lunes, 31 de agosto de 2009

Un hecho policial que conmovió a Patagones en 1916

Arriba la placa que recuerda al médico asesinado, abajo la crónica de época en "la Nueva Era"

El hecho que recordamos ocurrió el 24 de septiembre de 1916 y puede calificarse como magnicidio, palabra poco usual que hace referencia a la muerte violenta de una personalidad de mucho poder. En efecto aquel día, en horas de la noche, en su chacra de Laguna Grande fue asesinado el médico Luis Maroullier, importante hombre público de Patagones en aquellos tiempos.

Para la reconstrucción de este caso, que estremeció la tranquilidad de los pueblos de Carmen de Patagones y Viedma, se han tomado extractos del libro “Personajes de Antaño”, de José Scalesi; y de un recorte del periódico “La Nueva Era”, de la colección de Alfredo Lavoratornuovo.
Médico y emprendedor
“El insigne doctor en medicina Luis Maroullier, era un facultativo de procedencia vascuense-francesa con radicación en la zona en los primeros años del siglo XX” comienza el relato de Scalesi.
“Su actuación profesional la desarrollaba desde su consultorio instalado en las actuales cale Bynon y Olivera, prestando servicios también en el antiguo hospital local con actuación importante como colaborador en el Concejo Municipal respectivo en carácter de edil ad-honorem”.
“La circunstancia de ejercer sus múltiples actividades no era óbice para atender con asiduidad el establecimiento rural que orgullosamente poseía. El predio de referencia se halla comprendido sobre el conocido camino vecinal que se inicia en la alcantarilla ferroviaria y termina en La Baliza, para mejor expresar entre el paraje denominado El Saladero y el horno ladrillero de los hermanos Bellini”.
Scalesi describe con detalle el emprendimiento rural de Marouiller , que hacia la costa del río formaba “lenguas escalonadas de terrenos arenosos que permitían la plantación de viñedos variados, frutales de todo tipo, hortalizas y verduras en general”; pero también se extendía hacia la loma.
“Fácil resulta imaginarse, en virtud de las particulares características del medio, con pronunciados y numerosos desniveles, las enormes dificultades que debieron tener para emparejar el terreno, si se tienen en cuenta los primitivos y precarios implementos de que se disponía. Ambos sectores de cultivo intensivo eran atendidos por un ingenioso y extendido sistema de riego constituido por un poderoso motor Deutz monocilíndrico , alimentado a kerosene con mezcla de nafta. Este primordial implemento proveedor del agua estaba estratégicamente ubicado en las proximidades del río, ubicado dentro de un espacioso recinto construido con material común que ya ha sido demolido. (…) Representaba por su notable tiraje en pulgadas elemento principal para atender la provisión del líquido, que era destinado a la zona alta. Las dos cañerías eran convenientemente distribuidas hacia el almacenamiento pertinente, constituido por tanques australianos, desde donde se producía la correcta irrigación, extendida también para la atención del tambo y lechería que existían.”
Añade, para brindar una más completa impresión acerca de la importancia del establecimiento, que se cultivaban 12.000 cepas de vid y diversas variedades de fruta, y puntualiza enseguida que “durante el corto período de pleno apogeo productivo, entre los años 1914 y 1922, las faenas relativas al desarrollo, mantenimiento e incremento de los plantíos estuvieron a cargo de Carmelo Scalesi (padre del autor de estos apuntes), en compañía de su hermano Alfo y su padre Pedro”.
El drama
El suceso criminal que nos ocupa se produjo en “el apacible atardecer primaveral del 24 de septiembre de 1916” y tuvo como prolegómeno una costumbre consuetudinaria del doctor Marouiller: la de salir a recorrer la parte alta de la chacra, con una escopeta, en procura de cazar liebres, vizcachas y peludos.
Cuenta don José que “desde la vivienda familiar ubicada en la parte del bajo se escuchó el eco del lejano y retumbante, pero nítido, estampido de un arma de fuego, lo que hizo suponer el logro de alguna pieza por parte del cazador”.
