sábado, 26 de diciembre de 2009

Guardia Mitre, un pueblo, su historia de casi un siglo y medio; y sus personajes

Un rincón del norte de la Patagonia en donde el pasado está presente en antiguas construcciones que rodean la plaza del casco viejo (foto de arriba); la historia de Guardia Mitre fue recopilada por una de sus hijas ilustres: Ema Nozzi (foto de abajo). Guardia Mitre, ese pueblo que es el hijo menor de Carmen de Patagones, es un sitio donde el tiempo parece detenido, al menos en su pintoresco casco viejo. Que haya cumplido 147 años de existencia es una buena excusa para trazar una crónica sobre sus antecedentes, algunos de sus habitantes nativos o adoptivos, su geografía y atractivos paisajísticos.

La mejor información histórica que se puede encontrar, acerca de Guardia Mitre, lleva la firma de una hija de la localidad: Emma Nozzi. El 1 de noviembre de 1917 había nacido Emmita en Guardia Mitre, donde su padre italiano e idóneo de farmacia se instaló en los primeros años del siglo 20 para desarrollar su profesión. Este no es un dato menor, pues revela que en aquellos tiempos la localidad pasaba por tiempos de crecimiento y esplendor.
Emma cursó en Viedma sus estudios de maestra normal; después ya recibida, en 1928, entró a trabajar en la escuela primaria número 8 de Patagones y en 1951 se convirtió en parte del grupo fundador del museo que hoy lleva su nombre.
Una valiosa publicación
En diciembre de 1962 Guardia Mitre cumplió 100 años y Emma Nozzi editó, con el respaldo de la Municipalidad de Patagones, la primera de una serie de publicaciones del Museo Histórico Regional Municipal “Francisco de Viedma”. El título del opúsculo de 27 páginas es “Carmen de Patagones y la Guardia General Mitre”, y es una fuente de consulta imprescindible para conocer la historia de esa población. Emma le dedicó seguramente muchas horas y esfuerzo a la investigación, comprometida con la noble causa de darle exacta difusión a los antecedentes fundacionales de su pueblo natal y, también, porque no siendo una historiadora académica, sabía que su primer trabajo escrito sería severamente escudriñado por los doctos de la materia. En la opinión de este cronista el resultado del empeño de Emma Nozzi dio sus resultados, pues desde entonces sus aportes a la historiografía regional han sido y siguen siendo citados por los especialistas más renombrados.
En la introducción Emma relata las gestiones de parte del coronel Julián Murga, jefe del fuerte de Patagones, para que se autorice la instalación de un nuevo asiento militar hacia el oeste, sobre la ribera norte del río, para proteger a la población contra posibles malones. Después establece la fecha del 16 de diciembre de 1862 como la fundación del pueblo. Vemos que el jefe del fortín Invencible (más cercano a Patagones) dejó constancia, el 15 de diciembre: “esta mañana como a las seis se puso en marcha la fuerza en dirección a la China Muerta y me he quedado en este fortín solo pues lo dos individuos que me dejaron son absolutamente inútiles…” y agrega nuestra historiadora: “podemos afirmar que la fuerza destacada para realizar la fundación de la nueva guardia se concentró en el Invencible”. Después, en base a documentos del archivo del Ejército asegura que “sin mediar inconvenientes la fuerza del Capitán Bejarano (que salió del fuerte anterior) habría llegado a la zona de China Muerta, lugar elegido para la fundación, al atardecer del 15 de diciembre de 1862, no disponiendo de luz para realizar reconocimientos de detalles para elegir el lugar definitivo de la guardia (y) en consecuencia considero que la fecha probable de la fundación debe haber sido el 16 de diciembre de 1862...” En las páginas siguientes Nozzi describe con lujo de detalles la instalación del nuevo fuerte y prolonga su recopilación hasta agosto de 1899.
Un canal de sueños y los galeses
Pero la historia original de Guardia Mitre no se limita al emplazamiento militar como avanzada defensiva ante el eventual peligro del ataque indígena. También se relaciona con el aprovechamiento del recurso hídrico para la producción agrícola. El ingeniero Osvaldo Casamiquela, en su magnifico libro ”El riego en la provincia de Río Negro; auge, crisis y futuro” señala que hacia 1865 la empresa Aguirre y Murga inició la construcción del “canal de los sanjuaninos” (por el origen de los operarios contratados para tal finalidad) que se constituye, nada menos, en el primer antecedente de un canal de riego en tierras rionegrinas ¡20 años antes que el “Canal de los Milicos” de Fisque Menuco (luego General Roca)!.
Apunta el especialista citado que “su boca toma libre se encontraba un kilómetro aguas abajo del punto conocido como Boca de la Travesía o Bajada del Turco, sobre la margen izquierda del río Negro; el canal se extendía hacia el este a lo largo de 50 kilómetros de un angosto valle al pie de la banda norte. En su trazado unía, por razones económicas y menor esfuerzo, diversas lagunas, aprovechado zanjones; y descargaba en las tierras del campo China Muerta luego de cruzar por el sur del pueblo de Guardia Mitre. Hoy, entre éste y el pueblo viejo, quedan restos, y su largo recorrido se visualiza en fotografías aéreas”.
