martes, 23 de junio de 2009

Elsa Mulhall de Torno, la niña de la isla que llegó a jefa sanitaria de Viedma

Elsa en su infancia de chacra y sol, la primera de la derecha, con sus hermanas
Al final del ciclo secundario, la primera de la izquierda en la fila de las muchachas


Se llama Elsa Adela Mulhall de Torno, y fue la primera mujer médica en incorporarse al hospital de Viedma, al principio de la década del 60. Nació y pasó los primeros años de su infancia en Guardia Mitre, en la isla colonizada por su abuelo, Eduardo Mulhall, el mismo que fundó la Compañía Salinera Anglo Argentina y la estancia de San Blas.

Quizás sea por la sangre irlandesa que corre en sus venas, tal vez porque ha llevado una vida ordenada y saludable, lo cierto es que Elsa (76 años cumplidos en el pasado mes de febrero) tiene contagiosa vitalidad y perfecta memoria. La charla con este cronista se deslizó, con exquisita amabilidad, por los recuerdos de su niñez, las referencias a su padre (don Jaime Mulhall, quien merece un abordaje más intenso) y el rico anecdotario de su larga experiencia profesional, compartida con recordados médicos como Emilio Nazario, Fernando Molinari, Antonio Sussini y Osvaldo Gianni.
Nacida bajo la mirada de Yrigoyen
Elsa Adela Margarita Mulhall nació en la misma isla de los Mulhall, muy cerca de Guardia Mitre, rodeada por las aguas del río Negro. “Era la época de los partos en las casas, a mi mamá la asistió doña Virginia Müller, que era la partera del pueblo. En la habitación donde nací había un enorme retrato de don Hipólito Yrigoyen, lo que me marcó desde un principio para toda la vida, porque siempre he sido y seré radical”, recordó.
Su padre Jaime Estanislao Mulhall era argentino, nacido hacia 1875 en Buenos Aires, uno de los 11 hijos del inmigrante irlandés Edward Mulhall, cofundador con su hermano Michael del diario en inglés “The Standard”, hacendado, impulsor de Bahía San Blas a fines del siglo 19 y principios del 20.
Jaime fue cadete de la escuela naval, después estudió matemáticas y fue el
autor de un importante tratado sobre densificación infinitesimal. Trabó relación con el sabio Albert Einstein, en Buenos Aires, y establecieron intercambio de correspondencia. “Murió cuando yo tenía 10 años y lamentablemente no pude aprender mucho de él, recuerdo que tenía un telescopio y yo me sentaba arriba de una banqueta y me hacía observar los astros. A la luna la pude ver en detalle cuando tendría 7 años, y me paseaba por todo el universo, por lo que es el día de hoy que cuando me pongo a observar el cielo nocturno le puedo reconocer todos los astros. Papá se levantaba a las 5 de la mañana, tomaba café y se encerraba en su biblioteca a leer y escribir, era un hombre muy especial” apuntó Elsa.
Don Jaime Mulhall era, en efecto, tan especial y liberal para su época como que estaba separado de su primera esposa, Laura Girondo Uriburu, con quien tuvo tres hijos en Buenos Aires; y se vino al sur a rehacer su vida con Margarita Jenkins, la madre de Elsa y otras tres mujeres, todas nacidas en Guardia Mitre.
“En ese tiempo no había divorcio pero cuando falleció su primera esposa y quedó viudo, ya libre, no dudó en casarse con mi mamá, en una ceremonia ante el señor Ricardo Quinteros, que en ese tiempo era juez de Paz de Guardia Mitre” reforzó el dato, nuestra entrevistada.
