
En junio de 1937 inauguró allí, con un acto espléndido, la primera máquina impresora automática que llegaba a la región: una maravillosa Super Heidelberg, fabricada en Alemania, que podía imprimir cuatro mil hojas por hora, colocando las hojas sobre la platina a través de un sincronizado mecanismo de bombas de vacío. Para la instalación viajó especialmente desde Buenos Aires el mecánico alemán Helmut Jacob, enviado por la casa representante Curt Berger y Compañía, y la fiesta de presentación en sociedad, con la presencia de ilustres invitados, fue un acontecimiento social de relieve y ocupó la edición de La Voz del Sud del 17 de junio de 1937.
Como se estilaba por entonces hubo discursos. Habló Pedro Antonio Serrano, caracterizado vecino de Patagones, que fue gobernador del territorio de Río Negro y se afincó en la zona, cuyas dotes de orador eran famosas.
Entre otras consideraciones Serrano dedicó varios párrafos a realizar un paralelo entre la valoración de los pueblos por su importancia comercial y la existencia de bancos como evidencia de su prosperidad, y la valuación de una comunidad en mérito a la presencia de talleres gráficos de importancia. “Cuando se trata de inquirir el grado de adelanto de un pueblo podríamos preguntar: sus imprentas, sus casas tipográficas ¿son antiguas o modernas?; ¿cuentan con máquinas como las Marinoni de mi recuerdo o con elementos nuevos en las artes gráficas?; ¿tienen linotipos, máquinas múltiples Super Heidelberger?, ¿No las tienen?. Entonces su cultura general aún no ha alcanzado la verdadera jerarquía a que deben esperar.”
A partir de aquel día glorioso y durante varias décadas la poderosa Súper Heidelberger de Bagli imprimió no sólo La Voz del Sud, sino también los periódicos Tribunales, La Provincia, La Semana y el Boletín de la Municipalidad de Viedma.
La Calle de Livigni
El 15 de junio de 1979 a primera hora de una mañana muy fría, desde la Imprenta Apolo ubicada por entonces en calle Garrone 37 de Viedma, comenzó a distribuirse el primer número del periódico La Calle. En 16 páginas compuestas casi artesanalmente en plomo, con el uso de la linotipo para los textos y tipos móviles en los títulos, la publicación pasó a ocupar un espacio vacío en aquellos tiempos de plena dictadura, cuando la dos ciudades hermanas necesitaban la expresión de su pensamiento en torno a los temas del desarrollo económico y social. El director y alma mater de La Calle fue Omar Nelson Livigni, que venía de una larga trayectoria como informativista de radio Viedma, corresponsal de Clarín y conductor de espacios en Televiedma. Otros periodistas –Héctor Jorge Colás y Juan Carlos Ferrari- participaron en la etapa inicial, después pasaría Raúl Artola; y durante unos cuantos años estuvieron en la redacción quincenal Claudio García y este cronista; colaboraron esporádicamente Edalberto Ferrari, Tulio Galantini y Rubén Aguirre. La Calle recibió en sus páginas calificados intelectuales con sus notas especiales: Osvaldo Alvarez Guerrero; Eve Leone; Luis Lutz; Víctor Sodero Nievas; Eriberto de Pablo; Jorge Entraigas; Nilo Fulvi y tantos otros. Eran tiempos de dictadura y censura pero desde el primer número se registraron las opiniones de figuras críticas al régimen militar, como el obispo viedmense de entonces, Miguel Esteban Hesayne; y paulatinamente se incorporaron expresiones de pensamiento político, de todos los sectores partidarios. La Calle fue puntal del proceso de transición a la recuperada democracia, ejerciendo con justicia su lema de “Tribuna y Prédica para una región en marcha”.
La tarea de los gráficos –Horacio Forte, Darío Espinosa, los hermanos Calvo- bajo la conducción de Avelino Bender, fue esencial para que este periódico apareciera durante 10 años, con exacta puntualidad cada 15 días, hasta junio de 1989.
Durante el mes de junio han ocurrido estos hechos de relieve en la historia del periodismo gráfico de la región. Homenaje y reconocimiento a los gráficos y periodistas que fueron protagonistas de esos momentos.

domingo, 6 de junio de 2010

Tres momentos de la prensa gráfica de Patagones y Viedma en el siglo 20

La publicación salesiana apareció entre 1903 y 1947, con fuerte contenido religioso y embates contra otros periódicos locales
La Nueva Era no disimuló, en cierta etapa, su adhesión al partido Conservador y sus figuras. (arriba). Voz Rionegrina tenía un extraño estilo gráfico para la época, como consecuencia de estar impreso con un sistema gráfico offset todavía experimental en esos años. (abajo)


Desde la aparición del semanario “El Río Negro” de los hermanos Julio y Bernardo Guimaraens, el 15 de junio de 1879, la actividad del periodismo gráfico ha sido muy prolífica en la ciudades hermanas de Carmen de Patagones y Viedma. En vísperas de la celebración del Día del Periodista se recuerdan, en esta crónica, tres publicaciones que marcaron la historia.

