domingo, 26 de diciembre de 2010

Apuntes para el balance del año 2010, desde los Perfiles y Postales

 Bruno Di Benedetto (arriba) en la Biblioteca de la Legislatura, presentó su obra premiada por Casa de las Américas en el género poesía; el cronista (abajo) frente a la tumba de Francisco de Viedma en la ciudad de Cochabamba, en Bolivia.
Chelo Candia desarrolló una valiosa tarea muralista en la ciudad de Allen, (arriba) con motivo del Centenario de su fundación.  La locomotora Baldwin a vapor, de la legendaria trochita, puso la nota en la modesta celebración del Bicentenario en Viedma (abajo).
 ¿Qué nos deja el balance del 2010, año del Bicentenario? Una serie de artículos de tono y contenido diferente, el buen recuerdo de los coloridos festejos organizados por el gobierno nacional en el centro de Buenos Aires; un toque de sorpresa ese mismo 25 de mayo en la plaza San Martín de Viedma. Y algunas decepciones también.

Nada fácil la tarea que se propone el cronista: la de poner en una misma bolsa el material del archivo del año que concluye, las emociones y afectos recolectados, las expectativas generadas y los resultados obtenidos. Fue un año interesante este 2010, está claro, pero quizás no alcanzó la fuerza de los anuncios.
La celebración de los 200 años de vida de la Nación parecía atractiva. Uno se ilusionaba con un fuerte estado de movilización cultural, a lo largo y a lo ancho del país, bajo la guía y coordinación de algún organismo público que permitiera el mejor aprovechamiento de los recursos disponibles. Algunas reuniones efectuadas en los primeros meses del año anticipaban, en tal sentido, un calendario con distribución territorial de las actividades. Para Río Negro se anunció, en ese programa federal, la realización de un foro sobre “Economías regionales en el Bicentenario”. No se hizo.
La movilización no se percibió, más allá del éxito de público de los magníficos espectáculos montados en la avenida 9 de Julio y la Plaza de Mayo, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La programación territorial se diluyó, con actos de irregular significación.
Quedaron como resultado unas cuantas publicaciones, una serie de cortos fílmicos, y el proyecto de las Casas de Historia y Bicentenario, un buen Congreso Federal de Cultura y algunas pocas cosas más. Hubo vibración pasajera, pero nada que se constituya en un hito trascendente en si mismo, como para que dentro de 50 años los pibes de hoy (los que tienen 12, 15 años) se lo puedan contar a sus hijos y nietos, con el orgullo de decir “yo participé, asistí, protagonicé los actos del Bicentenario del 2010”.
Perfiles y Postales en Bolivia
Todos los domingos de este año, como viene ocurriendo desde el 2006, esta sección de Noticias de la Costa cumplió un recorrido que alternó las historias de vida con la crónica histórica y el análisis de materiales periodísticos de archivo, para procurar el rescate de aquellos elementos que configuran la memoria e imaginario colectivo.
¿Losartículos más logrados, según el gusto del autor? Toda selección es arbitraria, sobre todo si la realiza el mismo escriba. Veamos. La nota titulada “De la Patagonia al Chapare, tras las huellas de don Francisco de Viedma en Bolivia” (18-abril-2010) llevó implícita la satisfacción por la breve travesía realizada hacia Cochabamba, para visitar los sitios frecuentados por Viedma y Narváez, ilustre fundador, en sus muchos años de actuación como gobernador e intendente de aquella población del Alto Perú.
Los apuntes de viaje permitieron escribir esto. “ Sobre las veredas desparejas de calles estrechas en el amable casco histórico de Cochabamba, en su muy florida Plaza de Armas, por los atrios de las iglesias de Santo Domingo, la Recoleta, el Convento de las Carmelitas Descalzas de la Santísima Trinidad, la Catedral o la capilla de Nuestra Señora de la Merced; en los senderos de pueblos de nombre musical como Sacaba, Tutimayo, Paracti o Colomi anotados en el itinerario de sus viajes. En todos estos puntos se adivinan las huellas del hidalgo andaluz de paso elegante y firme. De aquel hombre que desembarcó en la Patagonia, trajinó vientos y levantó un fuerte en la ribera alta del río Negro, organizó haciendas y descansó sus últimas miradas de ojos calmos en las bellas cimas del Tunari, el cerro que abraza a la noble Cochabamba.”
El 25 de mayo de 2010
La celebración del día del Bicentenario en Viedma fue austera y casi desabrida. El gobierno provincial había puesto todo el esfuerzo institucional en la ciudad de Allen, que ese mismo 25 de mayo conmemoraba cien años de su fecha fundacional, y la municipalidad local quedó sin respaldo para un festejo que en la propia capital de Río Negro hubiese merecido mayor brillo. Incluso, a juicio de algunos observadores, influyó en el poco empeño puesto para la organización festiva la transitoriedad del mando del gobierno municipal en manos de la presidenta del Concejo Deliberante, Hilda Schlitter, por la licencia del intendente Jorge Ferreira que por entonces ocupaba un sitio de convencional municipal, dado el desentendimiento entre ambos funcionarios. Dicho de otro modo: el Ejecutivo municipal no se preocupó mucho por el Bicentenario de la Patria; ni tampoco se puso énfasis en celebrar el centenario de la inauguración del histórico edificio de la municipalidad, que en esa jornada era simbólicamente recuperado para su finalidad específica (ver más adelante: El museo perdido).
Pero hubo una sorpresa emotiva, que llegó por iniciativa de la empresa estatal Tren Patagónico. Una locomotora a vapor Baldwin de la dotación del ramal Ingeniero Jacobacci-Esquel, conocido popularmente como La Trochita, montada sobre un enorme acoplado del Departamento Provincial de Aguas, pasó aquel día por Viedma en su viaje de regreso de la Capital Federal, en donde fue una de las atracciones del Paseo del Bicentenario.
“Emociones y recuerdos, cuando la leyenda de La Trochita visitó Viedma” ( 30–mayo-2010) fue la nota que intentó documentar ese hecho.
“El 25 de mayo de 2010, cerca de las 11 de la mañana, muchos vecinos de la zona céntrica de Viedma no podían creer lo que sus oídos les avisaban. ¿Ese sonido penetrante en la serenidad del cielo nublado y apacible del día feriado era, realmente, el silbato de una locomotora a vapor? ¿Cómo era posible escucharla allí, en la plaza San Martín, a metros de la casa de Gobierno?
Rubén Edgardo Cristino Traversa (83 años, cumplidos el pasado 3 de marzo) sintió que el corazón le latía muy fuerte en su pecho y no pudo evitar que algunas lágrimas corrieran por su rostro. “Ya sabía que venía para acá, ya lo había leído en el diario, pero cuando escuché el silbato, acá tan cerca (vive en la calle Garrone, entre Moreno y Las Heras) fue una emoción muy fuerte, algo que en mi vida nunca me hubiese imaginado” le contó a este cronista.
Poco después, bien abrigado y, como siempre, sobriamente vestido, Traversa se acercó para tocar, oler y sentir la palpitación de esa vieja amiga, una locomotora Baldwin (fabricada en Estados Unidos, en 1922) que en varias oportunidades manejó, entre 1958 y 1966, en el ramal de Ingeniero Jacobacci a Esquel, más precisamente hasta la estación Cerro Mesa que era el punto de relevo del personal de conducción.
Muchas horas pasé en esta estrecha cabina, sintiendo el fuego de la caldera y la vibración de las ruedas, cuando trepaban las cuestas de la vía, recordó, mientras posaba sus ojos mansos en los detalles de manivelas y relojes, para la operación de la vaporera”.
El museo perdido
Ya se dijo que el centenario edificio histórico municipal, la más antigua de las construcciones públicas de Viedma, surgida con la reconstrucción posterior a la inundación de 1899, volvió a manos de la Municipalidad el 25 de mayo, aunque la ocupación efectiva con el despacho del intendente y otras oficinas se concretó recién el 9 de julio, ya con Ferreira reintegrado en sus funciones.
Entre 1970 y el 2010, por el lapso de 4 décadas, ese sitio permaneció ocupado por el Museo Antropológico Gobernador Tello, dependiente de la Subsecretaría de Cultura de la provincia. Las autoridades municipales venían advirtiendo desde un par de años atrás sobre la intención de recuperarlo para la finalidad que se concretó ahora. Pero desde el organismo provincial no se tomaron las medidas adecuadas, en tiempo y forma, y llegó el momento de la mudanza obligada y la colección museográfica fue metida en cajas y enviada a una vivienda de reducidas dimensiones, donde las condiciones de conservación son muy precarias. Como un paliativo se anunció la reconstrucción de un ala del edificio de la vieja inspección de escuelas, actualmente sede de la asociación Amigos de lo Nuestro en calle Rivadavia 145, e incluso la provincia aportó la suma de 120 mil pesos como arrancar los trabajos. Pero han transcurrido 7 meses y nada se hizo, Viedma perdió un museo, que es como haber perdido una parte de la memoria. Un pésimo pergamino para el Año del Bicentenario, precisamente.
Dos grandes momentos
Para el final de estos apuntes de balance dos hechos que fueron destacados y de gran relieve cultural. Aquí en Viedma, a fines del mes de julio, estuvo de visita Bruno Di Benedetto, escritor radicado en Puerto Madryn, ganador del premio Casa de las Américas 2010 en el género poesía. Invitado por la biblioteca de la Legislatura de Río Negro ofreció una charla, con la lectura de maravillosos fragmentos de sus “Crónicas de muertes dudosas”, una de ellas ambientada en Carmen de Patagones.
El otro acontecimiento ocurrió en Allen, donde el artista plástico Chelo Candia (historietista, dibujante, pintor, etc) realizó entre mayo y noviembre gran parte de un proyecto sobresaliente, denominado “Una galería a cielo abierto”, con la instalación de 10 grandes murales (de un total de 15) que representan aspectos de la vida social, cultural, económica, deportiva e institucional de esa ciudad del Alto Valle. El programa, costeado por la municipalidad de Allen sin ninguna participación de la Subsecretaría de Cultura de Río Negro, tiene enorme aceptación entre los vecinos allenses, dado que Chelo (y su asistente María Langa) muchas veces toman documentos fotográficos como base para las enormes pinturas y la gente reconoce a sus parientes reflejados en las paredes del pueblo. Cosas buenas que dejó el Año Bicentenario.
(Nota publicada en Noticias de la Costa, Viedma, 26 de diciembre de 2010)

sábado, 11 de diciembre de 2010

El viejo puente ferrocarretero tiene adherida en el óxido la memoria de la gente

 Una formidable obra de ingeniería, todavía en pleno uso, 79 años después de su inauguración
 Arriba: la postal que identifica a Viedma y Carmen de Patagones; abajo: el día de su apertura 
¿Cuántas historias de la vida cotidiana de Carmen de Patagones y Viedma están contenidas y relacionadas con la formidable estructura del puente ferrocarretero, que dentro de pocos días cumplirá 79 años de servicios sin interrupción?