“Transcurrida la tarde de ese funesto día, adentrada la noche y no habiéndose producido su regreso, se practicó el pertinente aviso a las autoridades policiales. Luego de una intensa y agotadora búsqueda nocturna, aproximadamente a las 3 de la madrugada del día subsiguiente consiguióse encontrar el cuerpo sin vida del infortunado galeno, que presentaba dos letales de gruesos perdigones del accionar de una escopeta Lupara de doble caño”.
Es fácil de comprender la consternación que habrá causado el hallazgo del cadáver de Maroullier y agrega la crónica de Scalesi que “efectuadas las averiguaciones del caso se produjo la detención de varias personas mayores, incluyendo a los propios locatarios (se refiere, seguramente, al cuidador y su familia) y en principio las sospechas recayeron sobre el popular agente policial Pimpinella, a raíz de haber incurrido en raras contradicciones y actitudes”.
“Tras denodados esfuerzos tendientes a lograr la individualización y captura del generador de tan lamentable hecho delictuoso, y con la importante ayuda de un hábil rastreador apellidado Iglesias se consiguió hallar al implicado, quien resultó ser el convecino Domingo Farinelli. Se arribó al total esclarecimiento luego de seguirse el rastro de las pisadas, impresas en el terreno arenoso del lugar por el calzado del victimario. La prueba se verificó a través del recorrido comprendido desde el sitio donde ocurrió la desgracia hasta la vivienda respectiva (unos 2 kilómetros) secuestrándose el arma de que se valió para ultimarlo…”
Naturalmente había que discernir también el móvil del asesinato, pero el autor del artículo citado, que recibió de su propio padre el testimonio memorioso, apuntó que “no fue posible determinarlo en profundidad” y menciona diversas hipótesis: una deuda impaga de Maroullier a su matador por trabajos de albañilería; un supuesto ajuste de cuentas encargado por un tercero; una cuestión de celos por la supuesta relación amorosa del galeno con una parienta del asesino; y una venganza porque el médico muerto, a través de su cargo de concejal, le habría dispuesto una clausura al prostíbulo que manejaba el mentado Farinelli, detrás de la fachada de una cancha de bochas y despacho de bebidas.
Lo concreto es que el acusado fue condenado a 25 años de cárcel, que cumplió en el presidio de Sierra Chica.
Tras la muerte de Maroullier su hija Regina intentó la administración de la chacra, sin lograr buenos resultados, la maquinaria impulsora de agua para riego se desarmó, el motor fue a parar a la usina de San Antonio Oeste y los caños se derivaron a una quinta de los hermanos Scalesi. En los años 60 el establecimiento pasó a manos de los hermanos Antonio y Julio Patriarca, que han convertido ese sector de Laguna Grande en un vergel digno de admiración, por el aprovechamiento de las tierras cercanas al río, adecuadamente regadas.
Gracias a la cordial atención de miembros de la familia Patriarca este cronista pudo visitar el antiguo galpón, que hizo construir en 1906 el propio Maroullier para caballeriza y depósito de forrajes, y actualmente es usado como garaje y bodega. Esta construcción fue convertida en improvisado salón de bailes populares en varias oportunidades, y Pepino Franco (de Los Millers) recuerda haber hecho allí sus primeras actuaciones cuando era adolescente.
Las exequias
Como se dijo al principio era el doctor Luis Maroullier un hombre muy relacionado, profesional y socialmente, en las comunidades hermanas de Viedma y Carmen de Patagones en aquellos años iniciales del siglo pasado. Su trágica muerte (un magnicidio, como lo hemos calificado) suscitó produjo sorpresa y dolor en los círculos altos de la sociedad. Por ello en el momento del entierro, en el cementerio maragato, hubo cinco emotivos discursos con elevados panegíricos hacia la figura del ilustre muerto. Tal como era el estilo periodístico de la época el semanario “La Nueva Era” le dedicó amplio espacio a la crónica del acto, en su edición del 1 de octubre de 1916.
