viernes, 30 de enero de 2009

La Maragata, monumento al ferrocarril

Cuentan que un camionero que no conocía Carmen de Patagones en una noche de nieblas entró a la ciudad por el boulevard Juan de la Piedra y se llevó un susto mayúsculo. ¡De pronto se encontró con una enorme locomotora a vapor que se le venía encima!

La historia no es real, pero pudiera serlo. Para los habitantes de la comarca Patagones-Viedma no es motivo de sorpresa la presencia de ese armatoste en una plazoleta, muchas veces convertido en lugar de juego de los chicos. Pero vale recordar su historia, en estos tiempos en que acaban de cumplirse 87 años de su llegada triunfal, como signo del anhelado progreso.
El 22 de noviembre de 1921 arribó la primera formación de un tren a Carmen de Patagones y se rompió el aislamiento de estas dos ciudades con el resto del país, fundamentalmente con Buenos Aires y el gran puerto de ultramar del país. La fecha se constituye entonces como un hito del desarrollo económico y social de la región.
La llegada a la estación ferroviaria maragata en construcción de la formación impulsada por la locomotora inglesa número 3096, la misma que ahora se exhibe en la plazoleta del boulevard Juan de la Piedra y que puede ser considerada como “el monumento al ferrocarril”, fue un acontecimiento de multitudinaria repercusión. Porque había un clamor popular instalado en la comunidad maragata.
La máquina es de tipo ténder de tres ejes, rodado 2-6-0, clase 7-B para el Ferrocarril del Sud, fabricada por los talleres ingleses de Beyer Peacock, en Manchester, en 1901, dentro de una partida de 28 unidades similares, numeradas 3071 al 3098, según los prolijos registros del Ferro Club Argentino. La información disponible en la web señala que la locomotora llegó bajo la experta conducción del maquinista Juan Cambetta.
Los antecedentes
Hasta ese momento Carmen de Patagones dependía para sus comunicaciones con el resto del país casi exclusivamente de su puerto fluvial con salida al mar, dado que las conexiones terrestres hacia Bahía Blanca sufrían de graves impedimentos por el mal estado de los caminos de tierra y la precariedad de los vehículos automotores de esa época.
Pero, además, la llegada del tren se esperaba con natural y comprensible ansiedad desde una década antes.
La empresa inglesa de ferrocarriles “de Buenos Aires al Pacífico” tenía la concesión del ramal Bahía Blanca a Patagones y el primero de setiembre de 1912 había llegado con el tendido de las vías hasta Pedro Luro. Dos años más tarde, tras la fundación de la colonia agrícola promovida por el colonizador Hugo Stroeder, el ramal avanzó hasta la incipiente localidad del mismo nombre y, naturalmente, crecían las expectativas de la gente de Patagones porque presentía la cercanía del nuevo y moderno medio de transporte.
Téngase en cuenta que el ferrocarril significaba a posibilidad de conectarse con Buenos Aires en unas 15 horas, con un importante volumen de cargas; mientras que los viajes en barco demandaban cinco a siete días, según las condiciones climáticas. Además el tren podía levantar los “frutos del país” directamente de las poblaciones rurales, evitando el lento y costoso acarreo desde el campo al puerto de Patagones.
Pero la empresa ferrocarril Buenos Aires al Pacífico abandonó el tendido de vías en Stroeder y empezaron a transcurrir los años, generando inquietud entre las fuerzas vivas maragatas. En la denominada “punta de riel” llegaban a acumularse hasta 300 toneladas de mercaderías diversas que venían hacia Carmen de Patagones y esperaban su traslado en automotor o carros.
El dos de mayo de 1920 el entonces gobernador bonaerense José Camilo Crotto canceló la concesión al Ferrocarril al Pacífico, la traspasó a la empresa Ferrocarril del Sur y estableció el plazo improrrogable de 18 meses para que las vías llegaran a Patagones.
En apoyo a esta decisión se formó en Carmen de Patagones una Comisión de Opinión Pro Ferrocarril a Patagones, que el día 20 de mayo realizó una multitudinaria asamblea popular.
Los trabajos del tendido férreo avanzaron en los 85 kilómetros faltantes con ritmo intenso y cumpliendo el plazo para mediados de noviembre de 1921 la obra estaba prácticamente terminada. El 22 de noviembre fue, entonces, la fecha de la llegada de la formación experimental que venía probando las vías.
Jornada de fiesta popular
En la estación provisoria el convoy fue recibido por el intendente de Patagones, Antonio Barbieri; el gobernador del territorio de Río Negro, Víctor Molina; el presidente del Consejo Municipal de Viedma, Felipe Contín; el titular de la comisión Pro Ferrocarril, Pedro Antonio Serrano, el vicepresidente de esa entidad, Francisco Pita; y otras autoridades.
