domingo, 29 de marzo de 2009

Interesante aproximación a la historia de una familia de Patagones y Viedma

En los pueblos de fuerte tradición (Carmen de Patagones lo es, sin ninguna duda) las historias de las familias se entrelazan con el devenir de toda la comunidad. Por eso, cuando el abogado Carlos Larrañaga se lanzó a la tarea de armar el árbol genealógico de los Casadei-Larrañaga estaba, de alguna manera, metiéndose en la historia de su pueblo natal.

Más de dos años le llevó el emprendimiento y a principios de 2009 sintió la urgencia de darlo a conocer, bajo forma de libro. Apareció así el trabajo titulado “Familias de la Patagonia norte, árbol genealógico Casadei-Larrañaga” que reúne variada y muy completa información.
“Se trata de un libro que tiene que ver, básicamente, con la familia, con nuestros antecesores, fundamentalmente con aquellos que pusieron los primeros ladrillos y con sus propias manos, los que colocaron las primeras semillas para que nosotros estuviéramos aquí sentados” expresó el autor en la presentación, un par de semanas atrás en la casa de la Cultura en Carmen de Patagones.
Agregó que el objetivo de la obra es “rescatar y homenajear a través de mis antepasados a otras tantas familias que al igual que las nuestras nos fueron marcando el itinerario en la Comarca. Me refiero a aquellos hacedores de un pasado, no muy lejano, de apenas cien años atrás o algo menos. Ellos a su manera, de una u otra forma, también tuvieron que derribar paredes, volver a levantarlas, pasar por lugares no andados, buscando su bienestar y el de sus hijos, en definitiva: el de su familia”.
Larrañaga afirmó también que “me gustaría ampliar el libro con el aporte de ustedes (de los presentes y todos los que se interesen en ello) a través de otros testimonios, documentos o fotografías”. Se refirió después a que “en el libro aparecen muchísimos nombres de familias emparentadas, de fuerte raigambre en nuestra zona, con sus propias historias”. Aún a pesar del riesgo de cometer algún olvido mencionó después algunos de los apellidos que aparecen en la recopilación (además de Casadei y Larrañaga, por cierto): Percaz, Malpelli, Pisandelli, Lauriente, Bergandi, Iriarte, Guido, Anfossi, Scavo, Pérez Esteban, Vezzoso, Benítez, Costa, Furfaro, Proserpi, Oyola, Jalabert, Buckland, De Rege, Gorriti, Wild, Serra, Malaspina, Biagetti, Klein, Asaroff, Jaureguiberry, García Campano y García Prieto.
Hacia el final de su emotiva disertación sostuvo que “la familia no es un mito y es algo real y concreto, es donde nos criamos y educamos. Pero hoy en día todo ha cambiado y, es más, tengo la sensación de que en estos tiempos las cosas suceden muy rápido. Los medios de comunicación nos nutren de información, a veces con datos superfluos, y lo más grave aún es que vamos perdiendo memoria y los recuerdos, y al perder la memoria vamos indefectiblemente dejando en el olvido nuestra identidad”.
Las raíces
La investigación de Carlos Larrañaga arranca con la identificación de lo que bien llama “el punto de partida”, es decir sus abuelos.
Por la parte materna aparece Atilio Casadei Ciacci, un italiano nacido en Montescudo el 2 de noviembre de 1881, llegado a las costas de Viedma y Patagones hacia 1899; casado aquí el 11 de enero de 1908 con Alejandra Ester Blanca Malpeli, nacida en la República de San Marino el 5 de junio de 1889 y llegada a la comarca pocos años antes de su matrimonio.
Por la parte paterna figuran el español (vasco, para más datos) Agapito María Larrañaga de Alberdi, nacido en Villa de Azpeitía el 18 de agosto de 1857 y radicado en Bahía Blanca hacia 1890, en donde el 14 de octubre de 1892 casó con su compatriota Rosario Estellarte Sainz, nacida en San Sebastián en 1869.