Hay una memoria colectiva, un registro popular que todavía espera su rescate y recopilación. Esta crónica sólo pretende constituirse en un aporte en tal sentido. Se tomaron elementos de diversas fuentes y fragmentos de dos notas publicadas, hace cuatro años, en esta misma sección de Perfiles y Postales. Hay datos que provienen del imaginario popular, que no pueden documentarse con fidelidad, pero no por eso deben ser descartados.
El sueño del balsero
Antonio era balsero en el río Negro, entre las dos poblaciones hermanas, cuando el puente era solamente una ilusión y la rutina obligada de cada día era el cruce de carruajes a caballo, arreos de ganado lanar y, de vez en cuando alguno de los primeros autos llegados a la región. Cuentan que en una tarde de verano Antonio se tiró a dormir la siesta bajo el fresco reparo de los sauzales costeros, y tuvo un sueño. En el sueño se veía él mismo en un fino coche tirado por caballos, que cruzaba por arriba del río sobre un puente que resplandecía brillante con su pavimento de plata. Cuando llegó esa noche a su casa, en el barrio de puerto de Patagones, le contó de aquella visión a su padre (que era también balsero) y obtuvo por respuesta: “no sueñes con imposibles, Nino, porque además el día que el gobierno construya el puente nosotros nos quedamos sin trabajo”.
Los notables con Yrigoyen
Un grupo de notables vecinos de Patagones y Viedma, contando también con la adhesión de pobladores de San Antonio Oeste, viajó a la ciudad de Buenos Aires en febrero de 1921 con el propósito de ser recibidos en audiencia por el presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen.
La comisión se autodenominaba Pro Ferrocarril Patagones a San Antonio y estaba conformada por Felipe S. Contín , presidente del Consejo Municipal de Viedma, caudillo radical de enorme trascendencia; Juan Julián Lastra, procurador y abogado; el capitán de fragata Santiago Albarracín, experto navegante del río Negro; Francisco Pita, escribano de Patagones e historiador; Darío Peirano, progresista comerciante de San Antonio Oeste y el ingeniero Diego Contín, entre otros.
El periódico “La Capital”, uno de los más importantes medios periodísticos de la época en la comarca, siguió paso a paso y con detalle el viaje de esa comisión hacia la Capital Federal. De sus páginas se puede extraer la siguiente cronología: el 11 de febrero de 1921 los calificados vecinos partieron hacia Buenos Aires (seguramente en auto hasta Stroeder, que era punta de riel, y después en un convoy del Ferrocarril del Sud); y los días 22 y 23 de febrero fueron recibidos por el jefe de Estado.
Vale reparar que Yrigoyen los recibió primero el 22 y ante la necesidad de que los temas incluidos en el petitorio obtuvieran el compromiso del ministro de Obras Público (ese día ausente de la Capital) dispuso una nueva audiencia para la jornada siguiente, en la cual se analizaron todos los puntos con el funcionario responsable. La comitiva volvió satisfecha, con una serie de promesas.
Ya de regreso en Patagones, en los últimos días de febrero, en el restaurante del hotel Argentino hubo una cena de agasajo a los viajeros, quienes narraron con lujo de detalles el encuentro con Yrigoyen. Natalio, uno de los mozos del hotel, contaba al día siguiente, en un boliche de La Loma “estaban contentos los señores, hasta me convidaron con un habano a la hora del brindis”.
La ansiada obra
A pesar del entusiasmo el comienzo de los trabajos demoró más de un lustro. Recién durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear se dio inicio al impresionante movimiento de tierras, instalación del obrador y todo lo que indicaba que la construcción del puente era una realidad.
Obra de envergadura, con 270 metros de largo, en tres tramos fijos y uno basculante, con siete metros de ancho en la calzada, elevada a 17 metros sobre el nivel del río, en una marea media; con 2.500 toneladas de peso total y mucho más de cinco millares de remaches.
La obra de cemento, para la construcción de los pilares que se apoyan como gigantescas patas en el lecho del río, fue contratada con la empresa alemana Dycherchoff y Widmann.
La estructura metálica, que comprende el brazo basculante y la maquinaria para elevarlo, fue realizada por otra empresa germana: la Gutehoffnungshütte , de Oberhausen.
El extenso terraplen que fue necesario levantar en la costa viedmense para llegar a la altura de la margen de Patagones, con 37 metros sobre el nivel del mar de diferencia, fue realizado por los contratistas Figliozzi y Ferrario. Para acarrear la tierra, desde la zona de la cuchilla, se instaló un trencito de trocha angosta (tipo “Decaville”) que se desmanteló al finalizar.
Toda la obra fue considerada en su momento como exponente de la capacidad y creatividad de ingenieros argentinos y alemanes. En una imponente exposición mundial de ingenieria, en Oberhausen, durante la Alemania nazi (1935) fue calificado entre los cinco puentes más importantes de Sudamérica y el más imponente entre aquellos de sistema levadizo.
Unos 450 operarios fueron necesarios para edificar el gigante de hormigón y acero. Gran parte de aquella mano de obra procedía del exterior, casi mayoritariamente inmigrantes italianos, españoles, alemanes del Volga (llamados “rusos”), croatas, yugoslavos y polacos. Un verdadero crisol de razas
Entre tantos “tanos” llegó a estas costas Vigilio Tollo, nativo de Grigno, en la provincia de Trento. En 1924 se radicó en Viedma y tres años más tarde ingresó a la obra del puente. Dos factores de su historia anterior al arribo a “la América” influyeron positivamente para que el joven Tollo consiguiera ocupación, en el calificado puesto de “sobrestante” para las inspecciones del ministerio de Obras Públicas de la Nación: tenía conocimientos de construcción y sabía hablar alemán (porque su pueblo natal estaba cercano al límite fronterizo y allí se hablaban varias lenguas).
Lino Tollo, conocido vecino de Viedma (ya fallecido), también nacido en Grigno, hijo de aquel inmigrante del que hablábamos, nos transmitió sus recuerdos de pequeño (llegó a la Comarca en 1927 con siete años recién cumplidos, cuando la obra crecía rápidamente) y la emoción particular de acompañar a su padre, en días francos, para realizar una paseo por los andamios.
“Yo era chiquito y la obra me parecía mucho más enorme de lo que realmente es” comentó, mientras nos mostraba algunas fotos desvanecidas por el paso de los años. Vigilio Tollo aparece en una de esas imágenes, junto a los operarios que están cavando por debajo del lecho del río, en la sacrificada tarea de preparar los basamentos para los pies de hormigón de la colosal estructura.
“Fue un trabajo muy duro, y también peligroso. Papá contaba que muchas veces algún obrero se caía al agua y, como no sabía nadar, era arrastrado por la corriente río abajo, hasta que desaparecía o se ahogaba. Pero los alemanes pagaban muy bien, y él (su padre) pudo ahorrar bastante como para poder comprarse este local (esquina de Mitre y Alem) en donde instaló un restaurante y hotel”, recordó.
El día de la inauguración
No existen indicios sobre la razón por la cual se eligió la fecha del 17 de diciembre de 1931 para la inauguración del puente. Para entonces ya hacía más de nueve años que los trenes de la empresa británica del Ferrocarril del Sud arribaban a Carmen de Patagones; y desde 1928 la estación de Viedma, ubicada justo debajo del puente, recibía las formaciones del Ferrocarril del Estado que llegaban desde San Antonio Oeste y permitían transitar el ramal de fomento hasta Pilcaniyeu (pues recién en 1934 se completó el tendido hasta Bariloche).
Pero lo concreto es que ese día hubo fiesta y enorme curiosidad. La gente de las dos poblaciones se volcó masivamente para recorrer a pie la calzada y observar de cerca los detalles de la imponente estructura. Para entonces ya no había gobierno radical (en septiembre de 1930 un golpe militar había derrocado a don Hipólito, en su segundo mandato) y la placa oficialmente descubierta lucía el nombre del impostor presidente de facto, general José Félix Uriburu, sin ningún mérito sobre la realización de tamaña obra. Dicen que un grupo de militantes radicales de Patagones, proscriptos por la ley, pergeñaron un acto reivindicativo: proyectaban llegar en las sombras de la noche y colocar, sobre la placa, un cartel con el nombre del presidente depuesto. El comisario se enteró y mandó a un agente de a caballo para que hiciera ronda sobre el puente durante las horas de oscuridad y el plan quedó sin cumplir.
El brazo levadizo
El brazo levadizo del puente había sido probado varias veces. Pero faltaba que arribara el primer barco que hiciera necesaria la operación, comandada por Domingo Juan Ferría, maragato y moreno, mecánico de profesión que hasta esa época había trabajado en lo de Cambiasso, la casa de taller y venta de repuestos Ford ubicada en la esquina de Bynon y la actual Harosteguy, de Carmen de Patagones. Allí había trabado conocimiento con jefes de la obra, que llevaban los autos Ford T para su mantenimiento, y le ofrecieron capacitarlo en el manejo de la maquinaria de elevación, en lo alto de la casilla.
En la primera semana de enero de 1932 ingresó el vapor Bahía Blanca con lastre, para cargar bolsas de trigo; y el mecanismo entró en acción por primera vez. Algunos memoriosos dicen que el último barco que necesitó levantar el puente fue el “Patagonia”, en 1944, porque el puerto de Patagones no resistió la competencia del ferrocarril.
Los sueños y esperanzas de Antonio, el balsero; de los notables que fumaban puros en el restaurante del hotel Argentino solazándose de la reunión con Yrigoyen; de Vigilio Tollo y tantos obreros anónimos; del propio Ferría, que durante años se sintió importante por su trabajo, permanecen adheridos en el óxido que hoy recubre los hierros del puente viejo. Son historias de unos y de todos, la memoria de la gente.










domingo, 14 de noviembre de 2010

Leonardo Costas, notable intendente de Patagones, injustamente olvidado

 Arriba, Costas (de anteojos a la derecha dle grupo) durante una reunión en su despacho municipal; al medio, Costas, con sombrero en la mano, ingresando al Templo Parroquial para el acto de las banderas; abajo: los letreros de las calles con una "ese" de menos. ¡Qé lástima!
Una calle de apenas cuatro cuadras, en Carmen de Patagones, lleva el nombre de Leonardo Costas (con el error en su escritura, porque le sacaron la “ese”). Se trata del merecido homenaje a un intendente maragato olvidado, cuyo mandato tuvo final precipitado hace 44 años.