Ante la tumba de Maroullier hablaron Ricardo Moriones, por la Municipalidad; el gobernador de Río Negro, Pedro Antonio Serrano; Enrique Mosquera, por el Consejo Escolar; Antonio Millán, por las escuelas del distrito; y Ambrosio Rucci, por la Sociedad Italiana.
De las palabras de Serrano, uno de los mejores oradores que hubo en la Comarca, se rescatan estos párrafos. Vale apuntar que este funcionario nacional vivía en Patagones, donde años más tarde sería intendente, y era amigo personal del difunto.
“Es así, con las frentes descubiertas y con el corazón envuelto en el crespón de los dolores hondos y unánimes, como han de traer los pueblos contristados este cuerpo inerme, que fue de un justo, para entregarlo al seno quieto y por siempre tranquilo del sepulcro. (…)
El doctor Marouiller era un espíritu dilecto y un hombre bueno. Por eso pocos serán los que no te lloren y, por eso, pocos serán más llorados. Amó esta su tierra adoptiva con su grande amor, sano y varonil. Le dio ya no su ciencia médica, para la expansión generosa de su propio contento de arrancar tanta vida a la muerte, tanta miseria al hospital. Le dio más. Veía en la limpidez de estos cielos, en la salubridad de estos aires, en la opulencia de estas frondas, en la corriente de estos cauces, un pedazo de su querida Champagne francesa”.
Poco después sobre la tumba fue colocada una placa de bronce donada por la Municipalidad de Patagones. En algún momento del siglo pasado los restos del médico fueron derivados al osario común y el recordatorio fue colocado en el pórtico de ingreso a la necrópolis de Patagones.
Pasaron casi 93 años, nadie recuerda al ilustre doctor Marouiller y allá, en Laguna Grande, la tierra que tanto amó respira los aires pacíficos de la anticipada primavera.



domingo, 9 de agosto de 2009

Constantino Díaz, el último aguatero del ferrocarril en Patagones

Constantino Díaz ( a punto de cumplir 83 años) nos introduce en un sector olvidado de la estación ferroviaria de Patagones, donde el agua del río, limpia y purificada, abastecía a locomotoras y trenes.
Arriba el tanque, con capacidad para varios miles de litros; abajo, una de las piletas para la decantación y filtrado del aga, todo en un triste estado de abandono, producto de la destrucción del ferrocarril. Al costado de los galpones ferroviarios abandonados de la estación de Carmen de Patagones, con acceso por la calle Fernando Leblanc camino hacia el aeroclub, se encuentra en ruinoso estado la planta de almacenamiento y tratamiento de agua, que abastecía hasta mediados del siglo pasado las locomotoras a vapor y todo el conjunto de dependencias del ferrocarril, incluyendo los depósitos del coche cocina-comedor, y los vagones de pasajeros.
Sobre la costa del río, junto a las bombas que elevan el agua hacia la chacra experimental Carlos Spegazzini, funcionaban la boca toma y motores bombeadores del propio ferrocarril. Una extensa cañería llegaba a la estación y el agua se decantaba primero en dos enormes piletones, con capacidad para muchos miles de litros; pasaba después por un sistema de filtros y, por último, se almacenaba en un tanque elevado, enteramente realizado en hormigón.
Este sistema, que era uno de los tantos orgullos ferroviarios de Patagones, quedó sin funcionamiento hace una década. Durante 27 años todo el mecanismo y sus prestaciones estuvieron a cargo de nuestro entrevistado: Constantino Lorenzo Díaz.
El hombre del agua
Constantino Lorenzo Díaz, cumple 83 años el 11 de agosto próximo, y es nativo de Maquinchao, en la línea sur de Río Negro. En su fresca memoria está claramente presente la fecha de su ingreso en la empresa Ferrocarriles del Estado, el 21 de agosto de 1948, apenas salido del servicio militar obligatorio. Su ilusión era aprender el oficio de maquinista y con esa finalidad se inscribió en un curso interno de capacitación en San Antonio Oeste; pero a las pocas semanas se presentó la urgente necesidad de un relevo en la estación de Pilcaniyeu, para la atención de la bomba que suministraba agua a las máquinas vaporeras.