La combinación de las sangres de origen italiano y español, con todo lo que ello implica, contribuye a la caracterización de la familia Casadei-Larrañaga, en un todo identificada con las tradiciones de Carmen de Patagones y Viedma.
El autor hizo una breve caracterización de sus abuelos, en sus oficios y otras actividades, lo que nos permite saber que Atilio Casadei fue uno de los pioneros fundadores del balneario en la Boca del río y gran amigo de Jacinto Massini (cuyo nombre identificó durante muchos años a la villa marítima), con quien compartía la pasión por el mar, seguramente con un resabio nostálgico de la tierra natal de ambos.
Pero don Atilio fue, además, muy conocido en Viedma y Patagones por sus emprendimientos gastronómicos y hoteleros. Fue propietario de una fonda ubicada en la esquina de las calles Colón y Tucumán, de la capital rionegrina; y del Hotel Siglo XX, situado en Carmen de Patagones en la intersección de Comodoro Rivadavia y Alsina. No faltan vecinos memoriosos que recuerdan, por si mismos o a través del relato familiar, las excelentes comidas preparadas en aquellos restaurantes, bajo la mirada vigilante de Atilio Casadei.
El otro abuelo, Agapito María Larrañaga, llegó de Bahía Blanca dedicado al transporte de pasajeros y comercio, pero también instaló un hotel, que llevaba su nombre, en la esquina de las actuales Yrigoyen y Bynon, de Patagones; que más tarde sería el Hotel Italia, de los Gianni.
El matrimonio Casadei-Malpeli tuvo seis hijos: Teresa (1910); Estera Velia (1913); Oscar Elio (1916); Arturo Hércules (1918); Norma Noelia (1927); y Norberto Atilio (1928).
Los esposos Larrañaga-Estellarte tuvieron cinco vástagos: Benita (1895); Rosario (1897); Victorina Lucía (1899); Agapito (1901); y José (1903).
Los padres
Teresa Casadei y Agapito Larrañaga, maragata ella y viedmense él, se casaron el 5 de febrero de 1933 (ver foto, en el hotel Larrañaga). Ellos fueron los padres de Carlos Alberto Larrañaga Casadei (1955), el menor de la prole de cinco hijos, abogado, divorciado, autor de la obra que nos ocupa.
La mayor es Teresa Nelly Larrañaga Casadei (1934) religiosa de María Auxiliadora; y le siguen Mabel Ethel Larrañaga Casadei (1935), docente, casada en Viedma con Juan Carlos Pisandelli; Atilio Agapito Larrañaga Casadei (1941), ingeniero civil, casado en Bahía Blanca con Marta Ofelia Ciccioli; Juan Antonio Larrañaga Casadei (1943), contador público, fue intendente de Patagones (1982-83), casó en Bahía Blanca y vive en Patagones con María Haydee Lasalle.
Agapito Larrañaga, progenitor del historiador familiar, se dedicó a diversas actividades del comercio, fue tasador de los bancos de la Nación Argentina y Provincia de Buenos Aires; representante de calificadas firmas comerciales; comprador y acopiador de frutos del país. Militó desde joven en las filas de la Unión Cívica Radical y, según consta en la crónica fúnebre del periódico La Nueva Era, en 1965, “fue fiel soldado del radicalismo que no quiso nunca aceptar cargos políticos”.
La madre de Carlos, Teresa Casadei, maestra normal nacional recibida en la Escuela Normal de Bahía Blanca en 1927, desarrolló su tarea docente durante 32 años, la mayor parte de ese lapso en la escuela número 2 ‘Juan de la Piedra’ de Viedma, en donde se jubiló en 1970 . En su cuaderno de actuación docente (que su hijo conserva como un verdadero tesoro) este cronista pudo leer los conceptuosos comentarios de los directores de la escuela 2 y de los inspectores de enseñanza, dependientes del Consejo Nacional de Educación.