La personalidad de Leonardo Costas fue multifacética, como también su desempeño profesional a lo largo de 88 años de intensa vida. Fue médico, diplomático, político de fuste, aviador deportivo y naval, vitivinicultor, dirigente de entidades intermedias, concejal de la ciudad de Buenos Aires, intendente municipal del partido de Patagones... vecino de permanente inserción en los temas de la comunidad y pionero en el poblamiento de un sector de la urbe maragata que hace 50 años era sólo campo, y hoy se ha convertido en la zona más cotizada para la construcción de elegantes mansiones.

Los datos para escribir esta crónica se tomaron del libro “Las calles de mi pueblo”, recopilación de María Cristina Casadei y otros; de algunos recortes periodísticos de los semanarios “La Nueva Era” y “El Tiempo” de los años 60’; del testimonio de Rolando “Tito” Martínez, quien fuera su polifuncional secretario de gobierno de la municipalidad de Patagones, entre 1963 y 1966; y un artículo de René Alcides Aguirre, quien también lo conoció y heredó de su padre (el recordado escribano René Aguirre) un bastón que perteneció a Costas.

Se fue y volvió
Leonardo Ovidio Costas nació en Carmen de Patagones el 24 de agosto de 1887 y cursó aquí sus estudios primarios, pero hacia 1898 partió hacia Buenos Aires donde hizo la secundaria primero y la carrera de medicina después. Apenas recibido ingresó al hospital Cosme Argerich, en el barrio de la Boca, uno de los centros médicos más importantes de la ciudad de Buenos Aires, en donde desarrolló una importante carrera profesional de 40 años, de los cuales 18 los transcurrió en el cargo de director.

Su destacado desempeño profesional estuvo acompañado por las inquietudes de tipo social y político, lo que lo llevó a aceptar una candidatura a concejal municipal de la ciudad de Buenos Aires por la barriada boquense en representación de la Unión Cívica Radical, en la década del 20’. Desde la presidencia del bloque oficialista y del comité radical de la Boca su labor se agigantó, lo cual le valió excelentes relaciones con prominentes figuras partidarias de la época: Hipólito Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear, Roberto Ortiz y otras.

Fue amigo de los dos patriarcas culturales de la Vuelta de Rocha: Benito Quinquela Martín, el pintor y Juan de Dios Filiberto, el músico.

En tiempos de su segunda presidencia Yrigoyen le confió una delicada y alta misión diplomática, como emisario de buena voluntad ante el gobierno de Chile, función que logró cumplir con eficacia y talento.

Después de alcanzar su merecida jubilación como director médico del hospital Argerich de Buenos Aires, ya para los mediados de la década de 1950, decidió volver a su Carmen de Patagones natal, con el sano propósito de transcurrir aquí, junto a su esposa Amelia Vernengo, los últimos años de su vida.

El Peñón del Currú Leuvú

Su primer propósito, tras el retorno al terruño, fue el de construirse una casa en un lugar privilegiado sobre la barranca del río, en el sitio que él mismo dio en llamar el “Peñón del Currú Leuvú”. Allí hizo levantar un chalet confortable aunque no lujoso, dotado de generosos viñedos que se regaban directamente del río y permitían la elaboración artesanal de un exquisito vino.

Hasta su refugio de vista panorámica al río, en donde hoy se han edificado otras magníficas residencias, llegó una tarde un grupo de vecinos maragatos para pedirle que aceptara ocupar interinamente el cargo de comisionado municipal. Era el año 1956 y aunque tenía 69 años de edad, sintió que su deber era brindarle un servicio a su pueblo y aceptó. En 1958 fue candidato a Intendente de Patagones por la Unión Cívica Radical del Pueblo, pero fue superado por la Unión Cívica Radical Intransigente. En 1963 volvió a presentarse y ganó. Tenía 76 años cuando asumió su mandato el 12 de octubre de aquel año. No faltaban los escépticos que pensaron que su avanzada edad sería un obstáculo para el desempeño de sus funciones... pero se equivocaron, porque la gestión del intendente Leonardo Costas –más tarde interrumpida por el golpe militar del 28 de junio de 1966- tuvo logros importantes y avanzó en una serie de proyectos bien interesantes.

Acción y austeridad

“Tito” Martínez no pudo evitar emocionarse, aquella tarde del invierno del 2003 cuando le contaba al cronista algunos detalles del gobierno comunal encabezado por Leonardo Costas, donde fue su mano derecha. “Se destacaron, sobre todo, sus decisiones en el terreno de la asistencia social, su consideración por elevar el nivel de vida de los obreros y empleados municipales, incluidos los del Hospital Municipal, desposeídos y olvidados en el reconocimiento a sus delicadísimas tareas”, sostuvo.

Aportó una síntesis de acciones impulsadas por el intendente Costas: distribución de tierras para asentamientos de familias en Villa Lynch; enajenación de chacras municipales para adjudicárselas a quienes las ocupaban desde varias décadas antes; creación del hogar de ancianos; gestiones para una escuela profesional que sería después la Escuela Islas Malvinas; modernización y reequipamiento de la totalidad del parque vial municipal; construcción del tanque elevado de agua de un millón de litros con planta de decantación y potabilización; construcción del puente de acceso a Bahía San Blas (en reemplazo del viejo puente Wasserman, que ya para entonces estaba vetusto); edificación de la hostería turística de la misma villa de Bahía San Blas; enripiado y mejoramiento de las calles del poblado marítimo.

También se ocupó personalmente de supervisar la restauración de las banderas brasileñas capturadas en marzo de 1827, que culminó con el acto del 17 de agosto de 1965 colocándolas en los cuadros donde todavía se conservan en el templo parroquial.

No todas las obras planeadas por el intendente Costas pudieron concretarse, porque como ya dijimos su mandato de cuatro años fue interrumpido antes de tiempo. En 1964 la Municipalidad de Patagones logró, con fondos proporcionados por el gobierno provincial bonaerense, la compra de un terreno ubicado sobre la calle Olivera en su intersección con Comodoro Rivadavia, enfrente de la escuela 2. Poco después se aprobaron los planos y el financiamiento para levantar en ese lugar un hotel de turismo para Carmen de Patagones.

La interrupción de los gobiernos radicales en la provincia y en la municipalidad abortó esa obra que, seguramente, le habría cambiado la fisonomía de servicios a la ciudad. El terreno quedó abandonado durante mucho tiempo, usado como parque, hasta que en la década del setenta se construyó el denominado centro cívico que alberga al registro civil y otras oficinas públicas provinciales.

“Pero además de su permanente acción, con viajes permanentes a ‘la cueva del león’ como le gustaba llamar a la ciudad de La Plata, otro rasgo muy fuerte del doctor Costas era su austeridad. Cuando ya estaba elegido para el cargo, antes de asumir, decidió cambiar el auto y adquirió en lo de su amigo Borassi un Di Tella Magnette (coche mediano equivalente a un Siena de hoy) y me dijo: lo compro ahora para que después no digan que usé plata de la Municipalidad. Enseguida mandó a buscar las chapas de bronce de intendente, porque lo usaría como auto oficial, y cómo descubrió que las anteriores las habían robado hizo comprar otras, y las pagó de su bolsillo” relató Rolando Martínez, quien le dedicó a su admirado jefe varios capítulos de su libro “Vivencias y algo más”, editado por su familia tras su muerte, ocurrida en noviembre del 2004.

Otros perfiles de su personalidad

René Alcides Aguirre escribió sobre el doctor Costas, con referencias a otros perfiles de su personalidad. “Pionero de la aviación argentina, junto con Almonacid, Sánchez Zinni y Jorge Newbery, fue creador de un monoplaza que condujera como piloto de pruebas el campeón mundial de permanencia en moto y célebre automovilista de la época, Gaudino. En el año 1914, con un amigo mecánico, construyó una casilla rodante sobre un chasis de Ford T, tipo camión, y con este vehículo hizo una travesía entre Buenos Aires y La Pampa, viajando con un matrimonio de amigos. La travesía duró un mes, con penurias de todo tipo, como quedarse una semana en un precario puesto esperando que le mandaran un palier de repuesto”.

“Sus viajes más que turísticos fueron siempre de estudio, ya que al bagaje de sus conocimientos agregaba su afán de saber; con curiosidad visitaba tanto los museos, lugares históricos, como los barrios de las poblaciones o ciudades, los mercados, donde realmente se dimensiona la verdad. Una anécdota: estando en Argel se desencadenó una terrible y sangrienta lucha intestina y se presentó al director del hospital a fin de prestar voluntariamente sus servicios profesionales e hizo de cirujano de campaña, enseñando a los médicos del nosocomio las nuevas tecnologías de la especialidad”, acotó Aguirre.