El juez de Paz de Patagones, Juan Malla fue quien levantó un acta del momento; habló Pita y tres ancianas damas maragatas fueron designadas como madrinas de la locomotora, ya bautizada aquel día como “La Maragata”: Carmen Correa de Guerrero, de 88 años; Matilde Martínez de Ibáñez, de 88; y Pilar Rial de Migue, de 74. Más tarde otra distinguida señora, Esther Bottazi de Auckland, acompañada por la señorita Zulema Crespo y los caballeros Benito J. Crespo y Pedro A. Serrano procedió a colocar simbólicamente un clavo de plata en el durmiente final del tendido de las vías, con los acordes marciales de fondo de la Banda de Música de la Policía del Territorio de Río Negro.
La crónica del periódico “La Capital” describe con lujo de detalles la algarabía vivida en la tarde de aquel 22 de noviembre de 1921 en la precaria estación patagonesa y relata que “en el pueblo era materialmente imposible conseguir un auto (de alquiler) para llegar a dicho punto, pues todos hacían continuamente viajes cargados con familias y cuando uno por casualidad regresaba desocupado era solicitado por varios peatones que se discutían el privilegio de ocuparlo”.
El magistral discurso del escribano y cronista Pita, autor del libro “Remembranzas”, editado en 1926, fue transcripto en forma completa por la citada publicación. En uno de sus párrafos, de vuelo poético, dice que “la primera locomotora está presente, viene en misión de unión y progreso (…) siéntense aún las palpitaciones de su gran corazón de acero. Es que tiembla de emoción al sentirse tan festejada por los moradores de estas tierras para ella hasta ayer desconocidas. Llega bulliciosa como una niña juguetona, después de haber ensayado silenciosa durante varios días su entrada triunfal en la ciudad. Es que tenía temor de espantar con sus silbatos y ruidos estridentes a los pacíficos moradores de extramuros. No quería molestar la placidez de los hogares de nuestras abuelas”.
Pero más allá del enorme entusiasmo de aquel día las poblaciones de las ciudades hermanas tendrían que esperar cinco meses, hasta el 21 de abril de 1922, hasta la inauguración de los servicios regulares de los trenes entre Plaza Constitución y Patagones. En esa otra fecha, también festejada con alborozo de autoridades y pueblo, la misma locomotora 3096 traccionaba la formación inicial.
La historia de la máquina se pierde entonces, porque no existen anotaciones sobre los servicios y ramales de la vasta red del Ferrocarril del Sud (FCS) que le fueron asignados.
Emma Nozzi y la recuperación
Es probable que el Ferrocarril Nacional General Roca (heredero del FCS) la jubilara por su obsolescencia hacia fines de los años 50, como ocurrió con todo el parque de locomotoras a vapor. En 1961 permanecía abandonada en alguna lejana playa ferroviaria (tal vez Remedios de Escalada, quizás Bahía Blanca) y surgió la inquietud de la directora del museo histórico regional de Carmen de Patagones, la inolvidable Emma Nozzi, con una idea concreta: traer de regreso definitivo a la noble maquinaria al pueblo que le había impuesto nombre propio y convertirla en pieza de admiración pública.
Rolando Raúl “Tito” Martínez se refirió a este episodio en su recopilación de crónicas, “Vivencias y algo más”, y precisó que ocurrió el 26 de abril de 1963, cuando la 3096 volvió a Carmen de Patagones, remolcada. Mencionó este cronista que las gestiones, ante la empresa Ferrocarriles del Estado, contaron con el apoyo del antiguo dirigente ferroviario Juan Mache, quien logró que el sindicato de maquinistas La Fraternidad absorbiera el costo de la operación. Apuntó, también, que Mache no pudo ver a la locomotora de nuevo en estas vías sureñas, pues falleció en 1962.
“La Maragata” quedó estacionada en una vía cerca de la mesa giratoria por mas de diez años hasta que un día, después de ser reacondicionada, fue colocada en una plazoleta construida al efecto, en el boulevard Juan de La Piedra, frente a la estación de ferrocarril. Esta gestión, importante por el despliegue logístico, se realizó durante la primera intendencia de Néstor Ezcurra (1973-76).
Casi dos décadas después la Comisión de Amigos del Museo, con fondos donados por Emma Nozzi (que no cobraba sus sueldos de directora y los donaba a la entidad) se hizo cargo de una completa restauración de los viejos hierros que tan importante servicios prestaron a Carmen de Patagones y toda la zona.
En fecha reciente, por iniciativa de la dirección de Patrimonio Histórico de la Municipalidad de Patagones, dieron inicio nuevas tareas de reparación y mantenimiento, todavía inconclusas. El monumento al ferrocarril sigue siendo un símbolo importante, que mantiene activa la memoria sobre una época de intenso progreso regional.