“No tenía la menor idea de cómo se atendía ese tipo de motores, pero pasé por Maquinchao, para buscar algunas cosas mías personales en mi casa; y allá me dio algunas lecciones un tal Anna, que yo conocía porque habíamos estado juntos en el servicio, que manejaba una bomba igual a la de Pilcaniyeu” relató en el inicio de la charla. Lo que se había planteado como una suplencia, mientras esperaba la vacante para entrar como maquinista, se convirtió con el tiempo en una especialidad y don Constantino pasó a ser unos de los más calificados encargados del servicio de agua ferroviario de la línea de Patagones a Bariloche.
“Yo insistía en que quería pasar a las máquinas y me ponían excusas, pero de todas maneras en mis primeros tiempos allá en Pilcaniyeu también aprendí a manejar y alguna vez un inspector me llevó conduciendo una vaporera hasta Bariloche” recuerda, como una de las experiencias más felices de aquellos años.
Con los trenes aguateros de Valcheta
En 1952 las locomotoras a vapor empezaron a ser reemplazadas por las máquinas diesel eléctricas y el abastecimiento de agua en las estaciones dejó de ser imprescindible. Díaz pasó entonces a Valcheta, para cargar los trenes aguateros, que partían desde esa estación para transportar el vital elemento líquido hacia San Antonio Oeste con el objeto de abastecer a la población.
“El agua para los vagones tanque venía del arroyo y traía muchas hojas, las hojas tapaban el filtro de la bomba y tenía que meterme por adentro de un pozo para limpiarla ¡era un trabajo bravo y salía todo mojado! Los trenes del agua llegaban a tener 29 vagones que se estacionaban en la vía principal para la carga, y cuando venía otro tren corriendo para el lado de Bariloche, o para Viedma, había que apurarse para no interrumpir el servicio” sigue su relato.
Recuerdos del 63
Para fines de 1963 le salió el traslado para Patagones y don Constantino vincula este recuerdo suyo con la gran cosecha de trigo de esa temporada. “Volvía desde Buenos Aires, por un problema de familia, y cuando el tren iba pasando por las estaciones de Villalonga, Stroeder, Casás y Cagliero se veían las montañas de bolsas a lado de la vía; acá mismo en Patagones la firma Pozzo Ardizzi tenía ocupada la playa con las estibas, tapadas con chapas y alambre, porque en esa época no había silos. Trabajaban muchos bolseros y andaban los despachantes con el calador, controlando las bolsas, yo me acuerdo de todo eso”.
En ese año se hizo cargo de la planta de agua de la estación de Carmen de Patagones, para cargar agua potable en los coches comedor, camarote y de pasajeros; además de alimentar una red que llegaba hasta la casa del jefe, las oficinas de atención al público y las viviendas del personal.
Díaz puso energía y pasión en su trabajo, se sentía realmente responsable de la importancia de la labor, ese suministro de agua para los pasajeros del tren y para el funcionamiento de esa pequeña población que constituían la estación y sus alrededores. “Mantenía todas las tomas al pelo, venían los capos de Buenos Aires (los inspectores del servicio) y me felicitaban porque todo estaba en buen funcionamiento. Sacaban muestras de las canillas y les daban que el agua estaba limpia, potable, sin contaminación. Pero había una canilla, cerca de la estación, al costado de la vía, que daba mal, la única con problemas. Me puse a investigar qué estaba pasando y descubrí que el caño pasaba por arriba de un pozo negro que estaba mal tapado y en alguna junta entraba un poco de líquido cloacal y por eso salía el agua sucia en esa única canilla. Estuve preocupado hasta que le encontré la vuelta”.