La muerte del padre
Como ya se dijo Elsa tenía sólo diez años cuando se produjo la muerte de su padre, a consecuencia de una insuficiencia cardíaca (“lo llamaban asma cardíaco en ese tiempo, sufrió mucho, pasó sus últimos meses en cama porque no se podía mover” apunto Elsa) y terminó su vida internado en el hospital de Patagones, bajo los cuidados del doctor Carlos Tessari, que en esa época viajaba a Guardia Mitre para atender la sala de primeros auxilios. Ese episodio marcó mucho a la niña Elsa, quien ahora más de 6 décadas después rememora detalles como que “cuando hubo que internarlo lo llevaron en una carretilla hasta el bote, para cruzar el río y del otro lado subirlo al auto”. El fallecimiento de don Jaime fue el 25 de abril de 1943 “en la cama del hospital dormía tomado de la mano de mi mamá, pero en el sueño la soltó y allí, seguramente, murió”. Poco después fue cremado en Buenos Aires y, años más tarde, en cumplimiento de su voluntad, sus cenizas fueron arrojadas al viento en la playa de San Blas.
De Guardia Mitre a Córdoba
Los primeros años de la escuela primaria Elsa los cursó en la escuelita de Guardia Mitre. Su memoria exacta le permite precisar que “ mi primera maestra fue Alba Laría, que era soltera y paraba en el hotel de Vernengo, en donde conoció al hijo del dueño, que se convirtió en su esposo; otras maestras fueron la señora Aurelia Alcaraz de Palma, Cecilia Truquín, e Isabel Agostino Andrea“ Ya tenía 12 años y su madre temía que en el largo recorrido de 4 kilómetros entre la isla y la escuela corriera algún peligro, por la proliferación de changarines y peones foráneos entre las chacras. “Entonces con mi hermana mayor nos vinimos a vivir a Patagones y terminé la escuela en la 2, enfrente de la plaza, donde era director era el señor Negri, y su esposa Livia era maestra, otra docente mía fue Dorita Ghiraldi, que después falleció en mis brazos cuando yo ya era médica, en el hospital sin llegar a tiempo a la guardia”
El secundario lo hizo en el colegio Nacional de Viedma, enfrente de la plaza, en una época de la que guarda bellos recuerdos “por los profesores inolvidables y los buenos compañeros”. Se recibió a fines de 1951 y al año siguiente inició su etapa universitaria, en Córdoba.
De esa etapa sus remembranzas no son las mejores “me fui tan lejos porque quería evitar el examen de ingreso pero fue muy duro, un transplante a un lugar en donde no conocía a nadie, y solamente tenía la compañía de una hermana mayor, que estaba conmigo”.
Médica joven en Viedma
Ya recibida de médica, ya casada con Néstor Torno, se instaló en Viedma. Un día de 1964 concurrió al consultorio del doctor Nazario para hacerse ver por una reacción alérgica “y en la charla me preguntó si no quería entrar al hospital de Viedma, me llevó a ver al director, que era el doctor Fernando Molinari y entré como concurrente, sin sueldo. También estaban los doctores Orofino, Iturburu, Tessari que venía de Patagones; y yo, que era la única mujer médica en ese ambiente, que era muy machista”.
Afirmó que “lentamente me fueron haciendo lugar y me gané un espacio, hasta que gane un concurso a fines de 1965 y empecé a cobrar un sueldo, pero ya estaba haciendo guardias y sabía que no tenía horarios, que el paciente siempre tiene que ser atendido; y nunca hice discriminaciones de ningún tipo, siempre atendí a todos por igual”.
Ocupó la jefatura de guardias del hospital de Viedma, tras la renuncia de García Díaz, y siguió en esa tarea hasta 1974. En ese momento dejó las guardias y pasó al periférico de Santa Clara, en donde siguió hasta 1981, cuando se incorporó al sistema de contralor médico al personal público. “¿Sabe cuánta gente mandé a trabajar, porque tenían licencias de tratamiento prolongado que no correspondían?” señaló en ese punto.