“La señora Teresa C. de Larrañaga es una maestra que se supera en su afán de quedar bien. Busca todos los requisitos técnicos-didácticos-educativos para hacer amena la enseñanza a la par que provechosa de sus pequeñuelos, los que, por una de esas casualidades inintencionadas constituyen un grupo de niños desvalidos y huérfanos de la buena suerte” apuntó allí el recordado maestro Demetrio Fernández.
Todas las ramas
Pero la riqueza descriptiva del trabajo que comentamos alcanza a otras ramas de la genealogía Casadei-Larrañaga; y por ello mismo la rica colección de fotos de archivo que integra el volumen también incorporó la iconografía de algunos de los tíos del autor, primos y sobrinos.
En total fueron relevadas 67 familias y 340 personas, contabilizando hasta los nacimientos registrados a fines del 2008.
El detalle comprende, en una especie de primer plano, las familias generadas a partir de los matrimonios de todos los hijos de Atilio Casadei y Alejandra Malpeli; y los de Agapito María Larrañaga y Rosario Estellarte Sainz.
La familia como red
En la presentación de la publicación habló la docente Leda Garrafa, que utilizó palabras muy exactas para referirse a la importancia de la familia como red. Dijo que “todos quienes de alguna manera sentimos algún tipo de afinidad tejemos, sin saberlo, naturalmente, dejándola ser, la trama de afinidades que viene a superponerse con esa trama, tan particular, que es la red familiar. Una red cuya malla se va modificando con el tiempo, con la cultura, con nuestras resignificaciones.”
“Estas redes, ambas necesarias, nos van construyendo desde antes de nacer y nos hacen ser quienes somos, en un hecho vivo, dinámico, que se modifica a cada instante. La red familiar es la que Carlos (Larrañaga) vuelca en el papel a partir de los testimonios de los muchos que han sabido guardar una porción de esa tradición oral” agregó.
La trama visible de esa red, que es la estructura de parentescos y descendencias, está presentada como en una especie de mapa en el trabajo que hemos comentado para nuestros lectores.

miércoles, 18 de marzo de 2009

La galera de Mora, precursora de las comunicaciones terrestres





Una calle de Carmen de Patagones lleva el nombre de Marcos Mora, y en el acceso a la estación terminal de micros de esa misma ciudad bonaerense una magnífica mayólica representa la épica imagen de la galera atravesando las inmensas llanuras sureñas. La galera de Mora, con sus travesías de hasta tres días de duración entre Bahía Blanca y Patagones, fue precursora en las comunicaciones terrestres que con eficiencia y confort prestan las actuales empresas ómnibus de larga distancia.

Las galeras eran carruajes de dos ejes, con las dos ruedas delanteras en volantín, tirados por diez o más caballos según las condiciones de los caminos. El manejo de las riendas estaba a cargo del mayoral, con dos o tres postillones que conducían las cuartas delanteras. Este gaucho, bien montado, también recibía el nombre de cuarteador y era muy ducho en cuestiones de caballos porque de su baquía dependía que se pudieran cruzar grandes lodazales o arroyos crecidos. Los coches llevaban hasta 10 pasajeros, acomodados en cuatro filas de asientos que tenían amplias ventanillas laterales. Sobre el techo, de madera o lona, se acomodaban los bultos de los viajeros y, a veces, algún pasajero que se llevaba de favor sin cobrarle el pasaje.
Cita el autorizado historiador criollo Tito Saubidet que este tipo de vehículos, originales de Estados Unidos de Norteamérica en donde se los conocía como ‘diligencias’, fueron introducidos en nuestro país hacia 1856 por un empresario llamado Timoteo Gordillo, cuando trajo en barco 140 unidades. El mismo autor informa (en su célebre “Vocabulario y refranero criollo”) que en el censo general de la provincia de Buenos Aires de 1881 se consigna la existencia de 150 mensajerías con galeras, “que disponían de 262 vehículos, 935 empleados fijos y 10.898 caballos”
Una de esas empresas era propiedad de Marcos Mora, un español nacido en Palma de Mallorca el 4 de octubre de 1851 que en 1874 llegó al país y tras ejercer un corto período su oficio de zapatero ingresó como mayoral a una galera que cubría el recorrido entre Azul y Olavarría, hacia 1876. Después armó su propia mensajería (el nombre con el que se reconocía oficialmente la actividad, porque prestaban el inicio servicio de correos y encomiendas) y estableció líneas entre otros pueblos bonaerenses.