Un recuerdo de la amistad de Costas con el presidente Marcelo Torcuato de Alvear, un fino bastón de madera que usó el jefe de Estado, fue obsequiado por el ex intendente al escribano René Aguirre; y más tarde su hijo, René Alcides, lo donó al museo histórico Emma Nozzi de Carmen de Patagones.

Sus últimos años

Retirado forzosamente del cargo al que llegó por voluntad popular, tras el golpe militar de junio de 1966, Leonardo Costas vivió sus últimos años, entre recuerdos, en su casa de las afueras, hasta su muerte ocurrida el 15 de diciembre de 1975, hace casi 35 años.

En julio de 1985 el Honorable Concejo Deliberante aprobó la imposición de su nombre a la breve arteria que se mencionaba al principio, paralela a la avenida Yrigoyen, entre Mascarello y Boulevard Moreno. Alguien debe ocuparse de corregir el error de escritura de su apellido.

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domingo, 7 de noviembre de 2010

Cuando el Vasco de la Carretilla pasó por Carmen de Patagones

 Arriba, el vasco en la única foto de archivo que lo muestra con su curioso vehículo; abajo, el homenaje que le brindó la comunidad de Piedra Buena, en Santa Cruz, desde donde arrancó en 1935.
Hace 75 años, en la primavera de 1935, pasó por Viedma y Carmen de Patagones el Vasco de la Carretilla. Guillermo Larregui, (con “i”) que así se llamaba el famoso vasco, había apostado que era capaz de unir la Patagonia con Buenos Aires, a pie y llevando una carretilla con su campamento móvil. ¡El 25 de mayo de 1936 entró en la Plaza de Mayo y logró su hazaña!




Una crónica del periódico La Nueva Era, con fecha del 14 de septiembre de aquel año, certifica la llegada a Patagones del Vasco trotamundos. La nota contiene una precisa descripción cronológica del itinerario que Larregui había cumplido antes de entrar a la provincia de Buenos Aires. El detalle es el siguiente. El 25 de marzo de 1935 partió desde la localidad de Comandante Luis Piedra Buena, Santa Cruz; y el 3 de abril llegó a Puerto San Julián. El 27 de abril estaba en Puerto Deseado, el 25 de mayo se encontraba ya en territorio del Chubut, en Comodoro Rivadavia, donde descansó hasta el 2 de junio. El 24 de ese mes llegó a Bahía Camarones y después emprendió la que, según su testimonio, sería la etapa más dura por el encontronazo con tormentas de nieve y viento, para arribar el 25 de julio a Trelew. El 1 de agosto el vasco detuvo su carretilla en Rawson y allí, en el hospital de la capital chubutense le curaron sus pies y le habrían salvado un dedo de una segura amputación. El 8 de agosto llegó a Puerto Madryn; y el 25 de ese mes recaló en San Antonio Oeste. La bitácora de ese tramo se cerró en Viedma y Carmen de Patagones, adonde arribó el 8 de septiembre de 1935.

Hay vecinos memoriosos que recuerdan la curiosidad que despertaba aquel caminante incansable, estacionado con su vehículo de una sola rueda en las puertas del municipio, conversando con la gente y, sobre todo, respondiendo a las preguntas inocentes de los más pequeños.

Lamentablemente no fue posible encontrar datos sobre el lugar en donde Larregui armó su campamento en el paso por Patagones, o si tal vez cambió la modesta carpa por una cama confortable en algún alojamiento solidario, como tal vez en el destacamento de Prefectura Naval.

¿Quién era el Vasco?

Un artículo del matutino Ecos Diarios, de Necochea (por donde el caminante pasó en enero de 1936) nos permite reconstruir datos de su vida.

“ El insólito personaje que por una apuesta había partido de la Patagonia rumbo a Buenos Aires, empujando una carretilla, llegó al centro de la ciudad el 20 de enero de 1936, a las 12. Su visita a Necochea fue parte de un viaje de 3.400 kilómetros que culminó en la Capital Federal. Fue la primera de sus aventuras, que terminaron 13 años después, cuando decidió construir su casa en Misiones, en el Parque Nacional de Iguazú.”

“Guillermo Isidoro Larregui Ugarte nació en Pamplona el 27 de noviembre de 1885 en el barrio de la Rochapea y llegó a Buenos Aires con solo quince años en 1900. En los primeros tiempos trabajó como marino hasta que se trasladó a la Patagonia para trabajar como peón en una multinacional petrolera americana en la que estuvo hasta 1935.

Ese año, durante una reunión con amigos hizo una apuesta que le cambió la vida y que lo convirtió en uno de los personajes más excéntricos y famosos de la Argentina.

"Nos hallábamos reunidos con varios amigos, comentado los records deportivos. Yo les decía que no siempre el ruido que se hace en torno de una prueba deportiva guarda relación con el esfuerzo", comentó a Ecos Diarios durante su visita.

"Yo me animaría, les dije, a cruzar toda la Patagonia a pie y a ir hasta Buenos Aires con una carretilla. Lo tomaron a broma y uno de ellos me trajo una carretilla. Luego, cuando vieron que yo me disponía a emprender el viaje y que la cosa iba en serio, se sorprendieron", agregó.

Aquel fue el primero de cuatro viajes y recorrió más de tres mil kilómetros hasta Buenos Aires. Su segundo recorrido fue desde Coronel Pringles hasta la frontera de Bolivia entre 1936 y 1938. La tercera ruta la emprendió en 1940 desde Villa María en la provincia de Córdoba y terminó en Santiago de Chile un año después. La última la inició en 1943 y la terminó en las Cataratas de Iguazú en 1949.

"Cuando salí de Santa Cruz, la gente decía: Ahí va Larregui con su carretilla. ¡Está loco! Lo mismo decían mis compañeros, pero yo les contestaba: No importa, iré yo solo al manicomio".

El libro "El vasco de la carretilla" del periodista bilbaíno Txema Urrutia recoge una frase que resume el espíritu de este legendario raidista: "Nadie me podrá quitar la dicha de ser dueño de mi propio destino".

Sigue el comentario del diario de Necochea, de aquellos tiempos. “El vecindario estaba enterado por Ecos Diarios de la proximidad de la visita del ya famoso Guillermo Larregui, el vasco de la Carretilla. Desde La Dulce se nos hizo saber por teléfono que había salido para Necochea y posteriormente, el señor Galdino Pascual, que viajando en automóvil a 'Dos Hermanitas' encontró en el camino al notable raidista y se detuvo a conversar con este unos instantes, nos dio a conocer la novedad".

Algo más de Patagones

Volvemos al artículo de La Nueva Era, donde el exquisito cronista nos ofrece este comentario.

“Tiene Larregui todas las características de los hombres de su raza –delgado, regular estatura, se vislumbra a través de sus ojos verdosos una dosis de inquebrantable energía-. Lleva recorridos hasta ahora (es decir entre Piedra Buena y Patagones) 2.156 kilómetros, lo que ni deja de ser una proeza teniendo en cuenta las condiciones climatéricas (sic) de la Patagonia austral, los malos caminos y la pesada carga que tiene que arrastrar para ponerse al abrigo de posibles contingencias en un raid como el que viene llevando a cabo.

No ha tenido Larregui hasta ahora el apoyo moral o material que, por lo general, las instituciones deportivas o los hombres de dinero dispensan a los deportistas que realizan arriesgadas pruebas a fuerza de corazón y energía. Ello no es óbice para que el vasco ceda en su empeño. Se propone llegar a Buenos Aires y llegará.”

La crónica terminaba informando que el día 14 de septiembre “si las condiciones del clima lo permiten” el Vasco seguiría camino hacia Bahía Blanca, adonde llegó el 2 de octubre.

Finalmente Plaza de Mayo

Los rastros de Larregui se pueden seguir por los recortes periodísticos. Pasó después por Tres Arroyos y de allí enfiló hacia la costa. Necochea, Lobos, San Miguel del Monte fueron paradas intermedias hasta llegar a Avellaneda, en el conurbano de Buenos Aires, el 25 de mayo a la mañana, y lograr su objetivo: pisar la Plaza de Mayo, ese mediodía, en el marco de los actos por la Fiesta Patria encabezados por el presidente Agustín Pedro Justo.

En la capital Larregui fue mimado por la prensa de la época, que lo acompañó hasta el Museo de Luján en donde dejó como donación su épica carretilla. Pero el Vasco no podía quedarse quieto, pronto compró otra carretilla y arrancó hacia Tucumán, luego a Mendoza, cruzó los Andes y en Santiago de Chile obsequió la carretilla a otro vasco y casi homónimo, don Pedro Arregui. Desde Chile emprendió otro rumbo a Bolivia, siempre a pie, siempre con una carretilla, llegando hasta la tradicional y colonial ciudad de La Paz. Inquieto, vuelve siempre a ésta, su tierra de adopción, y al pasar por Misiones la atrapante belleza de las Cataratas del Iguazú le marcaron su residencia definitiva.

Se estableció allí y durante muchos años fue motivo de curiosidad para los turistas que, enterados de su leyenda, se acercaban para charlar y sacarle fotos, a veces a cambio de algunas monedas.

Ya olvidado, como suele ocurrir con esta rara clase de héroes populares, murió el 9 de junio de 1964. Un suelto del diario La Nación dio la noticia, pero los caminos ya no guardaban recuerdos de su sombra, ni de su carretilla.

El homenaje en Piedra Buena

Larregui es recordado en la bella localidad de Comandante Luis Piedra Buena, recostada sobre el río Santa Cruz, donde se encuentra la Isla Pavón que fue el sitio elegido para establecerse por el héroe naval que le da nombre y es orgullo de Patagones por haber sido su pueblo natal.

Las avenidas centrales de esta población tienen plazoletas con esculturas en bajo relieve y una de ellas muestra la imagen del Vasco de la Carretilla, porque ese lugar fue el punto de arranque de su formidable aventura.

Un marplatense tras sus huellas

Hace dos años y medio, durante los primeros meses de 2008 un raidista marplatense, Daniel López, rindió su propio homenaje a Guillermo Larregui. Armó una carretilla moderna, con rueda de goma y cierto diseño aerodinámico, y se largó también desde Piedra Buena hacia la Plaza de Mayo.