domingo, 25 de enero de 2009

Arlt en los bodegones del puerto maragato y riéndose en la plaza de Viedma



Roberto Arlt recorrió una parte del sur argentino, con una máquina de fotos Kodak, un saco de cuero y una pistola automática prestada (por si acaso), para escribir una serie de notas para el diario El Mundo en su célebre columna de aguafuertes. El itinerario del talentoso escritor y periodista comprendió a Carmen de Patagones y Viedma, en enero de 1934, hace 75 años.

En el artículo anterior ya nos ocupamos de las huellas dejadas por Arlt en el hotel Percaz, por la plaza Villarino y en la oficina del correo de Patagones. Estos aspectos están descriptos en las crónicas de los días 11 y 12 de enero de 1934, tituladas “Nota preludio o prólogo” y “El pueblo de Patagones”; pero el sagaz escriba volvió a posar su mirada sobre la última población bonaerense en la nota que publicó el matutino porteño el 13 de enero: “Vida portuaria en Patagones”. Es preciso advertir que en aquellos tiempos el puerto maragato todavía despachaba cargamentos de cereales y lanas (aunque ya la competencia ferroviaria estaba instalada); y sobre la calle Roca, en el tramo hoy llamado J.J.Biedma, por donde se ubican el museo histórico y una concurrida pizzería, y más allá, funcionaban varios bodegones, bares y alojamientos para marineros, barracas de depósito de cargas y otros locales por el estilo.
Los contemplativos del puerto
Arlt escribió esto. Tarea magistral de cronista. “Esta calle Roca a la cual me refiero está convenientemente adornada en su extensión de 500 metros de bodegones y vinerías. Entre vinería y vinería, levantan sus fachadas lisas de ladrillos, casas marineras de dos pisos, con puertas que se abren en el espacio a galerías adornadas de tiestos de geranios. Grandes almacenes de ramos generales, depósitos de maderas, patios de suelos pavimentados de granito con torres de fardos de lana y agencias de navegación se benefician en la orilla próspera, y todo se halla tan convenientemente pacificado que uno, recorriendo la calle referida, supone que se encuentra en un puerto para enfermos de los centros nerviosos y frenopáticos agudos…”
Después de esta pintura, irónica como siempre, el periodista-escritor-dramaturgo relata sus observaciones de hora temprana, en ese escenario portuario. “Al día siguiente de mi llegada a Patagones, me levanté temprano, 8 de la mañana, y cuando llegué a la dicha calle Roca vi que los bodegueros recién retiraban las persianas de madera de las vidrieras y ventanas de sus boliches. Hecho que no tiene importancia alguna, pues a las 8 de la mañana este suceso ocurre en todos los parajes del mundo. Lo que no ocurre en todos los parajes del mundo y esto van a convenirlo conmigo, es que simultáneamente con los bodegueros que retiran los tableros de las puertas de sus casas aparezcan otros ciudadanos en las puertas de sus domicilios y, munidos de sillas y bancos, se instalen en las veredas en grupos de dos o tres y comiencen a mirar cómo corren las aguas del río. Y varios de aquellos ciudadanos eran tan cortos de mano, por no decir de genio, que en vez de traer el banco de su casa entraban al bodegón y salían con una silla cuyo respaldar colocaban de manera que en él pudieran apoyar el brazo mientras la espalda la arrimaban a la pared. Y me preguntaba si ésta no sería una anormalidad cuando tuve que retirar semejante presunción, en vista que varios vinateros colocaban bancos de tabla con capacidad para tres o cuatro ciudadanos en sus asientos”.
¡Esta sencilla costumbre pueblerina, que todavía hoy se observa en algunos vecinos de cabezas canosas, llamó poderosamente la atención de Arlt! Lean los párrafos siguientes.
“Frente a otro establecimiento donde se vendía el jugo de uva convenientemente fermentado, descubrí un grupo de viejos de pelo amarillo, sacos azules y pantalones color canela. Contemplaban el río y, para no perder detalle alguno de él comenzaban a mirarlo a las 8 de la mañana, lo cual pinta muy a las claras el fervor que tienen los nativos de Patagones por su hermoso río de la Paz. Otra respetable cantidad de patagonenses permanecía sentada en un malecón, escupiendo al río, y siguiendo cada uno con la mirada su mancha de saliva. Y éstos eran hombres mal entrazados que en otros puertos hubieran hombreado bolsas o muy pesados bultos, pero aquí estaban desde temprano dedicados a las arduas tareas de la contemplación, que requiere un temperamento entrenado, pues la contemplación no es una disciplina que se puede practicar de hoy para mañana, y sí requiere una larga práctica de dolce far niente, de fiaca graduada y vagancia dosificada.”
En la costa de Viedma