Un 25 de mayo llega a Patagones
Las diversas fuentes consultadas por este cronista difieren acerca del año (¿1884 ó 1885?) pero coinciden al señalar que fue un día 25 de mayo cuando sonó por primera vez en la plaza de Carmen de Patagones la corneta del mayoral de Mora (quizás él mismo, tal vez alguno de sus hermanos Nicolás o Pablo) para anunciar la llegada del esperado transporte que traía pasajeros y noticias desde Bahía Blanca.
En ese tiempo ya era frecuente la llegada de sacerdotes salesianos por estas latitudes y uno de ellos fue el joven naturalista Lino del Valle Carbajal, que dejó constancia de su viaje en la galera de Mora para su monumental “Estudio general de la Patagonia”. En un comentario sobre esta obra en el diario italiano “Gaceta del Póppolo” se puede encontrar una pintoresca descripción de aquellas travesías que hizo Carbajal y que, sin nombrarlo, está inspirada en Marcos Mora y su gente.
“El viaje en galera es muy molesto, aunque divertido, por la diversidad de panoramas que desfilan ante los ojos del viajero, durante la vertiginosa carrera de los caballos. El mayoral por lo regular es muy vocinglero; hombre decidido y enérgico que sabe alternar a los gritos de animación y latigazos a las pobres bestias, cantilenas bucólicas, rimas, fragmentos de canciones eróticas: a estos cantos hacen coro los cuarteadores en tono más bajo, pero con modulaciones más destempladas. Entre tanto los matungos huyen como el viento.”
Añade esta deliciosa crónica. “Notamos de paso que el mayoral es el jefe y juez inmediato de una galera. Si un pasajero se hiciese reo de alguna grave falta puede corregirlo, atarle si no obedece y condenarlo a recibir un tiro de pistola si tentase cometer un delito o despreciar la autoridad mayoralesca. Para hacer respetar su autoridad lleva bajo el asiento un par de pistolas, algunas sogas y un largo puñal. Los cuarteadores son sus soldados (y como tal sujetos a dura disciplina), y ejecutores en casos necesarios; pero en general él solo pone fin a todo desorden. En caso grave el mayoral ata al culpable y lo arroja sobre el techo de la galera, como a un fardo; todavía allí le vuelve a reatar para que no caiga. Llegado a una posta consigna el preso a la autoridad local, si la hay, con un regular informe de lo sucedido. El mayoral, fuera de estos casos, trata respetuosamente a los viajeros y los haría respetar si alguno quisiera ofenderles”.
El relato de Francisco Pita
El escribano Francisco Pita le dedicó varias páginas de su bello libro “Remembranzas” a la evocación de Marcos Mora y su empresa de transporte. Se transcriben los siguientes párrafos.
“La primera galera llegó un día 25 de mayo a la plaza 7 de Marzo, al toque de clarín tocado por Mora, reuniéndose con tal motivo todo el vecindario alrededor del fantástico vehículo, precursor de grandes adelantos.
El contento de la población era evidente y bien justificado. Toda la correspondencia que llegaba semanalmente para Patagones, Viedma y demás puntos de la línea del río Negro hasta el lago inclusive, cabía en una o dos bolsas grandes para los impresos y paquetes y en una chica para las cartas, no había servicio de encomiendas. La galera paraba en el hotel de Arró, único que había, frente al muelle, y de allí mandaba Mora la correspondencia a la oficina de Correos y Telégrafos con sus cuarteadores que eran, entre otros, un negrito de apellido Suana y un tal Hilario, a cual más dicharachero. Muchos envíos llegaban rotos y derramando su contenido, debido a la presión de las cuerdas con que se aseguraban los sacos y a los golpes que recibían en el tránsito, carga y descarga, por el poco cuidado que se les dispensaba; por cuyo motivo encargó el jefe señor Kennedy que se les dijera a Suana o Hilario que pusieran más cuidado para evitar perjuicios y reclamos”.
