sábado, 18 de julio de 2009

Fernando Molinari, médico de trato amable, a cien años de su natalicio

Fernando Enrique Molinari en sus años mozos (arriba) y en junio de 1968 al dejar la dirección de su querido hospital de Viedma, en manos de su colega Mario Gée que habla en el acto (abajo) Se cumplió el centenario del nacimiento de Fernando Enrique Molinari, el médico de trato amable, el vecino distinguido, el chacarero de espíritu optimista. Una personalidad recordada en Viedma, la ciudad que adoptó como suya en los años ’40, y defendió con pasión en los tiempos de la primera convención constituyente de Río Negro.

El 7 de julio del año 1909, en la ciudad bonaerense de Junín, nació Fernando Enrique Molinari. Para los viejos vecinos memoriosos de Viedma este nombre está asociado con el ejercicio ético y solidario de la medicina, la caballerosidad entendida en toda la real dimensión de su palabra, la amabilidad más exquisita y una constante preocupación por el crecimiento de la ciudad que adoptó como propia, donde fundó una familia y crió a sus tres hijos, quienes a su vez lo rodearon de una alegre y bulliciosa bandada de nietos.
Una parte de la información para la elaboración de este perfil del doctor Fernando Molinari la tomamos de la ordenanza 3038 de la Municipalidad de Viedma, cuando el Concejo Deliberante, en ese momento presidido por el profesor Nilo Fulvi, le otorgó la distinción de ciudadano ilustre.
Aquel homenaje se cumplió el 21 de abril de 1994, apenas tres años antes del fallecimiento del apreciado vecino, ocurrido el 7 de diciembre de 1997.
De Junín a Viedma
Como ya dijimos había nacido en Junín, en un hogar de humildes pero muy laboriosos inmigrantes italianos. Hizo sus estudios profesionales en la facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, donde se recibió hacia 1942. Ya para entonces había conocido Viedma, en donde vivía su hermana, casada con el gerente de la sucursal del Banco de la Nación Argentina. El límpido paisaje del río Negro, el aire patagónico, la tranquilidad provinciana, le hicieron soñar con elegir esta ciudad como destino para su vida profesional. En ese momento todavía no tenía el título, pero le faltaban sólo dos materias para recibirse.
Tomó contacto con el doctor Domingo Harosteguy, reconocida figura de la medicina local, caudillo radical de Patagones, quien creyó prudente advertirle al joven Molinari que en las dos ciudades ya había por entonces demasiados médicos.
Sin embargo pocos meses después, cuando Fernando Molinari ya había recibido su título y se disponía a establecerse en Junín, recibió una llamada del mismo doctor Harosteguy, convocándolo de inmediato para que trabajara a su lado.
En 1945, ya establecido en Viedma, se casó con Elida María (Pirincha, para los allegados) Otárola y de ese matrimonio habrán de nacer sus tres hijos: Fernando, Eduardo y María Inés. En ese mismo año 1945 ingresó al flamante hospital nacional regional de la Capital del Territorio, que dirigía su amigo el doctor Antonio Sussini. Más adelante le tocará ejercer la dirección del hospital viedmense, cargo en el que (como veremos más adelante) fue reemplazado por su colega, el médico Mario Gée. En conjunción con otros pares, como el doctor Gregorio Iturburu, también fue miembro fundador de la clínica Viedma en los años sesenta; además de atender con puntualidad exacta su consultorio particular en un ala de su domicilio familiar.
Ejerció como “medico de familia” o “médico de cabecera”, sin horarios para asistir al enfermo de cualquier condición social en cualquier punto de Viedma o Patagones, siempre pulcro y amable, cuidadoso con sus diagnósticos; era de esa clase de profesionales que no se apura a recetar medicamentos, sino que espera que el paciente evolucione.
Los primeros años de casado y en familia los transcurrió en una casa alquilada de la calle Sarmiento, entre Saavedra y Belgrano, hasta que ya para principios de los años 50 resolvió hacerse construir su propia residencia. Con el asesoramiento de calificados profesionales hizo diseñar el confortable y muy bello chalet de la esquina de Alvaro Barros e Yrigoyen, enfrente de la plaza Alsina, una construcción que constituyó en su momento un valioso aporte a la estética urbana de la ciudad y aún hoy, en el marco de una Viedma que crece aceleradamente, mantiene su prestancia y estilo.
Pelotari y buen vecino
Fernando Molinari, como buen médico, sabía de la importancia de la práctica de los deportes y por eso fue activo jugador de pelota a paleta; socio y dirigente del club social Viedma impulsó la construcción de la primera cancha cubierta de esa especialidad en el edificio de la entidad sobre la calle Roca, enfrente de la Jefatura de Policía, en donde hoy funciona el Ipross.
No fue indiferente a la política y al proceso de fundación de la provincia de Río Negro. Era amigo dilecto de Edgardo Castello y presidió en 1957 la Comisión pro Viedma Capital, cuando sesionaba la primera convención constituyente y era necesario defender a esta ciudad de los intereses del Alto Valle.