“Flores del Campo”, vocero no disimulado del pensamiento clerical y herramienta de propaganda de la orden salesiana; “La Nueva Era” expresión liberal, claramente embanderada con los gobiernos conservadores, en un tiempo, y al servicio de la Unión Cívica Radical de Pueblo más tarde; y “Voz Rionegrina”, arriesgado emprendimiento bajo la forma de cotidiano, en defensa de los intereses del Valle Inferior, son los tres casos que se ponen bajo la lupa, en apretado comentario.
Flores de parroquia
El 17 de mayo de 1903 salió el primer número de “Flores del Campo”.Los historiadores Jorge Entraigas y Héctor Rey, decían hace más de una década en la revista “La Galera que “no caben dudas que Flores del Campo nació a modo de respuesta de los ataques permanentes que la Iglesia soportaba desde otros periódicos locales”.
“No en vano en su primer número afirma enfáticamente que hay que combatir la mala prensa que es la que ataca la moral, la religión y la fama del prójimo tachando a quienes niegan a Cristo de herejes, apóstatas, incrédulos e impíos, expresión de la corrupción del corazón, del odio satánico, interés y espíritu sectario”, agrega la nota.
Debe destacarse, en este punto, que el periódico salesiano cumplió con creces el propósito manifiesto, con artículos bien escritos, de prosa elegante y cuidado vocabulario. Eran tiempos en que la Iglesia hacía ferviente campaña de captación de adeptos entre los sectores más humildes y miraba con interés a la clase trabajadora, para competir con el creciente y revoltoso movimiento sindical anarco-socialista. Así, en paralelo a la creación de los Círculos Católicos de Obreros (que hoy subsisten en Viedma y Patagones sólo como lugares de esparcimiento y copas) desde las páginas de “Flores del Campo” se difundía la doctrina social del catolicismo.
Pero no se descuidaban los reflejos del vasto accionar de la misión salesiana y de la intensa vida social-cultural de la época, en los colegios curas y monjas, en los salones municipales y las bibliotecas; por lo cual se constituyó durante los 44 años continuados de aparición semanal en un punto de referencia obligado.
Por otra parte la imprenta montada en el colegio San Francisco de Sales, para editar “Flores del Campo”, cartillas evangélicas y libros de misa, fue la escuela tipográfica más importante de la región, de la que saldrían decenas de trabajadores gráficos muy bien capacitados.
Lamentablemente en el Archivo Histórico Provincial sólo se pueden encontrar algunos números sueltos de las más de 2.000 ediciones consecutivas de “Flores del Campo”, que con 800 ejemplares de distribución local y regional constituía en aquellos tiempos un verdadero récord periodístico.
Era de varias décadas
Muy habitualmente recurrimos a las amarillentas páginas de ejemplares del periódico “La Nueva Era” que aún después de haber dejado de aparecer hace muchos años sigue reteniendo el prestigio de haber sido el medio de la prensa escrita de la Comarca de Patagones y Viedma de mayor duración en el tiempo, con cambios en su dirección, propiedad y orientación. Apareció el 24 de diciembre de 1903, dirigido por Mario Mateucci y Enrique Mosquera; y tuvo publicación semanal regular hasta la década del 60. Bajo el comando de su último editor-director, el recordado Reinaldo Altamirano, registró apariciones esporádicas hasta 1987 en relación con hechos de gran trascendencia local como lo fueron, por caso, el festejo del bicentenario de la fundación de Patagones y Viedma.
En sus tiempos de esplendor, entre los años 20 al 40, “La Nueva Era” se jugó en defensa y proselitismo de los gobiernos conservadores, tal como lo muestra la reproducción de la portada que acompaña esta nota. En los años 60, bajo la dirección de Zarhuel P. de Rodríguez, giró hacia el radicalismo y mantuvo esa línea, ya en manos de Altamirano; que antes había editado, en la misma orientación, el semanario “El Tiempo” de corta duración.
Este órgano de la prensa local nunca tuvo talleres gráficos propios, y se imprimió durante el mayor lapso de su existencia en la imprenta Martínez y Rodríguez de Bahía Blanca.