De una entrevista que le realizara este cronista, cuando descansó unos días en el camping municipal de Viedma a principios de marzo de 2008, tomamos estas palabras de López, el émulo del Vasco de la Carretilla.

"No hago el viaje por ninguna promesa, ni para hacer campaña solidaria, simplemente estoy caminando por la memoria de este hombre, porque me gusta", aclaró; y sobre su rutina explicó: "cada mañana arranco con las primeras luces a eso de las siete y camino hasta después de la cinco de la tarde. En ese tiempo puedo hacer hasta unos 60 kilómetros, me alimento con cereales y jugos mientras estoy en la ruta".

En el momento de la pausa, si estaba cerca de una población, Daniel buscaba los fondos de una estación de servicio o un camping o armaba la carpa junto a la ruta, en lo posible debajo de una alcantarilla. Aquí en Viedma distintos medios le hicieron notas, sin embargo cuando arribó al destino final, en la Capital, la repercusión periodística fue reducida. Tal vez porque en el siglo 21 las proezas individuales de carácter pacífico tienen escaso rating, porque en su largo camino no tuvo peleas ni romances, no cantó, ni bailó…. solamente se ocupó de rendir homenaje a aquel ¿loco? Vasco de la Carretilla que dejó sus huellas por aquí hace 75 años.

domingo, 10 de octubre de 2010

Asignatura pendiente: la protección del patrimonio histórico

Arriba: las primeras casitas del balneario de La Boca (antes Villa Massini), abajo la casona de La Luisa, parte del feudo del ingenio azucarero de General Conesa
Abajo, una de las comisarías de la época del gobernador Pagano, en Ministro Ramos Mexía


La protección y rescate del patrimonio histórico cultural es una asignatura pendiente en los planes de gobierno de nuestro país. Poco se hace, no hay políticas definidamente claras en ese accionar y cuando se viaja por la geografía nacional se divisan importantes edificios y sitios de valor en el mayor de los abandonos.

En la vecina Carmen de Patagones, donde se describieron algunos pocos domingos atrás tres paradigmas de la desidia en esta materia (estación ferroviaria, ex chacra experimental y cerro de la Caballada) existe una luminosa excepción a la regla. Se trata del Museo Histórico Emma Nozzi, dependiente del Museo Histórico Arturo Jauretche del Banco de la Provincia de Buenos Aires, que funciona en una antigua casona maravillosamente reciclada en dos etapas, la de la llamada “Casa Histórica” (trabajos realizados entre 1986 y 1988) y la denominada “Casa Cagliero” (cuya reconstrucción se efectuó, en tiempo veloz durante el año 2009).
Este complejo de salas de exposiciones, salón de café-confitería-restaurant, depósitos y oficinas es una acabada demostración del trabajo bien realizado, en defensa del patrimonio histórico urbano.
Basta con observar las fotos antiguas, de los primeros años del siglo 20, para apreciar la exactitud de la reconstrucción de las fachadas; otorgándole un inmenso valor al casco histórico (también denominado “poblado histórico” en la declaratoria como Monumento Histórico Nacional del año 2003) en la vieja zona del puerto, poblada de nostalgias marineras.
Este cronista no vacila en afirmar que la sede del Museo Emma Nozzi de Patagones es un ejemplo para tener en cuenta, a nivel regional y nacional.
En Viedma
En la ciudad de Viedma hace pocos meses la Municipalidad encaró una obra encomiable, aunque de menor complejidad y costo (comparando con el museo de Patagones): la restauración del centenario Palacio Municipal sobre la calle San Martín, donde ahora tiene asiento de sus funciones el Intendente Municipal, acompañado de algunos colaboradores inmediatos.
Todavía espera una profunda intervención (en términos arquitectónicos, entiéndase) la llamada Manzana Histórica, donde sobresale el imponente edificio del Colegio Salesiano, con más de 120 años de antigüedad. Los fondos prometidos por el Gobierno Nacional no llegan y la construcción se deteriora cada día un poco más. Un ala del primer piso ya está inutilizable, por la goteras; aparecen problemas de elevada salinidad en algunas de sus paredes, se desprenden trozos de mampostería de las cornisas… en fin: es urgente la recuperación. No sólo porque se evitará un mayor deterioro sino por los importantes usos que se le pueden dar a todo el complejo. Las actuales autoridades municipales, encabezadas por el intendente Jorge Ferreira, confían en la futura instalación de un Museo de la Ciudad en un sector del viejo colegio, pero hoy no se vislumbran certidumbres.
La escuela primaria número 2, construida hacia 1915 sobre la calle Mitre, fue restaurada sólo en su planta baja, adaptándola como centro cultural. Se generó un espacio luminoso y amplio, pero lamentablemente no se conservó ningún ícono que permita identificar al edificio en relación con su rica historia escolar; ni tampoco hay cartelería informativa que rescate ese pasado. Quizás alguna gigantografía con fotos, colocada en el acceso y en el salón interior pudiera compensar esa falta.
Una brillante acción
En el balneario El Cóndor, popularmente conocido como La Boca, y todavía añorado por algunos como Villa Massini, avanzó en forma silenciosa una tarea digna de aplauso, bajo la responsabilidad de la misma Municipalidad de Viedma, con el consentimiento de una tradicional familia local. Se trata del rescate y reubicación de dos casillas de madera y chapa que fueron parte del primitivo asentamiento de viviendas de fin de semana y veraneo, hacia fines de la primera década del siglo 20.
Una nota de esta serie publicada en diciembre de 2008 fue el puntapié inicial para la faena, conducida por el arquitecto Oscar Sanguinetti, con personal municipal. La inquietud nació del vecino Edgardo Bagli, preocupado porque la probable venta del lote donde estaban ancladas las dos casitas hacía temer la destrucción de esas verdaderas reliquias. El siguiente párrafo fue tomado de aquel artículo de Perfiles y Postales en Noticias de la Costa.
“Esas dos casillas que sobreviven como parte de la Villa Massini están actualmente un poco deterioradas por la falta de mantenimiento, pero son perfectamente recuperables. Constituyen algo así como el ombligo del progresista y cada vez más poblado balneario El Cóndor, ex Villa Massini, siempre conocido como “la Boca”.
El terreno sobre el cual se encuentran las dos edificaciones pertenece a herederos de Marcelo Bagli, uno de los sobrinos de Jacinto Massini, quienes tienen legítimo derecho a venderlo. La pregunta que se impone, entonces, es ¿no es posible rescatar una de esas casillas, (la que presenta aspecto más pintoresco) transportarla desarmadas a un espacio público y restaurarla como atractivo histórico y turístico? La respuesta es positiva: sí, se puede hacer. Debe tenerse en cuenta, desde el punto de vista técnico, que hay en Viedma un profesional con experiencia en ese tema, el arquitecto Oscar Sanguinetti, que trabajó en la reconstrucción de la casona donde actualmente funciona el museo Emma Nozzi de Patagones.”
Pasaron los meses y las dos históricas casillas están instaladas en un predio cercano a la estación Terminal de micros, donde seguramente se colocará la cartelería informativa que ilustre al turismo sobre la importancia de esas sencillas construcciones. Una de las fotos que ilustra la nota muestra el estado actual de la recuperación.
Una ordenanza en ciernes
El concejal Pedro Sánchez (UCR), en el Concejo Deliberante de Viedma, impulsa una ordenanza que define el objeto de la preservación del Patrimonio Histórico y propone criterios en tal sentido.
En la fundamentación del proyecto se sostiene que “El patrimonio histórico y cultural comprende todos los elementos y manifestaciones tangibles e intangibles, producidos por las sociedades en un momento histórico determinado. El patrimonio de un pueblo, es la herencia de su pasado, la expresión de su identidad. Es lo que otorga a las comunidades un sentido de pertenencia y unidad histórica, y por ello, la homogeneidad en determinados valores”.
Añade que “la herencia de un país, región o ciudad está constituida por el resultado de un proceso histórico, en el que la reproducción de las ideas y de lo material, se constituyen en factores que identifican y diferencian ese lugar. Es decir, que los elementos que conforman el patrimonio histórico-cultural de una sociedad, son testigos de la forma en que una comunidad se relaciona con su ambiente.
En la parte resolutiva Sánchez propone “regular la protección, conservación, restauración e incremento del patrimonio histórico y cultural en todo el Ejido de la Ciudad de Viedma” y para ello pone “como autoridad de aplicación de la presente Ordenanza a la Secretaría de Turismo, Cultura y Deporte, a través de la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad o las que en el futuro la reemplacen.”
Agregando que “a los efectos de la presente Ordenanza, la Comisión Asesora de Patrimonio Histórico y Cultural del Concejo Deliberante de Viedma o las que en el futuro la reemplacen, será el órgano asesor permanente de la autoridad de aplicación”.
Será una norma útil, pero la responsabilidad de su cumplimiento recaerá sobre el conjunto de la comunidad.
Mucho por hacer
En toda la provincia de Río Negro hay mucho por hacer en esta materia. Hace pocos días la legisladora Magdalena Odarda (ARI) advirtió sobre el daño ambiental que se produce, de un tiempo a esta parte, en el camino de acceso al Casco Colonia La Luisa, en cercanías de General Conesa, que fue la vivienda particular de uno de los propietarios del ingenio de remolacha azucarera, inaugurado en 1929 con la más moderna tecnología de aquel momento en el mundo.
Como remedio a la tala indiscriminada de la antigua arboleda de la zona propuso que sea declarada “paisaje protegido” y se proceda a la “plantación de especies de árboles característicos de la zona, con el fin de conservar el paisaje original.”
Sostiene, en los considerandos de su presentación, que el sitio del ingenio destruido y abandonado está declarado “Patrimonio Histórico Provincial” pero, sin embargo, no advierte que nada se ha hecho en el cumplimiento de esa declaración y las ruinas languidecen en el olvido, mientras son objeto de saqueo permanente.
Otro mal ejemplo de desinterés e inacción del Estado provincial son las comisarías de la ex policía del Territorio Nacional, cuya construcción fue diseñada, ejecutada y supervisada por el gobernador, ingeniero Adalberto T. Pagano. Esas magníficas edificaciones, con diseño curioso en algunos casos, se encuentran en Cubanea, San Javier, Valcheta, Luis Beltrán, Pomona, Ramos Mexía y otros puntos de la provincia.
Todas, en su conjunto, también fueron declaradas como “monumentos históricos provinciales” , a través de la ley 3.945, sancionada y promulgada en el año 2005 a instancias del legislador radical Jorge Pascual. La norma estableció que debía realizarse un relevamiento fotográfico y la instalación de cartelería identificatoria. Nada se hizo en tal sentido y se corre el peligro de que, en cualquier momento, con entusiasmo pero falta de información, algunas de esas edificaciones policiales sea reformada y pierda el estilo del diseño original, perfectamente enmarcado en los años 30 del siglo pasado.


domingo, 26 de septiembre de 2010

Homenaje a los almacenes del ayer


Algunos días atrás se conmemoró el Día del Almacenero en homenaje a esa noble actividad comercial que ha estado, durante muchos años, muy incorporada en las costumbres de la vida cotidiana de los argentinos. En esta crónica se propone la reivindicación del almacén de barrio y de pueblo, aquel de ramos generales, que fue en sus tiempos una avanzada de civilización en territorios casi desérticos.