De la actividad hospitalaria pasó a la administración de políticas de salud. “Llegó el año 1982 y estaba el doctor Brukstein como presidente de zona sanitaria y como el doctor Alberto López se había tomado licencia por unos meses, me mandó a buscar para que ocupara durante un tiempo la dirección del hospital Zatti, en donde pude trabajar muy cómodamente, con la colaboración de toda la gente”. En marzo de 1984, ya con el gobierno democrático y cuando Remigio Romera era ministro de Salud, le ofrecieron la presidencia de la Zona Sanitaria, cargo que aceptó con la plena convicción de que “el funcionario tiene una silla con patas de cristal”; mientras mantenía ‘ad honorem’ el cargo de contralor de la Caja de Previsión Social.
En la presidencia de zona logró organizar tareas con su colega Beba Sapin, como vicepresidente, la administradora Angela Jorajuria, el veterinario Ricardo Bigatti y otros colaboradores. “Trabajábamos en equipo, en plena armonía” recordó. Hubo cambio de autoridades y pasó a la secretaría ejecutiva del Consejo de Salud, hasta que hacia fines de 1987 renunció a los cargos, para jubilarse y dedicarse con más tiempo a su familia.
Siempre con la salud
Pero Elsa Mulhall de Torno no pudo dejar la medicina del todo. La vinieron a buscar del hospital de Patagones y allá fue, para hacer guardias, que mantuvo hasta unos siete años atrás, alternando con relevos del doctor Luis Urizar en el hospital de Stroeder; y también en la sala de San Blas, donde una vez pasó un mes de enero completo. “Yo no podría haber sido otra cosa que médica, si volviese a nacer volvería a elegir esa profesión “ aseguró.
De la suma de experiencias de tantos años rescata aquella tarde de domingo en la que le trajeron un chiquito del Idevi, ahogado en una acequía. “La mamá por suerte le había hecho respiración boca a boca durante todo el trayecto, acá le sacamos agua del estómago y los pulmones, le inyectamos cafeína y recuperó el pulso, después hubo que devolverle calor al cuerpito y finalmente lo hicimos revivir. Creo que por el disgusto los padres se fueron de la zona y nunca supe nada del nene, que ya debe ser un hombre”.
Otro caso, en Patagones, cuando llegó a la guardia un muchacho joven que había intentado suicidarse colgándose con una soga en un galpón. “Estaba totalmente azul, sin aire, tenía la garganta tan aplastada por la soga que no le pasaban los tubos de oxigeno, nos costó pero lo reanimamos. Pasaron unos años y volvió a verme, para agradecerme que había vuelto a vivir”.
La otra cara, el dolor que todavía la conmueve, de aquella vez que un camión aplastó un nene de pocos años en un barrio maragato. “Llegó muerto, era irreversible, no podré olvidarme nunca del dolor de esa madre”. Para Elsa “aunque se sumen años en la profesión los sentimientos nunca se deben perder, el médico no se debe endurecer”.
Se hizo de noche, llega la despedida y en la puerta revive los cielos de la infancia, allá en la isla de Guardia Mitre, “mire como están bajas las nubes, traen agua seguro”. Tiene razón, poco después empieza a llover.



domingo, 14 de junio de 2009

Eduardo Vázquez,actor y director, pionero del teatro en Patagones y Viedma

Un caballero elegante, don Eduardo Vázquez, cantante, actor y director teatral.
Arriba: la sala del teatro Garibaldi de Patagones, escenario que administró durante varios años; abajo: el programa de una función patriótica en el teatro Argentino de Viedma, en donde hoy actualmente se encuentra la Legislatura de la provincia de Río Negro.

Hace pocos días, con motivo de la apertura del denominado “Espacio INCAA”, en el casi centenario teatro Garibaldi de Carmen de Patagones, fue recordada la figura de Eduardo Vázquez, pionero de la actividad teatral en la Comarca. Aquel actor y director de “cuadros filodramáticos” (como se los daba en llamar) tuvo a cargo la representación de la obra “La cuerda floja” en la inauguración de esa sala, en la velada del 24 de mayo de 1910.