Pita describe también las peripecias del recorrido. “El viaje de Bahía Blanca a Patagones era una verdadera odisea, por unos caminos intransitables. A pocas leguas de Bahía empezaba la vía crucis al tener que cruzar unos salitrales donde se encajaba la galera hasta los ejes y había que aligerarla, bajándose los pasajeros, que eran transportados de un islote a otro, enancados en los mismos caballos de los cuarteadores; luego se repetía lo mismo para poder pasar los médanos de Romero, que los pasajeros debían cruzar a pie; después en balsa el río Colorado (ver una de las fotos) y luego en bote los zanjones de ese mismo lugar. El viaje duraba 3 días en invierno y dos íntegros en verano. Con todo era un gran adelanto, pues siempre se estaba más seguro que por mar y además había así un itinerario fijo y permanente.”
El payador Suana
El ya nombrado cuarteador Suana tenía, siempre según el relato de Pita, algunas dotes de payador. Cuando terminaban los viajes el negrito se acodaba en el mostrador del café danzante “Casa de Lungo” y narraba los sucesos de la travesía. Hay un caso que se narra de la siguiente forma. “Al llegar a la posta del río Colorado hubo un serio incidente entre uno de los cuarteadores y Mora. El cuarteador Evaristo lo increpó a Mora por haberlo éste tratado duramente durante el viaje y se le acercó en forma amenazante. Con este motivo Suana improvisaba otros versos, diciendo más o menos: No me quisiera acordar cuando Mora pegó el grito, con el revólver en la mano. ¡No se me acerque Evaristo! Con esa actitud altanera ¡retíreseme dos pasos! No me venga con zoncera, le via’encajar dos balazos. Y en eso salió Morocho, con una tumba e pichero. Y soltó la risa Aurelio como un loro barranquero!”
“Agregaba en su verseada que para evitar graves consecuencias habían intervenido los demás cuarteadores; y todos los vecinos o habitantes de la posada, que se alborotaron los caballos y hasta los perros y gatos. Tenía un verso para cada uno y terminaba así: Un gato dijo miau miau, el otro dijo fú fú. Un vestido coloraaau y Aurelio les tiró con un hueso de caracú”.
“Y así por el estilo seguía relatando lo ocurrido, en medio de la carcajada general. Cada viaje daba motivo a estos y otros dicharachos, con lo que se hacía menos tedioso el viaje a los pasajeros y más llevadero el crudo trabajo de los pobres conductores” acota Pita.
Marcos Mora siguió con sus viajes de galera hasta 1913, cuando el ferrocarril del Sur llegó a Stroeder, radicado en los alrededores de Buenos Aires murió en 1928, a los 77 años.
La revista de Isabel Garrido y Miguel Bordini, que lleva el nombre de “La Galera” como un implícito reconocimiento a este emprendedor, publicó en noviembre de 2007 una entrevista aTulio Mora, de 94 años, sobrino de Marcos, que vive en Laprida. Recordó que “las postas eran precarios ranchos de barro, donde los viajeros dormían sobre catres tapados con cuero de oveja, que hacían también de colchón, y un anexo de comida caliente, entre el puchero o un trozo de carne asada”.
Otro dato aportado por Tulio Mora es que dos hijos de Marcos manejaron, en las primeras décadas del siglo 20, un servicio de autos de alquiler en la zona de Conesa. Sin ninguna duda los Mora fueron pioneros en el transporte de pasajeros terrestres y este recuerdo lleva al merecido homenaje, porque era un servicio duro pero eficiente, que vencía distancias y rompía el aislamiento de Carmen de Patagones, cuando todavía no llegaba el tren.