Parece anacrónico y anticuado detenerse en este tema, en estos tiempos dominados por los hipermercados luminosos, con aire acondicionado y perfumado y , a veces, una música que nos estimula el buen humor; rodeados por góndolas multicolores en donde se ofrece los artículos en sistemático orden para hacernos creer que allí encontraremos la plena felicidad de nuestras vidas; mientras cientos de cartelitos impresos con estética novedosa nos anuncian las ofertas que no podemos perder y proponen compras cosas que no estaban en nuestra mente apenas unos minutos antes.
Pero en algún lugar de nuestra memoria quedaron aquellos locales de claroscuros contrastantes, entre pilas de cajas y bolsas de variado contenido; con un mostrador tan cargado como lustroso por el constante ir y venir de los paquetes de crocante papel de estraza; en un clima cambiante como las estaciones del año, donde se mantenían suspendidas en el aire las distintas fragancias que mezclaban los vestigios olorosos de café, jabón de lavar ropa, vino tinto suelto, harinas variadas, alpargatas de yute, pimienta y nuez moscada , fluido Manchester, aceite de oliva y caramelos de menta.
En los recuerdos de la infancia de muchos miles de nosotros están los nombres y los rostros de aquellos almaceneros y almaceneras que escuchaban con respeto y simpatía el encargue recitado con cuidada dicción (para que se nos entendiese bien, claro). “dice mi mamá que le mande un cuarto kilo de queso mantecoso, cien gramos de jamón cocido y una lata de salsa de tomate”; lo que daba pie para que don Miguel (o doña Lola, o llamase como fuese) preguntara, mientras cortaba el fiambre con aquella prodigiosa máquina manual, de volante rojo y brilloso: “¿tu mamá va a hacer una pizza esta noche, Carlitos?”; y mientras uno contestaba que sí, claro, no podía evitar que los ojos se le quedaran pegados en la caja de chocolatines de etiqueta plateada tentadoramente colocada sobre el mostrador; y cuando llegaba el momento de pagar (o de anotar en la libreta, según cuál fuese la modalidad adoptada) aquel don Miguel/doña Lola, conocedores de la importancia de las buenas relaciones comerciales, nos interrogaba con un “¿te va bien en la escuela, no?” e inmediatamente ponía a nuestro alcance una de las tabletitas de chocolate, con una advertencia paternal: “tomá, es de premio porque sos un buen chico, pero es para el postre después de la pizza”.
Ya grandes y quizás en el inicio de nuestra vida matrimonial, nuevamente el almacenero del barrio (el mismo que en los pueblos chicos ha sido referencia central del desarrollo familiar) supo sacarnos del apuro cuando llegaban comensales inesperados y con la persiana baja, a la hora de poner orden en la caja, nos facilitaba ese paquete de fideos y la botella de vino salvadora del compromiso.
¿Quién no tiene alguna anécdota plena de afecto con ese almacenero amigo de tantos años? ¡Cuántas flamantes e inexpertas jóvenes amas de casa tuvieron asesoramiento oportuno sobre cuál jabón usar para que las camisas del marido quedasen más blancas, o el secreto del buen remojo a tiempo para el éxito del guiso de lentejas!
El almacenero del barrio (o del pueblo) ha sido, y sigue siendo quizás ahora en menor medida, un asistente útil e importante en la organización doméstica. Con valiosos e insustituibles servicios personales que nunca, de ninguna forma, podrá reemplazar el más supermoderno hipermercado.
Está claro que, en términos meramente mercantiles, la competencia es dura y cruel. Pero está en la sapiencia del buen almacenero cómo desarrollar estrategias que le permitan subsistir, a pesar de la expansión del supermercadismo. Este cronista no tiene conocimientos de mercadotecnia (ni los quiere tener) pero tan sólo alienta a los pequeños comerciantes del rubro de los alimentos para que no bajen los brazos: hay para ellos un sitio, que se gana más por el afecto que por la apariencia. El hipermercado es frío y meramente comercial, sólo despacha mercaderías; en cambio el almacén es cálido y servicial, nos atiende y entiende en nuestras demandas, con rasgos de familiaridad.

Un poco de historia de acá
Hechas estas consideraciones desde el corazón, y como reconocimiento al almacenero de antes y de siempre, puede ser interesante meternos un una aproximación a la historia de los almacenes tradicionales en la Comarca.
El memorioso vecino Cándido Campano, en los diálogos recopilados por Nancy Pague en el libro “Viedma entre 1920y 1930 en la memoria de…”, recordaba que “los almacenes de ramos generales eran los que tenían casi todo lo que se necesitaba para la subsistencia de la población y para el desenvolvimiento del campo. En ellos había comestibles, ropas, calzado, herramientas, semillas, artículos del hogar, artículos de librería, alambre, postes, materiales para la construcción… en fin: de todo.”
Seguía diciendo que “Eran una especie de supermercado de la época”, pero apuntó enseguida que “la diferencia fundamental era que la mercadería estaba detrás de un mostrador y los clientes debían esperar que el dueño los atendiera; él cortaba, pesaba, sacaba las cuentas, aconsejaba acerca de lo que le convenía al cliente, o cuando se daba cuenta que estaba gastando más que los recursos con que contaría para pagarle, anotaba en el libro del fiado, y cobraba. Cuando el negocio era grande y con mucho movimiento tenía ayudantes llamados dependientes”.
Hay otra característica comercial muy particular, en referencia a los almacenes de ramos generales de importante desenvolvimiento y mucha clientela rural, que Campano describía así: “también funcionaban como bancos, porque la gente, especialmente de la campaña, le dejaba al comerciante su dinero en depósito; esto le aseguraba que cuando le faltara dinero el comerciante se lo prestaría, o le daba mercaderías por el crédito que tuviera.”
Los almacenes importantes de la Viedma de esos años (1920 al 30) citados en ese trabajo de historia local son el de José Veiguela y Compañía, en la esquina que actualmente posee el club Sol de Mayo, en Alsina y 25 de Mayo; el de los Pappático, en Belgrano y Pueyrredón (ver más adelante); el de Crociatti, en Alvaro Barros y Rivadavia; el de Segundo Malpeli, con surtidor de nafta, en Alvaro Barros y Güemes; y el de la firma Fagioli y Casadei, en San Martín y Saavedra, más tarde bautizado como Casa Los Vascos .
Lo de Pappático
Don José Pappático (83 años) es hijo de aquel Domingo Pappático que comenzó con despacho de bebidas y almacén en la esquina de Roca y Las Heras, y en los años 30 se instaló en la esquina comercial de Pueyrredón y Belgrano (ver foto de archivo, ya no queda nada de esa construcción) que incluso le dio nombre a ese sector del barrio como “por lo de Pappático”.
De sus recuerdos (que ya fueron el eje central de una nota de Perfiles y Postales) rescatamos lo siguiente.
“Era el tiempo en que todas las cosas se vendían sueltas: el jabón en barra, el azúcar en terrones (que era preferida por las amas de casa, porque decían que endulzaba más que la molida), la yerba que venía en cilindros de 25 kilos. Nosotros comprábamos las resmas del papel de estraza, que se usaba para hacer los paquetes en donde se ponían todos esos artículos sueltos. Con esos paquetes que necesitaban de la habilidad artesanal del almacenero para hacerle una especie de repulgue lateral y dejarle arriba dos orejas.
Nosotros éramos cinco hermanos: Roque (que en realidad nunca estuvo con nosotros, era el mayor y era un bohemio, se fue a Buenos Aires y nunca estuvo en el negocio), Carmelo, yo, Domingo y mi hermana Silvia, que era la más chica.
Carmelo, Domingo y yo estuvimos muchos años junto a papá, después cuando ya pasamos a la etapa mayorista él se alejó del negocio y seguimos nosotros al frente, papá falleció en 1961.
Cuando terminé la escuela primaria no fui a la secundaria, el viejo me dijo ‘agarrá el caballo, atalo a la jardinera y salí a repartir”.
Lo de Galantini
Otro comerciante que heredó un apellido tradicionalmente vinculado al rubro del almacén es Julio César Galantini (56) nieto de Adelmo Aleardo Galantini, quien en 1906 abrió el negocio de ramos generales de la esquina de Alsina y Monseñor Fagnano en Carmen de Patagones ( foto de archivo, que muestra el cartel de una conocida marca de pinturas, que ya no existe más).
Galantini también pasó por esta serie dominical de Noticias de la Costa, y contó cómo fue introducido en el mundo comercial por su padre, Rafael , más conocido como “Chichín”
“A mí el viejo me traía desde los 12 años, él caminaba adelante, no teníamos auto, y yo venía atrás.. puteando. Me hacía levantar a las siete de la mañana y salíamos bien temprano, en verano con la fresca y en invierno con las heladas. Pero así me enseñó el trabajo y la responsabilidad .
A la mañana yo agarraba una bicicleta grande, con canasto en el manubrio, y salía a recorrer los barrios altos de Patagones; visitaba todas las pequeñas almacenes y levantaba los pedidos, la competencia era muy fuerte y había que mantener a la clientela, había almacenes muy grandes como Malaspina, Montenegro, Ieracitano, Pozzo Ardizzi. Después a la tarde armaba los pedidos en cajoncitos de madera y salía con la jardinera o la Villalonga (carruajes de un solo eje y dos ruedas, el primero; de dos ejes, cuatro ruedas y balancín, el segundo) para hacer el reparto”.
Estos son sólo algunos apuntes en torno a la importante actividad comercial de los almacenes de Viedma y Carmen de Patagones, con una mención breve e incompleta. Queda mucho por escribirse, hay mucho más en el almacén de la memoria colectiva.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Los lancheros del río Negro, a través de un relato emotivo basado en un hecho real