Sobre aspectos de la intensa vida artística de Vázquez se trata esta crónica. Una serie de datos fueron tomados de un apunte escrito por Jorge “Coco” Linares, también músico de larga trayectoria en escenarios locales, hijo de María Esther Vázquez y nieto del precursor que nos ocupa.
Un gallego talentoso
Eduardo Vázquez nació en La Coruña, España, el 24 de agosto de 1877, llegó a la Argentina en los últimos años del siglo 19 y en Buenos Aires desarrolló sus primeras experiencias escénicas. Hacia 1900 se radicó en Carmen de Patagones, en donde casó con Carmen Guerrero, joven maragata hija de una familia de esta población; y del matrimonio nacieron 11 hijos. Para mantener a la prole desarrolló tareas de martillero público, y fue secretario del Consejo Escolar de Patagones entre 1908 y 1925.
Las dotes artísticas de este gallego talentoso era múltiples: como actor representaba con idoneidad papeles cómicos y dramáticos, cantaba con atiplado registro y podía tanto interpretar canciones melódicas como rítmicas zarzuelas. Esa voz de tenor alto le permitía componer sobre el escenario los roles de personajes femeninos, generalmente en situaciones humorísticas, y lograba cautivar al público con sus imitaciones.
Veamos lo que dice un suelto del 28 de abril de 1904, de La Nueva Era: “el segundo número del programa fue el pasacalle de la zarzuela ‘Niña pancha’, en la cual nuestro aplaudido Eduardo Vázquez nos demostró imitar a la perfección a una de esas hermosas y pícaras andaluzas, que con su característica gracia hacen que sean admiradas en todo el mundo”.
El prolijo registro efectuado por Coco Linares permite ubicar los antecedentes del primer elenco dirigido por su abuelo y, también, la identificación de otros de los actores (¡todos varones!) y el dúo cantable que se lucía en aquellas funciones.
Entre los nombres de los integrantes del cuadro filodramático llamado ‘Cosmopolita’ encontramos los de Julio Brocca, Juan Ferri, José Navarretti, Carlos Luca, Domingo Barilá, Jacinto Pizzorno y Miguel Calabró. En la representación de la zarzuela “El dúo de La africana” la canción central, un contrapunto entre tiple y tenor, se lucían Vázquez, en la primera de esas voces, correspondiente a una dama, y Dimas Aban. Esta pieza la cantaron en escenarios de las dos orillas, pero se destaca en las antiguas crónicas que fue ovacionada en los actos conmemorativos del 7 de marzo, en 1904, en el salón de la Asociación Española de Socorros Mutuos, a los fondos del actual teatro España que recién se construyó para 1922.
Empresario y productor
Eduardo Vázquez no se limitó a conformar y dirigir elencos teatrales, en los que también actuaba, sino que encaró con audacia el difícil rol de empresario de espectáculos. La Asociación Española refaccionó su salón de actos, hacia 1913, y se lo entrega en concesión, para la explotación de una sala cinematográfica que se dio en llamar “Cinema Vázquez”.
En 1922 la Sociedad Italiana llama a licitación para el manejo del teatro Garibaldi y lo adjudica a Eduardo Vázquez asociado con Justo Rica, por el término de tres años con opción por un lapso similar. Consigna Jorge Linares que “la nueva sociedad intercala las funciones de teatro, ya sean líricas o musicales, con proyección de películas, estas últimas tres veces a la semana”.
El recuerdo de su hija
Sobre aquellos tiempos es indispensable sumar el testimonio de María Esther Vázquez de Linares ( hija de Eduardo, el actor y cantante; madre de Jorge, el trompetista) muy conocida en Viedma por la tarea docente desarrollada como profesora de piano durante varias décadas. El material que se cita seguidamente es la trascripción de la entrevista efectuada, en abril de 1996, por la profesora Nancy Pague.