Gran parte de la colección de los primeros 60 años de “La Nueva Era”, fuente inagotable de investigación para historiadores y cronistas, se puede encontrar en la biblioteca del Museo Histórico Regional Emma Nozzi de Carmen de Patagones, y en el ya referido Archivo Histórico Provincial.
Una voz del valle inferior
El 14 de febrero de 1964 apareció en Viedma el primer diario del Valle Inferior, titulado “Voz Rionegrina”, como un emprendimiento de la familia De Rege, con participación minoritaria de conocidos vecinos de la capital de la provincia de Río Negro.
Cuando ganó la calle el primer ejemplar de “Voz Rionegrina” hacía apenas nueve meses que había comenzado sus emisiones la emisora radial LU 15 radio Viedma. El periodista que se puso al frente de la novel publicación era Estanislao Dedobrinzky, y provenía de la ciudad de Buenos Aires, en donde había ejercido la profesión en diversos medios.
La redacción y talleres propios de “Voz Rionegrina” se instalaron en un amplio edificio de la esquina de la avenida 25 de Mayo con Garrone, que actualmente y después de haber pertenecido al desaparecido Banco de la Provincia de Río Negro alberga al Consejo Provincial de la Función Pública.
En la planta periodística inicial figuraban Galo Martínez (conocido periodista local, fallecido a fines del año 2009), María del Pilar Vila (hoy destacada docente universitaria), Edgardo Cardone (abogado y profesor de historia radicado en Buenos Aires), Raquel Borobia (también docente) y Ana María De Rege (retirada de la Municipalidad de Viedma) quien se encargaba de la muy leída sección de notas sociales. En la administración del diario “Voz Rionegrina” estaban Jacobo Alberto Abrameto (más tarde concejal radical municipal) y Amleto Fossati, retirado de la policía rionegrina. Tras el alejamiento de Dedobrinzky la dirección la ejerció, entre 1966 y 1968, Omar Nelson Livigni –quien para entonces ya era informativista de LU 15 Radio Viedma- y después la ocuparon, en distintos períodos, Luis Jaroslavsky, un joven inquieto de interesantes iniciativas culturales, hijo del juez civil Abraham Jaroslavsky; Abel Julio Cuenca y Edgardo Cardone, hasta el cierre de la publicación en 1975.
“Voz Rionegrina” fue el segundo diario del país que se imprimía en sistema offset, una técnica de armado en la que se dejaba de lado el plomo y se la reemplazaba por láminas fotográficas.
En el primer número la nota editorial puntualiza “Voz Rionegrina ya está en la calle, nacida como un pregón austral al servicio de la región y del país, solo le resta demostrar que su vocación de lealtad a estos ideales es insobornable. Ni política partidista, ni política menuda, únicamente independencia de criterio para ver con claridad donde está la verdad y donde la mentira, donde el acierto y donde el error, para señalarlo todo como un espejo fiel, sin dejarse empañar por la adulación interesada….”
En sus páginas se reflejan temas del progreso de Viedma y su región, con una nota de gran despliegue, bajo la firma del ingeniero Juan Vicente Vía, sobre el Instituto de Desarrollo del Valle Inferior que recién se ponía en marcha; y también se le da amplio espacio a la actividad cultural, con una crónica sobre el grupo teatral “El Despertador” que dirigía Francisco Javier en la biblioteca Mitre.
En un recuadro se detallan los integrantes del directorio de la Sociedad Anónima Patagónica Editorial e Impresora de “Voz Rionegrina”. Presidente: Roberto De Rege; vicepresidente, Néstor Diego Miguel; directores titulares Estanislao Dedobrinzky, Pascual Atilio Guidi, Armando Guillermo Viotti, Rolando Riobó, Cándido Campano; suplentes Herminio Cévoli, Andrés Iribarren. Síndico titular: Lino Tollo; suplente. Jorge Murad.
Los problemas técnicos, en mayor medida como consecuencia de la falta de ajuste de aquella maquinaria casi experimental en el país; y la falta de apoyo comercial, fueron socavando el emprendimiento, hasta su desaparición, en 1972.
Algunos ejemplares dispersos de “Voz Rionegrina” se hallan en el Archivo Histórico Provincial; pero una colección completa, en impecable estado, fue guardada por Galo Martínez en su biblioteca personal y ahora se conserva, como legado póstumo suyo, en la Asociación Amigos de lo Nuestro, en donde se tomaron las reproducciones que ilustran esta nota.