Una vieja lancha, totalmente descubierta, de las que se usaron hasta los años '70 (arriba), y el monumento al botero (abajo) inaugurado en marzo de 1977, sobre la costa de Patagones.
La presencia del río como frontera natural y administrativa entre Carmen de Patagones y Viedma es una de las características particulares de esta comarca. Pero las populares lanchas de pasajeros constituyen un detalle distintivo en la vida social, que sorprende gratamente a los viajeros que llegan de visita. Este cronista siempre propone a los turistas la realización de la breve y económica excursión del cruce de ida y vuelta, que permite observar el bello paisaje costero y, también, tomarle el pulso a un aspecto de lo cotidiano.
Hay muy poca literatura sobre las lanchas y los lancheros. Alguna referencia sobre la labor solidaria de los boteros cuando las horas aciagas de la inundación de 1899 y poco más. El relato que se inserta a continuación, “Nicolita” de José León Martínez, publicado originalmente en el periódico La Calle de marzo de 1988, es una bella muestra de narrativa fluvial.
En la dedicatoria el autor puso “a los viejos lancheros que con ojos de niño miré y admiré. A Tale Barbara, Nando Campisi, Pepito Barilá y Nicolás Barbaro con quienes en el mágico navegar del Gustazo o el Cume-Có compartí en condominio la propiedad del río. A los lancheros de hoy, inquilinos de ese río que en el cariño todavía nos pertenece. De cada uno de ellos, como un merecido homenaje, es esta historia real”
NICOLITA
“Ya no te esperaba, un poco más y cruzaba solo” le dijo el muchacho flaco al rubio despeinado que, aún agitado, intentaba con la solapa del sobretodo protegerse del viento para encender un cigarrillo. “No tan solo…” le respondió este con sorna, mientras pasaba una fugaz mirada por aquella silueta de tapado azul, largo cabello negro y pañuelo de gasa al cuello. “Tiene dueño” murmuró el flaco y como agregando precisiones terminó el diálogo: “estudia de maestra, la conozco poco…”.
El viento arrachado de aquel agosto tempestuoso se colaba entre el enrejado de madera pintada de blanco que circundaba la explanada y gemía entre las enredaderas de palos de quebracho del viejo muelle de Viedma. La luz amarillenta del farolito del palo mayor anunciaba la proximidad de la lancha, en un danzar interminable de babor a estibor. Nicolita le dio el último golpe de acelerador y la soga de lino empapada y endurecida se hizo sabio nudo marinero para amarrar la ‘Luis Piedra Buena’ al quebracho pulido por mil atraques. Prestos, los dos muchachos saltaron a la lancha y esperaron la llegada de un hombre de poncho y gorra de cuero que con familiaridad saludó a Nicola.
Una media vuelta dio marcha al motor y antes de saltar amarras, como al unísono, todos levantaron los ojos hacia aquella muchacha que, asida a la baranda y ajena al mundo que la rodeaba, contemplaba el tronco añoso que el río arrancó de alguna isla lejana y, soberbio e impío, lo aprisionaba, lo humillaba y ahogaba contra los quebrachos del muelle, negándole la dignidad de morir libre y altivo en la libertad del mar que lo esperaba en la desembocadura. ¿Qué rara coincidencia habría entre aquella lucha despareja del árbol y la correntada, con esa muchacha que sola quedaba en el muelle, mientras la lancha se perdía en la noche cerrada del río, rumbo a Patagones?
Quizás Nicola se lo preguntó cuando se dio vuelta para cambiar la última mirada por un interrogante. Ya en el canal las luces de Patagones se levantaban y se hundían en aquel río encrespado que llovía su enojo sobre la lancha, mientras el noble motor Ford T jugaba su resto, apostando en contra de una corriente que deslizaba su furia bajo la quilla, obedeciendo quien sabe a qué prisa.
La llegada fue serena y un chau quedó detrás de la ágil trepada de los jóvenes por la escalera del muelle. El hombre maduro intentó cambiar alguna palabra con Nicolita pero, extrañamente, no obtuvo respuesta. Secó Nicola los vidrios de sus gruesos anteojos y subió a la casilla del boletero para guarecerse del frío; un frío extraño, distinto, que en el muelle de Viedma se le había colado debajo de su viejo capote negro. El ‘Primus’ templaba la redondez del estrecho ambiente de madera y empañaba los vidrios. La mano derecha se hizo visera y con el catalejo de una duda intentó Nicola acercar el muelle de Viedma.
Ensimismado rechazó el mate que su amigo el boletero le alcanzó y a prisa, sin decir una palabra, saltó nuevamente a su lancha. La mano en el cebador y el certero golpe de manija se unieron en una sola maniobra al desamarre y golpe de timón. El silbido de dos demorados pasajeros no detuvo la lancha y el viento sur devolvió el insulto como un justiciero reproche.
Nunca como aquella noche la ‘Luis Piedra Buena’ cruzó tan rápida el río. Iba vacía, es cierto, pero le había tirado un cabo al peso muerto de un mal presentimiento. La correntada enfrentó a la lancha con el viejo sauce llorón de la mitad de la rambla y el farol solitario del lugar espejó el río en el remanso de juncos.
En ese cono de luz vio Nicola flotar un borbollón oscuro, y el rojo pañuelo de gasa que el río se llevaba lo enfrentó con la tragedia. La decisión certera de un minuto era la vida y no podía equivocarse, porque sabía que un duro tallador barajaba en contra la carta de la muerte. A marcha plena respondió el timón al golpe del volante y un surco espumoso en caracol fue quedando a popa. Templó el motor con una acelerada en vacío y puso proa a la mata de cabellos sueltos, a un pañuelo rojo, a una esperanza.
Como un mimbre costero arqueó su cuerpo sobre la baranda de babor y cuando su brazo zurdo se hundió, en su ansiedad le pareció que él también se sumergía en aquellas aguas heladas. Sus dedos se hicieron tenazas en la cabellera negra, su brazo adquirió fuerza de gigante y como el pescador que victorioso levanta la presa ansiada, en segundos sobre las tablas resecas del piso de la lancha el rostro desencajado y la frente fría develaban el misterio de aquella muchacha de tapado azul. La tibieza de un pausado aliento tiró un chispazo de vida sobre la noche del río y el negro capote de lluvia cobijó una esperanza.
El muelle de Patagones aguardó el regreso de la ‘Luis Piedra Buena’ como los puertos del mundo reciben al viejo pescador que regresa victorioso después de capear el temporal. Dos hombres ayudaron a Nicola a cerrar las puertas del auto, que veloz se llevó por las calles serpenteadas de Patagones a la muchacha del tapado azul y cabellos negros, un secreto… y una esperanza.
Pasaron varios inviernos y la vieja lancha de Nicolita mostraba entre sus tablas surcos sin pabilo y la pintura reseca se escamaba en su casco. La bomba de achique había trabajado mucho aquel año largo y Antonio, el noble carpintero de ribera, ya no volvería con su uniforme azul de lobo de mar a curar sus viejos amores escondidos en las cuadernas de viraró de las lanchas. Los inviernos eran cada vez más duros y el rocío de los muelles hacía sentir su rigor en cada movimiento. La decisión estaba tomada: el fin del verano marcaría el final de su vida de lanchero.
Quizás la despedida que se aproximaba, acaso el miedo al último cruce, le iban llenando el alma de recuerdos y nostalgias. Los buenos tiempos vividos, las noches calurosas con la rambla plena de gente, las barras bullangueras de los estudiantes que con sus guardapolvos pintaban la lancha de blanco, las madrugadas de regreso de los inolvidables carnavales y también… aquella noche de invierno.
Esa tarde de fin de febrero la marea estaba baja y la última plataforma de la escalera mostraba sus tablas enmohecidas y resbaladizas, cuando Nicolita llegó al muelle de Viedma. Observó el embarque y cuando todos abordaron la lancha levantó la vista para mirar a la señora y dos niños que, extasiados, permanecían en la segunda plataforma de la escalera. Volvió nuevamente la vista y por un instante vaciló si sus anteojos y su memoria eran aún eficientes. Pero ya no tuvo dudas.
Era ella, vestía de blanco, sus rasgos eran juveniles y su rostro feliz. Asía celosamente de sus manos dos niños que pugnaban por ver de cerca el encanto de un barquito. Un hielo de noche invernal corrió por las venas de Nicolita, pero la tibieza de una mirada profunda retempló su ánimo. Un largo silencio y el dulce gesto de una despedida sin palabras lo dijeron todo. Volvió ella sobre sus pasos, subió lentamente la escalera y por un instante posó sus manos en la baranda de madera que aquella noche trágica acompañó su angustia. Un auto con patente de una provincia lejana se la llevó por las calles de Viedma, igual que aquella noche por las serpenteadas subidas de Patagones. Pero esta vez la acompañaban, asidos de cada mano, la esperanza de sus hijos, que eran sin duda la revancha de la vida.
Las sombras fueron cubriendo el muelle. El anochecer era majestuosamente sereno. Era la hora en que Patagones se tira al río, para pintarlo de luna, casas viejas y luces que se alargan. Muchos anocheceres de su vida fueron parecidos; pero ese día, diferente a todos, como ningún otro, al río y al alma de Nicolita Barbaro los invadía la sensación inigualable de la calma chicha”.
EL MONUMENTO
¡Cuántas historias, reales y de ligera ficción, pueden tejerse sobre el río y los lancheros! A pocos metros del muelle de las lanchas de Patagones nos encontramos con el bronce de homenaje al botero. Es una obra de gran realismo, consistente en un busto y cuatro bajo relieves ubicados en cada una de las caras de la pilastra. Lamentablemente la escultura no tiene firma. El monumento se inauguró en marzo de 1977 y tiene una placa con una interesante leyenda: “al botero pionero de las comunicaciones y primer medio de transporte de cargas y pasajeros entre Carmen de Patagones y Viedma”; fue una iniciativa del Centro de Residentes de Patagones y Viedma en Bahía Blanca.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Tres sitios históricos de Patagones

En las tres notas siguientes la descripción de tres sitios históricos de Carmen de Patagones, los tres en las afueras del casco céntrico, que reclaman la atención de las autoridades, para su recuperación y puesta en valor; en el marco de un probable circuito histórico-turístico.