“En el Patagones de la década del 20 había dos teatros: el Garibaldi, que tenía palcos, y el España. En Viedma, en esa década, se inauguró el teatro Argentino. Mi padre, Eduardo Vázquez, que como buen hijo de español tenía mucha chispa y le gustaba lo artístico, era el empresario del Garibaldi, así que desde muy chica conocí el ambiente teatral. Siendo yo adolescente mi padre dirigía lo que se conocía como los ‘cuadros filodramáticos’, interpretados en su mayoría por chicos de entre 12 y 16 años, que no faltábamos a los ensayos e íbamos con nuestra parte bien estudiada.
Algunas obras estaban escritas en verso, como ‘El rosal de las ruinas’ y ‘Espinas de una flor’. En prosa o en verso, lo cierto es que los papeles de cada uno eran extensos y exigían horas de estudio. Mi padre nos enseñaba a interpretarlos y nosotros poníamos mucha voluntad para que todo saliera bien. Hay que tener en cuenta que la mayoría de esos chicos, que no siempre habían terminado la escuela primaria, trabajaban; y los ensayos se hacía después del horario de trabajo” recordaba doña María Esther.
Es muy simpática la situación que sigue a continuación. “También tengo que decir que entonces era mal visto que las mujeres trabajáramos en el teatro. Ahora recuerdo con una sonrisa que algunas compañeras de María Auxiliadora llevaban al colegio los programas de las funciones para que las monjas supieran que yo era artista. ¡Y eso que durante la interpretación todo era casto! En una obra los protagonistas teníamos que darnos un beso, papá me hizo poner los dedos pulgares cruzados frente a la cara, parada de espaldas al público, y el varón, tomándome la cara, besaba esos dedos. ¡El público creía que nos besábamos!”.
Las puestas en escenas tenían contenidos variados, con toques efectistas que sorprendían al público, por el realismo de los vestuarios y las caracterizaciones. Así lo relataba la hija del polifacético teatrista. “Interpretábamos comedias, sainetes, dramas, y zarzuelas. Los autores que más recuerdo son Vacarezza, Benavente y Méndez Caldeira. La mayoría de las obras tenían muchos personajes. Recuerdo una que representaba una fiesta campestre: había guitarreada, llegaban muchos invitados y hasta un Ford T subía al escenario. En la obra ‘Melgarejo’ subía también un caballo.”
Agregaba María Esther Vázquez que “el programa constaba siempre de dos partes; en la primera podía representarse una obra corta o varios números de baile, recitado, coro, monólogos, y escenificación de canciones. De éstas una que me conmovió mucho fue ‘Perdón viejito’. Mi papá hacía de viejito y lloraba, y yo, que llegaba arrepentida con una bolsita colgada de un palito, pensaba ‘¿qué hago?’ ‘¿me voy?’. El vio que titubeaba, me tocó la cabeza y me dio fuerzas para seguir. Todo era muy sencillo, pero muy emotivo”.
“En la segunda parte siempre se representaba una obra larga –continuaban los recuerdos de la hija del notable artista- que se componía de varios cuadros. Muchas de esas obras daban lugar para que participaran los músicos y cantantes locales. Creo que no se concebía el teatro sin participación de los músicos. Pero, además, los entreactos eran amenizados por orquestas que tocaban los tangos, polcas, paso dobles, marchas y valses, de moda en ese momento. En el escenario siempre había algo que entretenía a los concurrentes a la función”.
En particular sobre los intérpretes añadía que “los músicos que tienen mayor relieve en mi memoria son los hermanos Proserpi: Alejandro en guitarra, Eugenio en violín y Alberto en piano, junto a Justo Rica, que tenía a su cargo la música de los espectáculos.”
Otras precisiones de este interesante relato se refieren a los montajes escenográficos y de vestuario, en donde primaban el ingenio y la inventiva. “Para cada obra el escenario se armaba con muebles prestados, y en el caso de las que dirigía mi padre con los muebles de mi casa, que a veces quedaba desmantelada. Los trajes los hacía mi madre, casi siempre transformando los de obras anteriores. Era una época de recursos escasos y se necesitaban mucho ingenio y creatividad para confeccionar la ropa para cada personaje. A veces, para números especiales, se pedían prestados. Por ejemplo: cuando canté el fox trot ‘Y tenía un lunar’ el conductor del coche fúnebre de la empresa Melluso me prestó el frac y la galera”.