“Viedma, situada a la orilla del mismo río, carece de puerto. Desempeña las funciones de tal un atracadero de madera donde se detienen las lanchas para descargar el pasaje. A lo largo del desembarcadero de Viedma corre un parque maravilloso (…) un callejón formado por dos paralelas de álamos, cipreses y sauces que corre durante 200 metros a la orilla del río. En el centro de este callejón se extiende un emparrado de rosas silvestres, palmeras, laureles en flor, una vegetación loca que lo invade todo cubriendo los bancos de racimos verdes y flores color carne. El agua promueve un ruido suave en las raíces de los sauces”.
Con esta descripción inició Arlt su crónica publicada el 14 de enero de 1934. Ese parque, llamado Belgrano y ubicado entre las actuales avenida 25 de Mayo y calle Belgrano, fue el único sitio de Viedma que recibió halagos por parte del cronista viajero.
“Saliendo de la alameda se entra a calles polvorientas, repletas de baches violentos, circundados de tapiales inmensos. En muchos parajes se tropieza con construcciones inconclusas. Quien sabe el destino que tendrán: si convertirse en taperas o alcanzar la edad natural de casas habitables” apuntó a continuación.
Un lugar para la risa
La crítica de Arlt contra la capital del territorio nacional de Río Negro fue dura, categórica, casi demoledora. Se burló incluso de un sitio de la plaza San Martín que era, en aquellos años de la década del ’30, muy concurrido los domingos y días de fiesta cívica. “El caserío está desperdigado y aunque existe una intención de rivalizar con Patagones, de crear una capital de la gobernación competidora con la vecina frontera, por el momento es imposible. Viedma carece de estilo. Y tanto carece de estilo, que en la plaza, frente a la municipalidad (apunta este cronista del siglo 21, actual sede del Museo Tello) han construido un pabellón de cemento armado para la banda y posiblemente discursos oficiales. Bueno, eso no parece un pabellón sino un albergue para elegantes, tan descomunalmente grande es. Uno lo mira y sin saber por qué experimenta ganas de reírse”. (La foto muestra la construcción que disparó la risa de Arlt)
El recorrido del periodista porteño tomó luego por la calle Buenos Aires y desembocó en la plaza Alsina. “La calle principal tiene tres casas de dos pisos, modernísimas, correo, gran salón de peluquería, la escuela normal mixta y enfrente, una plaza más larga que ancha, tupida de árboles, con una columna en su centro, alta como un poste de teléfono. Esta columna de mampostería remata en un busto representando a un señor de pera a la francesa y melena victorhuguesca. El busto puede representar a Bartolomé Mitre, a Clemenceau, al general Roca, o al poeta Guido Spano. Y emito los irreverentes pensamientos porque la semiestatua carece de placa que de fe de su identidad”.
¡Han transcurrido 75 años y la identidad del prócer de la plaza Alsina sigue siendo un misterio, por la falta de una mínima leyenda! Se supone que se trata del mismísimo Adolfo Alsina, claro.
Los abogados viedmenses
Los últimos párrafos del aguafuerte que Roberto Arlt le dedicó a Viedma son muy ácidos para con una profesión que, por lo que puede verse, ya hace tantos años despertaba críticas. No había seguramente un Colegio de Abogados constituido en esta ciudad, porque de haber sido así el escriba se hubiese ligado una amenaza de juicio. Dicen así.
“La capital de la gobernación cuenta con Juzgado Federal, adonde fatalmente vienen a parar todos los asuntos jurídicos de esta vastísima gobernación y territorialmente más grande que algunos países europeos. Es así como la ciencia de pleitear ha adquirido en esta pintoresca y hospitalaria ciudad de Viedma inimaginables proporciones. Abundan los buenos letrados, pero más numerosos aún son los que allá en Buenos Aires llamamos aves negras. Los he visto, porque me los han mostrado en las horas enervantes de la siesta, polvorientos, verdosos, andando apresuradamente por la calle con sus formidables cartapacios, en tren frenético de hacerles zancadillas a las leyes. Son hombres que por el robo de una gallina os fabrican un sumario y un proceso más largo que el affaire Dreyfus. He oído hablar de esta gente en el hotel donde me hospedo con voces repletas de inflexiones de terror. No contaré en esta nota lo que han dicho, porque correría riesgo que me construyeran un pleito desde mil kilómetros de distancia”.
Transcurrieron 75 años y los textos escritos por el genial Roberto Arlt en aquel verano de 1934 (apenas 8 años antes de su muerte, el 26 de julio de 1942) nos permiten reconstruir aspectos muy interesantes de la vida cotidiana en Carmen de Patagones y Viedma por aquellos tiempos. Adulación (no exenta de sorna) para con la ciudad bonaerense, admiración (casi podría decirse) para los contemplativos de la calle Roca; encantamiento en la breve costanera viedmense, risas con el palco de la banda, diatriba para los abogados. Una visión audaz, incisiva y polémica, que lamentablemente está ausente en el periodismo nacional de nuestros días.