Lo que queda de la Estación Experimental de Riego de Patagones debe ser recuperado

La belleza y el esplendor de los años 20 (arriba) y el actual descuido (abajo), con un grave cuadro de deterioro que entristece a quienes se acercan por ese sitio.
Del otro lado de las oxidadas vías de la abandonada estación de trenes de Patagones está la Escuela Agropecuaria Carlos Spegazzini, establecimiento de educación media que utiliza la infraestructura de lo que fue la Chacra Experimental de Regadíos del ministerio de Agricultura de la provincia de Buenos Aires, creada en 1906 bajo la experta conducción del ingeniero Fernando Leblanc. El establecimiento tenía por finalidad, tal como su nombre lo indica, realizar experimentos de diverso tipo de cultivos bajo riego en el suelo de la parte alta de Patagones, comparable al del resto del partido.
¿Para qué servirían esos ensayos? Pues para aplicar sus resultados en las casi 350 mil hectáreas que se proyectaban regar a través del proyecto que, por aquellos mismos años, la provincia de Buenos Aires le había encargado al ingeniero Carlos Wauters.
Leblanc cumplió con su misión, aunque el sistema de riego que tomaba aguas desde Guardia Mitre nunca se ejecutó y aún es la meta ideal para quienes sueñan con el definitivo despegue del extremo sur bonaerense.
En el breve plazo de 10 meses Leblanc y sus hombres (un puñado de peones sin ninguna experiencia previa en ese tipo de trabajo) desmontaron las 24 hectáreas de la chacra, hicieron el relevamiento topográfico, construyeron una red de 15 mil metros de canales, roturaron la tierra y sembraron una extraordinaria cantidad de plantas forrajeras, legumbres y frutales.
La labor más dura fue la de llevar el agua del río hasta el lugar, a 1.500 metros de distancia de la costa y 40 metros más abajo; para lo que hubo que cavar zanjas e instalar una cañería de hierro, por la que se impulsaba el agua bombeada desde la orilla por una poderosa máquina a vapor, instalada en una espaciosa sala de máquinas (al final de la continuación del bulevard Moreno) construida para tal efecto.
La creación y puesta en marcha de la Estación Experimental fue, como se comprende, una obra titánica, un ejemplo de eficiencia y responsabilidad. A tal extremo que el ingeniero Leblanc dio la vida por defender el emprendimiento. Una fría noche de julio de 1912, bajo los efectos de una fuerte helada el profesional se internó en la chacra para procurar encender fogatas que defendieran a las plantaciones, enfermó de bronconeumonía y murió pocos días después.
La chacra siguió existiendo, se perfeccionó y creció hasta convertirse en un vergel, donde las explotaciones de aceite de oliva y conservas de todo tipo le dieron fama nacional. Mucho después, en los años 40 se creó la escuela agropecuaria Carlos Spegazzini, sobre la base de la misma chacra.
En la actualidad algunas construcciones de los tiempos de esplendor de la chacra Spegazzini todavía se conservan, como por ejemplo la casona principal que era la vivienda y oficina del director. Pero el abandono y la falta de mantenimiento han hecho estragos, y sólo se puede adivinar con imaginación la belleza que habrá tenido esa edificación, rodeada por un parque con fuentes de agua y macetones florales.
Este es otro sitio que necesita recuperación y puesta en valor, con información para el visitante, un recorrido auto guiado con carteles y espacios con parque recreativo infantil. Sin interferir en las actividades educativas, la vieja escuela que ha formado centenares de técnicos agropecuarios bien puede convertirse en un hermoso lugar de paseo histórico.


La estación de trenes de Patagones, un sitio pleno de historias y nostalgias

Del bullicio de aquellos tiempos, cuando llegaban varios trenes por día, al silencio triste de la actualidad; un lugar emblemático de Carmen de Patagones, que debe revivir.
La vida social y comercial de Carmen de Patagones tuvo una bisagra en abril de 1922, porque para esa fecha comenzaron a llegar regularmente los trenes de la empresa británica Ferrocarriles del Sud. Antes, en noviembre de 1921, todos los habitantes de Patagones y la región, incluyendo por supuesto a Viedma, habían festejado con enorme alborozo la llegada de la primera formación de prueba, encabezada por la locomotora inglesa Beyer Peacock, fabricada en Manchester en 1901, bajo la experta conducción del maquinista Juan Cambetta.
Ese humeante, estrepitoso y potente aparato, una máquina de tipo ténder de tres ejes, rodado 2-6-0, clase 7-B para el Ferrocarril del Sud, fabricada por los talleres ingleses dentro de una partida de 28 unidades similares, numeradas 3071 al 3098 de la cual le tocó en suerte a Patagones la 3096 el viaje de prueba de las vías, es la misma que periódicamente restaurada se conserva sobre una plazoleta del boulevard Juan de la Piedra.
Allí, enfrente del Monumento al Ferrocarril (donde desapareció la placa alusiva y falta una cartelería informativa), se encuentra la estación de trenes que el Ferrocarril del Sud construyó entre 1922 y 1925, con las mejores comodidades de esa época, sala de espera general, sala de espera para señoras (con baño interno), sanitarios para caballeros en el exterior, oficina y vivienda para el jefe, boletería y sala de telégrafos, depósito de encomiendas y amplio alero de resguardo; todo con el cerramiento correspondiente con empalizada de hormigón.
Esa típica construcción ferroviaria rural, sobre un modelo pre establecido por la administración británica que eficientemente conducía mister Arthur Coleman, hoy muestra el deterioro del paso de los años, con paredes descascaradas y rajaduras peligrosas. El organismo propietario del inmueble es la Unidad Ejecutora del Programa Ferroviario Provincial, que todavía no resolvió si los trenes podrán cruzar algún día los medanos que tapan las vías desde Stroeder hacia Cardenal Cagliero.
Pero, independientemente del reducido movimiento ferroviario, es urgente que se establezca un convenio de recuperación de ese valioso edificio por parte la Municipalidad, para instalar allí actividades comunitarias tales como talleres culturales y de manualidades, realización de exposiciones, espectáculos etc. El sitio debe contar, además, con una muestra fotográfica permanente relativa a la historia del ferrocarril.
No es admisible que un lugar de tanta tradición, esa sala de espera y ese anden en donde transcurrieron tantas historias familiares, ese espacio de encuentros y despedidas a veces tan emotivos, hoy esté silencioso y abandonado.

El Cerro de la Caballada, a la espera de mejoras prometidas hace mucho

En 1927 (arriba) apenas terminada la construcción del monolito; y en este 2010, un sitio abandonado la mayor parte del año, sólo frecuentado por enamorados y aerobistas
“Sobre el promontorio del Cerro de la Caballada se levanta el monolito rosado que recuerda el hecho del 7 de marzo de 1827, como un mojón impertérrito de soberanía. Fue inaugurado hace más de 80 años, cuando se celebró el centenario del Combate de Patagones, y desde entonces, con heroísmo comparable al de los nobles defensores del puerto maragato, resiste los embates de los predadores de distinta índole: traficantes de bronce que intentaron desprender sus valiosas placas de homenaje y pintores de grafitis urbanos (uno cree que se trata de adolescentes mal enseñados) que se empeñan en dejar allí el testimonio de sus amores y desvelos”.
El párrafo anterior fue publicado en marzo de 2008, en una nota de esta misma serie que intentaba alertar sobre el descuido de los sitios emblemáticos de la historia de Patagones. Nada ha cambiado en estos últimos dos años, las autoridades y las instituciones sólo se acuerdan del cerro y de su obelisco cuando se aproxima la conmemoración histórica; durante el resto del año sólo es frecuentado por enamorados, practicantes de aerobismo, algún turista y cazadores de imágenes. Por suerte se interrumpieron las “travesuras” de los amantes del moto cross, que usaban el faldeo del promontorio para hacer rugir sus máquinas y estropear la ya raleada vegetación autóctona.
En agosto de aquel mismo año 2008 el intendente Ricardo Curetti anunció que estaba aprobado un presupuesto de 250 mil pesos, de la Dirección Nacional de Arquitectura, para trabajos de puesta en valor del cerro de la Caballada. Se trata de un proyecto del que comenzó a hablarse por 1997, en tiempos de la gestión del intendente Magdalena Ramos, con el propósito de parquizar el predio, dotarlo de iluminación y cartelería, instalar un mirador con bancos y baranda de prevención y, también, la construcción de una vivienda para un cuidador permanente.
La visión panorámica del valle inferior del río Negro y de la dos ciudades hermanas que se obtiene desde lo alto del cerro es incomparable, es un verdadero balcón natural que lamentablemente no se explota como un atractivo turístico. El valor histórico del sitio no puede ser olvidado, tampoco, y en el lugar podría armarse una infografía gigante con el desarrollo cronológico ilustrado del combate naval y terrestre de marzo de 1827. También es posible montar un circuito de interpretación de la fauna y flora regionales, donde los admiradores de los pájaros pueden quedar sencillamente maravillados.