El teatro en las fiestas cívicas
Las representaciones protagonizadas y dirigidas por Eduardo Vázquez eran, casi siempre, la parte central de las actividades de conmemoración de las principales fiestas cívicas de Viedma y Carmen de Patagones, en los teatros ya mencionados.
María Esther Vazquez de Linares reflexionaba, sobre el final de la charla, allá por 1996, que “han pasado sesenta años desde la época en que anunciábamos Gran Función Teatral para presentar obras sencillas, que exaltaban valores humanos y entretenían, produciendo emoción. Al recordar vuelvo a aquellos escenarios y siento la alegría de entonces. Creo que cumplimos una función social necesaria, en esa década en la que había muy pocos motivos de distracción para la población”.
Eduardo Vázquez se alejó de la comarca en 1932, acosado por las autoridades surgidas del golpe militar de 1930. Buscó nuevos rumbos en Punta Alta, en donde ocupó varios cargos y llegó a una defensoría de menores en el partido de Coronel Rosales. Falleció en la década del 40, pero ya nunca volvió a caminar por las calles de estos dos pueblos que tantas veces hizo emocionar con comedias, dramas y zarzuelas.
(Se agradece la colaboración de Dora Vázquez y Jorge Linares, nietos del actor, y de Nancy Pague, que rescató el testimonio de María Esther Vázquez)


martes, 9 de junio de 2009

Juan B. Campastro, polígrafo y pionero del periodismo patagónico del siglo XX

Se llamaba Juan Bautista Campastro. Fue un auténtico polígrafo, un enamorado de la palabra, cuyas huellas de tinta y papel quedaron, señeras, en Jovita (Córdoba), General Conesa y Coronel Pringles (actualmente Guardia Mitre), aquí en Río Negro.
Nacido en Italia, en el Piamonte, llegó a la Argentina a fines de 1892, cuando tenía 12 años, ya para 13. Lo llamaba su padre, radicado desde tiempo antes en Patagones, como capataz de un inmigrante itálico que había hecho fortuna y desarrollaba, en la zona de Laguna Grande, un importante emprendimiento agrícola: don Carmelo Bottazi.
Juan B. Campastro contó así sus primeras impresiones del arribo al puerto maragato.
“Nos hallamos en la Argentina en la tarde del 20 de diciembre de 1892 y prontos para desembarcar del veterano barco de vapor Litoral, y pisar suelo maragato, hecho éste que convirtió en realidad lo que hube de haber soñado siempre: estar libre! Patagones en aquella tarde parecía una ciudad encantada: bellamente recostada a la falda de la loma: el bullicio de la calle Roca y los ensordecedores pitazos del barco; los dueños de los carritos de pértigo en completa efervescencia en la descarga, y mil de otros detalles aportaban belleza de una gran fiesta”.
En su encantador librito autobiográfico “Recordando a lo pasado se sazona al presente”, (que escribió e imprimió, con tipos sueltos parados a mano, en 1964, a los 84 años) Campastro traza una crónica sobre la vida rural de Patagones en aquel tiempo de su llegada (“la zona estaba invadida por mangas de langostas; grandes trechos de este acridio tapizaban el suelo y se desplazaban continuamente de un sitio a otro…”) y relata sus empleos como mandadero de la tienda Las Delicias (en la esquina de Comodoro Rivadavia y 7 de Marzo) y aprendiz en la fábrica de carruajes de Luis Decio.