martes, 20 de enero de 2009

ROBERTO ARLT ESCRIBIÓ SOBRE PATAGONES Y VIEDMA, HACE 75 AÑOS




Es muy probable que el talentoso escritor de ficciones, dramaturgo y periodista Roberto Arlt no se imaginara, cuando pasó por nuestra región hace 75 años, que sus crónicas habrían de mantener tanta vigencia por la exactitud de sus descripciones. En estos artículos (el presente y otro que insertaremos en próximos días) se intenta reconstruir los pasos de su itinerario y recuperar sus huellas en las veredas de Carmen de Patagones y Viedma.

Arlt tenía casi 34 años cuando, a principios de enero de 1934, el diario El Mundo de Buenos Aires lo mandó al sur para que tomara apuntes de la realidad y escribiese una serie de notas de viaje que, con el título de “Aguafuertes patagónicas”, fueron publicadas en el matutino porteño entre el 11 de enero y el 19 de febrero de ese año.
Para ese entonces ya era un novelista y autor teatral reconocido en círculos literarios e intelectuales de la Capital. Pero es muy probable que quienes lo trataron por aquí, los pasajeros que viajaban en el mismo vagón del Ferrocarril del Sur, personal de hotel y de los restaurantes (entre otras personas) ignoraran por completo de quien se trataba.
Sus 23 artículos quedaron en la colección de El Mundo pero se perdieron en el olvido de los archivos periodísticos, hasta que en 1997 fueron rescatados por Sylvia Saítta, doctora en letras e investigadora del Conicet, en un libro que publicó Ediciones Simurg bajo el título de “En el país del viento; viaje a la Patagonia”.
Hay cuatro de esas aguafuertes en las que Arlt menciona a Carmen de Patagones y Viedma, a las que tituló “Nota preludio o prólogo”; “El pueblo de Patagones”; “Vida portuaria de Patagones” y “Viedma”; fechadas entre el 11 y el 14 de enero de 1934, hace 75 años.
Desde el hotel Percaz
Roberto Arlt se alojó en el hotel Percaz de Patagones. No lo menciona por su nombre, pero en la primera de las crónicas cuenta, con los toques de humor e ironía que son una constante en sus aguafuertes, que cuando venía viajando en el tren en la estación Cardenal Cagliero subió “un corredor bribonazo y temible” que con un fácil discurso comparativo convenció a los viajeros que en Patagones el mejor hotel es “muy bueno, pero también es caro porque allí sabe parar el gobernador”; y en tanto “hay también otro hotel, que es tan bueno como el que para el gobernador, pero es más barato y muy bien atendido”.
Este cronista del siglo 21 consultó a varios vecinos memoriosos y conocedores quienes dijeron que el hotel donde paraba el gobernador era el Argentino, y que el otro era el Percaz. “Escribo esta nota (apuntó Arlt) desde el cuarto de hotel de Patagones, tan vasto él que en Buenos Aires sería destinado a garage o planta de un edificio de 14 pisos”.
Pues bien, una vez instalado en el Percaz el protagonista de las aguafuertes salió a recorrer la calle Comodoro Rivadavia, todavía sin pavimentar, y se sorprendió con la peluquería de Carmelo Patané que ocupaba la esquina de enfrente, muy bien equipada para la época; la armonía de los frentes de los edificios de esa arteria y los aromas que emanaban de una farmacia. Veamos algunos de los comentarios de Arlt en esta temática.
“En estas calles de grava, color ceniza, se descubren peluquerías niqueladas donde se aplican fomentos faciales y rayos ultravioletas. (…) Calles estrechas y perfectas. Encajonadas por altas fachadas. El trescientos de la calle Rivadavia es tan inusitadamente parejo y solitario, que se podría tender una mesa en medio de la calle y almorzar en la más enternecedora soledad”.
