sábado, 16 de mayo de 2009

Edgardo Goldaracena, un vecino de Carmen de Patagones con buena memoria


Edgardo Goldaracena, el “Negro”, tiene 75 años, cumplidos el 11 de noviembre del año pasado. Es nativo de San Blas, maragato por donde se lo mire. Fue concejal y secretario de gobierno municipal de gestiones electivas, y después intendente de facto, siempre con vocación de servicio a su querido Patagones. Habla de todo, con enorme sinceridad.


“Soy nativo de Bahía San Blas, y puedo decir con orgullo que somos muy pocos los que propiamente nacieron allá, con un parto atendido por una comadrona, en la propia casa, como se hacía en esos años” anunció Edgardo Goldaracena, en el arranque de lo que sería una larga charla, matizada con anécdotas (algunas de las cuales este cronista se comprometió a guardar en reserva) y observaciones muy interesantes sobre las alternativas de su vida. Lo que sigue es su palabra.
Aquella infancia, junto al mar
“Mi abuelo tuvo un campo en la zona de San Blas, pero lo perdió por cuestiones bancarias, y mi padre quedó allá. Tenía un arado con caballos, por supuesto; y trabajaba campos de otros, a porcentaje. En la época del cazón los trasladaba desde la costa del mar a la fábrica donde se le extraía el hígado, en la zona que llamamos del Pueblo Viejo. Se la rebuscaba, para sostener a la familia de cinco hijos, uno solo de ellos varón, que venía a ser yo”
“”De primer grado inferior a tercer grado hice la primaria en la escuelita de San Blas, y después hasta sexto acá en Carmen de Patagones, en la escuela 2, porque ya estaba viviendo en la casa de mi abuela.”
“Alguna vez una señora muy amiga me dijo: qué dura fue tu infancia, te veía con una gomera colgada al cuello, juntando los caballos y ayudando a tu padre en el campo. Y yo le contesté: no te equivoqués, mi infancia fue tan feliz como la de cualquier chico. Yo no tuve bicicleta, ni una pelota de fútbol, porque pateábamos una pelota de trapo, pero fui feliz. Porque me marcó una cosa muy cierta: que en la vida no siempre los que tienen mucho son los más felices”.
La DGI y después
“A los 18 años me fui a Trelew y entré de ordenanza, allá, en la Dirección General Impositiva; y en la escuela nocturna de Comercio hice hasta tercer año, rendí como oficinista y entré a progresar en el trabajo. Como ya sabía demasiado, o al menos eso me creía, dejé de estudiar el comercial y me puse a prepararme para rendir el examen de liquidador en la DGI y a los 20 años ya tenía ese cargo.”
“En el 53 en la DGI ya había aprobado el examen para liquidador y no me nombraban porque no estaba afiliado al peronismo. Me tuvieron dos años pagándome viáticos de Trelew a Puerto Madryn como para compensar la diferencia de sueldo. Mis viajes a Madryn eran para controlar los parciales de exportación. Eran los tiempos en que el paso de los autos por el paralelo 42 estaba libre de impuestos, pero no así las cubiertas. Entonces había que controlar, en los autos usados que pasaban la frontera de Río Negro a Chubut, el porcentaje de desgaste de las cubiertas, para aplicar el impuesto correspondiente. Suena risueño, pero era la realidad de esa época.”
“En 1955, después de la caída del peronismo volví a Carmen de Patagones. En el distrito de Viedma trabajé junto a un gran hombre, Rodolfo Lavayén, que era mi jefe; y seguí ascendiendo hasta que llegué al tope de mi categoría. Entonces me correspondía ser jefe de distrito, y me ofrecían hacerme cargo de Esquel, Río Gallegos o Puerto Deseado. Pero ya no tenía ganas de irme al sur, mis padres no querían que me fuera, y decidí renunciar. ¡Había que tener coraje para dejar un buen cargo de ese tipo en ese tiempo!”
“Tenía 25 años y no tenía plata para ponerme una oficina propia, para seguir haciendo lo que ya sabía hacer: liquidar impuestos. Entonces me fui a trabajar como gerente en la Corporación de Comercio, para aprovechar las instalaciones de allí. Al tiempo me puse por mi cuenta, y creo que no me fue tan mal, teniendo en cuenta que empecé de cero”.
“Ya venía militando en el radicalismo desde el ’50 y me había sentido incómodo con algunas cuestiones, por ejemplo la obligación de llevar luto por la muerte de Evita. Yo siempre estuve con Frondizi, acompañé a la UCRI y fui concejal municipal en 1958, con la intendencia de Juan Pozzo Ardizzi, en tiempos del gobernador Oscar Alende”
“Pero con el peronismo proscripto no había política real, éramos tan irreales como lo fui yo como intendente en la época militar”
El plan de colonización