Con los curas
Pero la vida del italianito tendrá un vuelco singular cuando un día se cruza con un sacerdote salesiano, paisano suyo, el padre Pedro Orsi quien (como buen hijo de Don Bosco) le hace al artículo y lo entusiasma con la idea de entrar en la escuela de artes y oficios en Viedma. Allá irá Juan Bautista para pasar, como pupilo, los siguientes seis años, aprendiendo música, herrería y… fundamentalmente: ¡el arte tipográfico!
“Corre el año de 1894, una fiebre de movimiento está esparcida en todos los rincones del colegio, en la herrería la fragua lanza llamas con olor a humo, y el martillo con sonoro lenguaje juguetea sobre el paciente yunque; en la carpintería las garlopas mutilan las maderas y le arrancan cintas que parecen víboras; en la zapatería la suela se queja de los golpes que le propina con desconsideración el chato martillo zapateril; en la sastrería las tijeras se abren y cierran con frenesí al buscar telas para cortar; los carros, unos tras otros, van descargando los ladrillos del horno de Vicente Zingoni; las paredes suben constantemente hasta alcanzar a embutir en la elevada torre el vigilante y austero reloj; gracias a la fiebre alta constructiva de un avezado grupo de albañiles y ayudantes…”
En ese bullicioso ámbito Campastro traba una especial relación con el cura Evasio Garrone, joven y dinámico, que se convertirá en amistad de por vida, a pesar de que con el correr de los años el polifacético escritor se alejará del pensamiento clerical.
Se refiere a ello nuestro personaje, en este otro fragmento de su autobiografía. “Yo por aquel entonces había salido del colegio y dado lectura de Marx, Engels y otros, me hice un socialista acérrimo y discutidor. Garrone se reía, pero no emitía opinión alguna sobre política y sólo me encarecía así: no te detengas, avanza siempre, analiza y estudia para ver la realidad política, me decía el padre Garrone”.
Junín, San Blas, Arroyo Verde
En 1900 el joven italiano soltó sus alas y se alejó de Viedma para forjarse un destino. Su primer trabajo fue en el ferrocarril, en la ciudad bonaerense de Junín, donde habrá encontrado mayor fermento para su pensamiento socialista. De allí, años más tarde, pasó a San Blas, para instalarse como herrero de una estancia. Allí trabó relación con don Tomás Iviglia, dueño de un campo, y al tiempo pidió en casamiento a una de sus hijas, Angela, a la que le llevaba 15 años de diferencia. El matrimonio entre Juan Bautista y Angela se celebró el 11 de mayo de 1907 y la pareja partió hacia Arroyo Verde, en el límite entre los territorios de Río Negro y Chubut.
Campastro armó allá su taller de herrería, al servicio de la flota de carros de la empresa Peirano y Podestá que realizaba viajes entre San Antonio y Trelew. En ese remoto paraje nacieron los primeros hijos del matrimonio.
Cuatro años más tarde el inquieto herrero soñaba con un destino más confortable para su familia y al enterarse que en la zona de Coronel Pringles (hoy Guardia Mitre) estaba en venta una chacra, con costa sobre el río, no dudó en hacer esa inversión. El 11 de mayo de 1911 llegaron en carro a su nuevo asentamiento.
La chacra y las letras de molde
Juan Bautista se dedicó con pasión a las actividades frutíhortícolas, con diversidad de producciones: frutas frescas y secas en orejones, miel y espárragos, que vendía por correspondencia a una amplia clientela de Buenos Aires y otras ciudades. Entre 1927 y 1928, en tiempos de gobierno radical, fue designado Juez de Paz de Coronel Pringles.
Más adelante, cuando el establecimiento agrícola empezó a generar utilidades le dio rienda suelta a sus vocaciones: el arte tipográfico, el periodismo, la literatura y la música.
En 1930 se trasladó a la localidad cordobesa de Jovita, compró una imprenta y fundó el periódico “El Imparcial”; dos años más tarde mudó la Minerva y las cajas tipográficas a Pringles, y comenzó la publicación del quincenario en una nueva etapa. La población de ese punto de la geografía rionegrina era de unas mil personas, sin autonomía municipal.