Como un beso de novia
Arlt se internó por callejuelas en declive hacia la zona del puerto y después de una serie de observaciones magistrales proclamó su enamoramiento por aquella aldea de hace 75 años.
“Imposibilitado de utilizar diez definiciones para calificar al pueblo de Patagones, escalonaré unas cuantas. El público puede quedarse con la que más le agrade. Ahí van: Patagones es un pueblo donde se puede morir de muerte romántica. Patagones es una niña bien. Aspira. Patagones podría ser una ciudad costera de Brasil. (…) Patagones es bonito como un beso de novia (en día de lluvia). En Patagones se puede escribir una novela de amor tan amoroso, que después de leerla, los amantes no escojan sino entre el suicidio y la felicidad. (…) Para escribir sobre Patagones hay que ponerse una mano sobre el corazón y entonar dulcemente los ojos. Y no tener miedo del ridículo al afirmar que es diez veces más bonito que Bahía Blanca, que Rosario y que Tandil, a pesar de ser diez veces más pequeño que la parroquia de Caballito. Todas estas y otras innumerables virtudes se le pueden descubrir a Patagones en un día nublado”.
Escribió también que: “si uno se sienta en la plaza, en un banco blanco, a la orilla de un cantero esmaltado de florecillas blancas (…) distingue a su frente, a una profundidad de 30 metros, el manso cauce del río Negro lamiendo las orillas empenachadas de vegetales, candelabros de siete brazos. Un barco negro, el Toro, carga fardos de lana y bolsas de trigo”.
Intrigado por un monumento
Roberto Arlt reparó en el amplio espacio de la plaza Villarino, escasa de arboleda por aquellos tiempos, pero con instalaciones para la práctica de deportes varios: tenis, básquet y atletismo. En ese solar de cuatro manzanas le llamó la atención el monumento erigido en el cruce de las calles, sobre un obelisco de piedra.
Estas fueron sus reflexiones. “Subiendo el declive, hacia la estación del Ferrocarril del Sur, se tropieza con una plaza mocha, una especie de campo de juegos atléticos, con un obelisco rematado por un general impersonal…”. Planteó la duda acerca del nombre del prócer y, en la crónica del 12 de enero, arriesgó que se trataba “del intrépido marino Villarino”, pero advertía que “esto después de aventar el polvo del olvido, pues la estatua carece del nombre del prócer”. La intriga del sagaz periodista no quedó resuelta y volvió sobre el tema en el artículo sobre la vecina ciudad de Viedma (del 14 de enero) al comparar la situación con la estatua erigida en la plaza Alsina, que tampoco tenía cartel identificatorio (igual que ahora, en el 2009).
Puso allí que “En Patagones ocurre lo mismo. (…) Cuando pedí informes me dijeron que el busto representaba al general (sic) Villarino, luego la misma persona que ofició conmigo de cicerone sabiendo que era periodista, concurrió apresuradamente al hotel para decirme que una hermana suya le había dicho que la plaza se llamaba General (sic) Villarino, pero que el busto representaba al general Belgrano…”
Apunta ahora el cronista contemporáneo que ese busto del creador de nuestra Bandera sigue en la plaza Villarino (aunque ya no en el cruce) y que la base de granito fue a parar a la capilla Madre Mazzarello del bulevar Moreno, donde alguna vez sostuvo una imagen del padre Juan Bertolone.