En esa época el servicio de red de distribución domiciliaria de agua en la ciudad de Carmen de Patagones se prestaba con muchas limitaciones, por la falta de un tanque de almacenamiento (el de la esquina del bulevar Arró y 25 de Mayo recién se inauguró para 1965) y de planta de tratamiento potabilizador (que se incorporó en los años 70), de forma que el agua tratada en la estación tenía calidad superior a la que llegaba al común de los residentes maragatos.
Sobre este punto don Constantino señala que “muchas veces venía gente con damajuanas y bidones a buscar agua, y aunque no me autorizaban yo les daba un poco, porque no se les podía negar; en las casas el agua llegaba sucia, hasta con lombrices”.
En los filtros de la planta ferroviaria se agregaba sulfato de aluminio para asegurar mayor claridad y también, a veces, hipoclorito de sodio (agua lavandina) para la eliminación de bacterias. La calidad del agua, como ya se dijo, era sometida a exigentes controles por parte de la oficina del servicio de agua de la empresa Ferrocarriles Argentinos.
La ocurrencia de Requeijo
Díaz aporta datos muy precisos e interesantes sobre algunas de las alternativas de su trabajo de tantos años. Uno de sus recuerdos es del año 1977, cuando el general Roberto Requeijo era presidente de la empresa Ferrocarriles Argentinos. El recordado militar ya fallecido, que antes había sido interventor militar en Río Negro y más tarde ocuparía una banca de diputado nacional y una legación argentina en el extranjero, siempre fue hombre de ocurrencias ejecutivas.
“En esa época Stroeder tenía problemas de agua y un día Requeijo mandó que me preguntaran si acá se podían cargas vagones aguateros para mandar a esa población. Yo informé que se podía, pero era necesario hacer algunas adaptaciones, poner otras cañerías, reforzar los filtros. Bueno, el general aceptó el pedido y mandó un montón de caños de fibrocemento, mangueras, canillas, todo lo que hacía falta. Empezamos a armar en el galpón el sistema para cargar pero, cuando ya estaba casi todo listo, llegó la orden de obras sanitarias que ellos iban a darle agua de otro sitio y todo quedó en nada” relata, mientras se ríe “porque me pasaron cada cosas… que ni se puede imaginar”.
La destrucción y el abandono
Don Constantino Díaz es un hombre afable, buen conversador, y le gusta matizar sus historias con toques de buen humor. Aceptó muy gustoso la propuesta del cronista y salió de recorrida por el espacio hoy abandonado que fue antes, hace ya muchos años, el territorio de sus operaciones. A cada paso surgía un recuerdo, y al mismo tiempo la anécdota, con la mención de quienes fueron sus compañeros y jefes.
Apunta que “todo esto lo construyeron los ingleses, por eso está muy bien hecho, porque ellos hacían las cosas bien”; y de la memoria colectiva del ambiente ferroviario reconstruye los tiempos en que los pasajeros que viajaban hacia Bariloche trasbordaban en Patagones del tren administrado por el Ferrocarril del Sur (de capitales británicos) al servicio del Ferrocarril del Estado, que unía Viedma con la capital de los lagos. “Los vagones de pasajeros, tanto de primera como dormitorios, quedaban acá en el galpón bajo techo y el personal se encargaba de limpiarlos a la perfección, cuando la gente volvía de Bariloche y pasaba a estos coches no lo podía creer”.
Pero la sonrisa amistosa de don Constantino sufre el impacto de la realidad, al observar el triste estado de destrucción y abandono que impera actualmente en lo que fue antes un sector ordenado y limpio, en donde había lugar hasta para una prolija huerta.
“Es una lástima encontrarse todo esto así, pero ya es tarde para cambiar las cosas, destruyeron el ferrocarril que era uno de los mayores orgullos de los argentinos” afirma, mientras acompaña hasta el extremo de la amplia playa de maniobras, donde aún se conserva la estructura de la báscula para los vagones de carga. “No se la pudieron llevar porque pesa mucho y es complicado desarmarla, pero del sistema de medición del peso ya no queda nada” observa. La desolación se apropió del escenario, como un signo del país que retrocedió.