“En el partido de Patagones, alrededor del pueblo, había 160 mil hectáreas de tierras fiscales y durante el gran gobierno del gobernador Domingo Mercante (1946-52) se adjudicaron a sus ocupantes. Hasta ese momento las tierras fiscales estaban arrendadas y cuando entraban los conservadores echaban a todos los radicales, pero cuando venían los radicales sacaban a los conservadores. Mercante puso en marcha el plan de colonización agraria, que se basa en la promesa de venta a los ocupantes, con una serie de requisitos que incluían la construcción de la vivienda con instalaciones sanitarias, y radicación en el campo. Así se terminó el problema de las tierras fiscales, con un proceso que llevó varios años. Yo entré en 1960 a la Administración de Tierras Fiscales en el gobierno de Alende. Ya estaban para escriturar una cantidad de parcelas, aunque había fuertes críticas de la oposición. Entre las escrituras salió la de mi padre, también en esa época. Mi función era la de administrador, mi jefe era Magdaleno Ramos, jefe del Departamento de Tierras y Colonias de la provincia de Buenos Aires, con quien me une una profunda amistad y aprecio. Salíamos por los campos a controlar los pagos de las cuotas, si cumplían con la condición de la vivienda y otros detalles. Recorrimos todo el partido de Patagones, íbamos a hacer las inspecciones generales, el expediente pasaba a la Escribanía General de Gobierno y finalmente llegaba el esperado momento de la entrega del título. Avisábamos unos días antes y, por supuesto, nos esperaban con un emotivo agasajo, con una buena mesa por supuesto, a la que Magdaleno y yo le rendíamos honores.”
“Me fui del Instituto Agrario porque mi oficina había crecido, me dediqué a comprar lanas para una firma exportadora, la familia crecía con los dos chicos, más tarde ocupé durante menos de un año la secretaría de Gobierno y Hacienda con otro amigo, el intendente Néstor Ezcurra, en 1973”
En la intendencia
“Cuando los milicos me ofrecieron el cargo algunos vecinos me apoyaron, por aquello de que más vale jodido conocido que bueno por conocer. Yo no fui intendente de verdad, había un vecino de Patagones, que no quiero nombrar porque ya está muerto, que una vez me dijo: vos no sos intendente, vos sos un interventor. Mi intención fue solamente la de serle útil a mi comunidad, no voy a defender a los procesos militares, porque no lo siento. De todas maneras había entre los militares gente de todos las calidades, como en todos los órdenes de la vida”.
“Lo que más recuerdo de esos años son las cuestiones de rivalidad interna entre las fuerzas. La primera vez que fui a una reunión de intendentes enseguida se me acercaron otros colegas para preguntarme: ¿vos de qué fuerza sos, de Marina, de Ejército o de Aeronáutica? Y yo me ponía en situación ridícula, cuando les contestaba, no sé de que soy. La intervención de la municipalidad la habían hecho los marinos, pero a ponerme en posesión del cargo vino después un coronel. En ese tiempo llegué a otra conclusión: entre los militares había muchos peronistas, también en esa época”.
Un hombre sincero
El Negro Goldaracena nunca fue antiperonista y, por el contrario, y cuando era intendente municipal no dudó en ofrecerle el estratégico cargo de Inspector General a un conocido militante del peronismo de Patagones. Un gesto que lo pinta de cuerpo entero, porque es un hombre sincero.
Con el actual intendente Ricardo Curetti lo une una gran simpatía y cordialidad, que son correspondidas. Admira sus condiciones de administrador político y cree que “este es el perfil actual que requiere el cargo de intendente”. “Pero yo no lo voté”, aclara, y cuenta una anécdota muy curiosa de cómo lo conoció a Curetti, más o menos por el año 1979. “En ese tiempo el intendente tenía que ponerle el gancho de aprobación a una planilla con los datos de toda persona aspirante a un cargo público en la provincia, en cualquier orden. Ricardo, recién recibido, se anotó para entrar en el COIRCO (Consorcio de Riego del Río Colorado) y me trajeron la ficha. Yo la miré y le dije a Nelly Yunes, que era mi secretaria, no la voy a firmar hasta que no venga a verme el interesado. Al otro día vino Ricardo, muy jovencito, y también muy arrugado por la situación. Lo hice pasar y le expliqué:“mirá, te voy a firmar la hoja, pero te quería conocer porque sos el primer muchacho de Stroeder que se recibe de ingeniero y también para averiguar si somos parientes, porque yo tengo una prima lejana con tu apellido; allí se le aflojaron los nervios…. pobre.”
Desde su modesta oficina en la calle Italia, donde dice estar “de prestado” con su amigo Daniel Montiel, Goldaracena observa la crítica realidad del campo de Patagones, por consecuencia de la sequía. “Tengo fe en que se va a salir, con un alto costo, pero se va a salir. Pero para avanzar al futuro es imperioso el crecimiento industrial” vaticina.
Rodeado de recortes y fotos de su archivo (como las dos que se presentan en estas páginas) confiesa que San Blas es su lugar preferido en el mundo. “Me gusta mucho y será por los recuerdos de infancia quizás. Tengo una casita allá, y grandes amigos como Gustavo Malek y su esposa, Berta, con quienes compartimos momentos muy lindos”.
La tarde de otoño se hizo noche, pero quedaron muchos temas sin tratar, porque Edgardo Goldaracena tiene mucho para contar.