Una morocha muy atractiva
Arlt agrega, cuando habla de Patagones, que desde la plaza Villarino “al correo hay un paso” y este cronista creyó que el periodista porteño estaba refiriéndose a las oficinas de lo que actualmente se sigue llamando “el correo viejo”, en el gran salón comercial de la esquina de Dr. Baraja y Suipacha. Pero no es así, porque según el testimonio de varios vecinos memoriosos en aquellos tiempos el correo maragato funcionaba sobre calle España, entre Fagnano y Garibaldi.
Sigamos con lo que escribió Arlt que ahora viene lo más importante. Dice: “…juro que sólo un ciego puede desear vivir lejos del correo de Patagones pues en él se encuentra empleada Venus Afrodita, disfrazada de morocha. Cuanto viajero entra al correo de Patagones y mira la tal empleada recibe como una descarga eléctrica y luego, cuando se repone, pide cinco pesos en estampillas de medio centavo y contadas una por una por la susodicha empleada”.
Semejante alabanza, en labios de un literato de reflexiones habitualmente misóginas, produjo sobresalto y curiosidad por tratar de contestar a la inmediata pregunta ¿quién era aquella atractiva empleada del correo de Patagones del año 1934?
Pasó bastante tiempo sin que se pudiera encontrar la punta del ovillo de la historia; hasta que un día llegó la revelación, por la generosa colaboración del vecino (nativo de Patagones y muy orgulloso de su origen) don Francisco Aníbal Ferría, bien conocido como el “Coro” Ferría. El dijo que se acuerda perfectamente de “la tal empleada”, que tenía el cabello muy negro y peinado bien tirante para atrás... y era conocida como “la viuda de Basso Montero”.
Otro maragato de pura cepa, Esteban Resoali, cuyo padre fue durante muchos años empleado del correo en Patagones, completó la ficha de filiación de la viuda de Basso Montero, ratificando los datos aportados por “Coro” Ferría.
Aquella mujer de belleza singular se llamó Angélica Guerrero, estuvo casada en primeras nupcias con un señor Basso Montero de quien enviudó seguramente muy joven. Aparentemente después de quedar sola entró a trabajar al correo y allí trabó relación con Antonio “Tono” Aguirre, cartero de la misma repartición, con quien se casó en segundas nupcias y emigró definitivamente.
Hasta aquí una primera parte de la reconstrucción de las huellas de Arlt en Patagones y Viedma, hace 75 años. Lo encontramos primero en un amplio cuarto del hotel Percaz, después lo seguimos cuando recorre algunas de sus calles y describe el paisaje de un día nublado; lo acompañamos por la plaza Villarino y también hasta el correo, en donde despachó su correspondencia para el diario.

martes, 6 de enero de 2009

En Patagones un caserón lleno de leyendas e historia, en el casco viejo

A pocos metros del río, en el marco del casco antiguo de Carmen de Patagones, se levanta el caserón que construyó hacia 1880 el acaudalado comerciante alemán Juan Sassenberg, con una enorme barraca para el acopio de lanas y cueros. Cuando Sassenberg se mudó al incipiente puerto de San Antonio Este esta construcción pasó a manos de Landalde, quien en algún tiempo la alquiló al Ejército y la Gendarmería. Leonor Landalde de Landalde, viuda de aquel gentilhombre, se la vendió al farmacéutico Roig hacia fines del siglo 20. La Municipalidad de Patagones está interesada en comprar el caserón, para destinarlo a un centro cultural.