Pero aquella hoja impresa pronto se convirtió en caliente tribuna para la defensa de los intereses regionales.
La nota editorial de “El Imparcial” del 28 de junio de 1933 toca un tema de extrema actualidad (en el 2009, 76 años después) con el título “¿Las comisiones de fomento son representativas del pueblo o de la Gobernación?”.
Dice el artículo. “Partiendo de la base que dichas comisiones han sido nombradas por la Gobernación, de acuerdo a la ley que articula sobre el caso, fluye que dichas entidades no representan al pueblo del que forman parte, por cuanto éste no tiene la menor ingerencia en los actos realizados por aquella”.
“No encontramos razón a nuestro modo de entender en que el pueblo consienta comisiones de fomento, cuando por ley le corresponde concejo municipal electivo y nos deja contristrados el ver que haya alguien ocupado en aderezar pitanzas para caudillos, ilustres desconocidos, en vez de bregar por la autonomía de nuestro solar”. Bien clarito, don Juan Bautista. Otra prédica constante: las obras de regadío para la zona.
Valses, consejos y ayuno
Por esos mismos años del 30 comenzó a componer y editar las partituras de temas musicales populares, como los valses “Ramo de flores”, “Acacia” y “Salvado por una mujer”; y la ranchera-marzurca “La nena”. En este último caso la letra y música están acompañados por un relato tipo folletín, que cuenta las aventuras de un viajante de comercio.
En 1935 editó un libro de consejos administrativos, sobre la base de su experiencia como juez de Paz, con el sugestivo título de “Errores y torpezas que deben evitarse”, y el subtítulo de “Informaciones útiles para vecindarios, juzgados de paz y comisiones de fomento de los territorios nacionales”; que en varios de sus capítulos desliza fuertes críticas a los burócratas gubernativos. Poco después escribe y edita “Cómo se estafa al prójimo”, que contiene un curioso repertorio de “cuentos del tío” y otras avivadas de las que pueden ser víctimas sus comprovincianos.
Otra de sus publicaciones con formato de libro es “Mi ayuno de 60 días”, impreso en 1937, que es el insólito diario personal de esa exacta cantidad de días, alimentado sólo con uvas y caldos de verduras con el simple objeto de depurar su cuerpo, en un afán naturista que lo habrá de acompañar hasta el fin de su vida. Para ese cometido solía practicar nudismo y tomaba sol en traje de Adán, en un lugar discreto de la chacra, lejos de las miradas de sus familiares.
La aparición de “El Imparcial” se mantiene con regularidad durante unos diez años, después se muda con taller y todo a General Conesa, en donde a principios de los años 40 publica “Valle Inferior”, que sólo dura unos pocos números.
Nuevos rumbos
Con el advenimiento del peronismo adhiere con entusiasmo al nuevo proceso político y pone su pluma al servicio de la causa popular, desde 1948, con un periódico cuyo nombre lo dice todo: “Nuevos rumbos”, de vuelta en Guardia Mitre.
Esta será su última iniciativa periodística, hasta mediados de los años 50. En 1956 logra jubilarse como periodista y hacia 1962 se instala en una casa de la calle Alvaro Barros de Viedma, enfrente de la actual plaza Primera Junta. Sus nietos recuerdan que, ya mayor, había descubierto una nueva pasión: la fotografía, con el cuarto oscuro en su dormitorio. Tenía 91 años cuando murió, allá en Guardia Mitre, el 7 de setiembre de 1971.
En su querido pueblo la biblioteca popular luce su nombre (iniciativa del ex intendente Angel Zingoni, uno de los nietos que aportó materiales para esta crónica) pero la figura enorme y casi legendaria de Juan Bautista Campastro se perdió en el tiempo. Esta nota es sólo un aporte, escaso e incompleto, para su rescate y revalorización.
(Se agradece la valiosa colaboración de los hermanos Zingoni-Campastro: Diana, Delia y Angel)