Esa comisión de notables contó también con la participación de José María Diego Contín, Regino Casales, Julio Morchio, Angel Arias, Julio Gianni, Guillermo Humble, José María Mendioroz, Aníbal Colombo y Juan Carlos Tassara. Este grupo de vecinos realizó viajes a Buenos Aires y Bahía Blanca, con el objeto de obtener expresiones de solidaridad para la causa que consideraban justa y urgente.
Tiempo después, superadas esas controversias, siempre comprometido con el crecimiento de Viedma se sumó con entusiasmo a la sociedad con varios vecinos para la construcción del Hotel Provincial y también fue accionista de una frustrada planta deshidratadora de hortalizas en el parque industrial. Por lo mismo creyó en el futuro de la capital ligado al Instituto de Desarrollo del Valle Inferior y puso sus sueños en una chacra bajo riego, explotándola con uno de sus hijos.
Aquel 21 de abril de 1994, en una de las salas del Centro Municipal de Cultura, el doctor Molinari recibió con modestia verdadera el homenaje que le tributaron los concejales y el ejecutivo municipal al consagrarlo como “ciudadano ilustre”. Pronunció unas pocas palabras de agradecimiento y simplemente dijo que se consideraba satisfecho con su vida, feliz por los logros familiares alcanzados y por la recompensa del afecto de sus vecinos.
Ese mismo afecto por el cual, cada 7 de julio, una deliciosa pavita rellena y una fuente rebosante de pastelitos llegaba a la casa de la plaza Alsina como muestra de agradecimiento permanente de una antigua paciente; tal vez una de aquellas personas que, cuando no había plata para pagar los honorarios médicos, podía compensar la buena atención recibida con huevos frescos o un pollo recién faenado en el gallinero doméstico.
Por Zatti
Antiguos empleados del hospital viedmense, en aquellos años llamado Francisco de Viedma, recuerdan su paso seguro y cuidadoso al mismo tiempo, controlando cada aspecto del funcionamiento del centro de salud, en tiempos en que no había alcanzado la gran complejidad actual y todo se realizaba en un clima muy familiar.
Durante los primeros años de ejercicio profesional en la capital rionegrina Molinari tuvo trato con el enfermero coadjutor salesiano Artémides Zatti, quien muchas veces desde su modesto hospital salesiano requería su colaboración. Por esa razón en diciembre de 1981 fue requerido por el Tribunal Eclesiástico para el reconocimiento formal del cadáver del querido “pariente de todos los pobres”, en ese entonces en el panteón salesiano del cementerio local, antes de su traslado al mausoleo especialmente instalado en el atrio de la capilla Don Bosco.
De esa solemne ceremonia participaron, además del doctor Molinari, el maestro Juan Carlos Tassara, los vecinos Angel García, Manuel Linares y su esposa María Ester Vázquez (por la comisión Amigos de Don Zatti), Rosa Vecchi, por los parientes de Zatti; y los religiosos monseñor Rodolfo Nolasco (presidente del Tribunal), hermana Rosa Otal y el padre Felipe Casetta.
El recuerdo de Gée
En el final de esta apretada crónica sobre la respetable figura de Fernando Molinari vale insertar el recuerdo amigable y gracioso de otro querido médico, Mario Ceferino Gée, riojano de nacimiento pero viedmense por adopción.
“En 1965 cuando llegué a Viedma estaba a cargo del programa nacional de lucha contra la tuberculosis y tenía la misión de crear aquí un centro de atención de vías respiratorias. El doctor Molinari era el director del hospital y me brindó de inmediato toda su colaboración, como era su estilo, con generosidad y buena disposición. Yo empecé con un consultorio, pero al poco tiempo el servicio necesitaba más espacio y entonces se me ocurrió pedirle un sector del edificio del hospital, que había estado ocupado hasta poco antes para atención semi privada. Don Fernando, le pido que me deje instalarme en esa ala del hospital, le dije. Se rió y me contestó: vos sos como una mancha de aceite, que se va extendiendo, empezaste con un consultorio, y ahora me pedís todo un sector, lo único que falta es que me saqués de la dirección. Después de ese comentario irónico me dio la autorización, por supuesto. Pero este episodio lo habríamos de recordar Molinari y yo en junio de 1968, cuando le impusieron la opción entre los cargos de director del hospital y de jefe médico de la policía, que hasta ese momento ocupaba simultáneamente. En ese momento yo gané el concurso para la dirección y ¡en efecto! me tocó reemplazar al querido Fernando, como si se cumpliese el pronóstico de la mancha de aceite” relató Gée, con su habitual buen humor, al tiempo que facilitaba la foto de aquel acto, encabezado por el ministro de Asuntos Sociales, Víctor Rafael De Vera y el delegado sanitario federal, Aldo Neri.
Por otra parte Mario Gée corroboró, con sus impresiones, el recuerdo que permanece en el imaginario popular viedmense, cien años después del nacimiento de Fernando Enrique Molinari: “fue un excelente médico, un caballero, una persona de gran amabilidad”.