Por ese mismo tiempo, en 1867, el galés John Jones, que formaba parte de la colonia de ese origen británico afincada en el valle del río Chubut en julio de 1865, decidió buscar tierras feraces para instalarse con su familia. Seguramente tentado por algún ofrecimiento de la misma firma Aguirre y Murga llegó a Boca de la Travesía y allí se instaló. La historia de este emprendimiento es apasionante, con sus marchas y contramarchas, y ocupará próximamente un artículo de esta serie.
Otro antecedente histórico singular que se vincula con Guardia Mitre es el del tan mentado Proyecto Wauters (lleva el nombre del ingeniero Carlos Wauters, contratado por la Legislatura de Buenos Aires en 1906) que pretendía trazar un canal navegable desde la misma Bajada del Turco hasta Bahía San Blas para regar un total de 375 mil hectáreas (45.000 en el valle de Guardia Mitre-China Muerta) entre los estados rionegrino y bonaerense.
Aquellos canales, el de los sanjuaninos (que se borró por el desuso) y el Wauters (que nunca se hizo, cajoneado por oscuros intereses) quedaron en la historia trunca de Guardia Mitre.
El amigo de Einstein
En el inventario y memoria colectiva del pueblo hay varias referencias muy especiales. Hacia 1912 se radicó en una isla sobre el río Negro don Jaime Estanislao Mulhall y Eborall, hijo del magnate irlandés fundador del diario en inglés “The Standard” y pionero de San Blas. Jaime era matemático, autor de un libro que hasta no hace muchos años de usaba como texto de la Universidad de Buenos Aires, amigo personal del sabio Albert Einstein con quien mantenía correspondencia. Aquí, en la isla que bautizó con su apellido, conformó una nueva familia, tras el frustrado matrimonio con una dama de la alta sociedad porteña, y se dedicó a las observaciones meteorológicas. (Ya se publicó en “Perfiles y Postales”, el 21 de junio de este año, la historia de vida de su hija Elsa Adela Mulhall de Torno, conocida médica local).
El periodista inquieto
Más o menos para la misma época, año 1911 para ser precisos, se afincó en Guardia Mitre (por entonces Coronel Pringles) el italiano Juan Bautista Campastro, que se dedicó a la producción de miel y hortalizas, fue juez de Paz y fundó un periódico quincenal “El Imparcial” en 1932. La familia Zingoni es descendiente de aquel periodista inquieto y fue uno de sus nietos, Angel “Cholito” Zingoni, quien en ejercicio de la intendencia municipal de la localidad, en 1985, le impuso su merecido nombre a la biblioteca popular. (Otra nota de este año, del 7 de junio, se refiere extensamente a la figura de Campastro).
La rubia despampanante
La reseña sobre las personalidades públicas surgidas de Guardia Mitre no puede estar completa sin mencionar a Libertad María de los Angeles Vichich, nacida en el paraje China Muerta en 1938 y muy popular hacia fines de la década de los años 60 bajo el nombre artístico de Libertad Leblanc, actriz del cine erótico que hoy sería caracterizado como “bizarro”. La pulposa muchacha (asegura que todo era de ella, en tiempos en que no se usaban las siliconas) se fue del pago siendo niña y no se recuerda que haya vuelto alguna vez. En una entrevista, hace cinco años, dijo a un periodista capitalino que no sabía si todavía existía el pueblito en donde nació. Hace un par de semanas alguien tuvo la ocurrencia de convocarla en Buenos Aires para entregarle el pretencioso título de “Rionegrina Ilustre”, pero faltó a la cita (menos mal).
Un bello y sugestivo paisaje
El paseo desde Viedma hacia Guardia Mitre, transitando por la ruta nacional 250 hasta la altura del paraje Sauce Blanco para cruzar el río en la balsa de maroma que administra Viarse, permite descubrir un paisaje natural sin contaminación. Mientras la balsa “Alfonsina” flota suavemente cientos de pájaros de todo tipo surcan el cielo límpido y el viajero se siente trasladado en el espacio, como si estuviera a miles de kilómetros de la civilización. Un poco más adelante se llega al pueblo viejo, cuya plaza conserva un busto del general San Martín, fundido con bronce de cañones de la llamada campaña al desierto e instalado en el lugar, en 1910, por el gobernador del Territorio Nacional, Carlos Gallardo. Y más allá , hacia La Cuchilla, se encuentra el edificio histórico de la escuela primaria, construido también hacia 1912 por impulso de Gallardo, que es gemelo al de la escuela 2 vieja de Viedma y un establecimiento primario de Buena Parada, cerca de Río Colorado. Las añosas casonas en ruinas, el portal de lo que fue el colegio de María Auxiliadora y la cercanía del cuidado balneario le dan al conjunto una belleza nostálgica y particular. Por otra parte, previo contacto al 02920 15498954, se puede visitar el coto de caza de la Isla Mulhall. En suma: es una excursión de pocos kilómetros, que permite el contacto con la naturaleza y la historia.



martes, 8 de diciembre de 2009

La ampliación del Museo Histórico de Patagones, un gran trabajo de restauración

En la foto superior la flamante ampliación del Museo Histórico Regional "Emma Nozzi" de Carmen de Patagones, abajo esa misma construcción en 1905, antes de sucesivos retoques y de la ruina posterior, de la que acaba de ser rescatada. En la crónica que sigue están todos los detalles de esta historia adentro de la misma historia.
Se renueva el orgullo de Carmen de Patagones. Desde 1988 el Museo Histórico Regional funciona en una casona enteramente reciclada por el Banco de la Provincia de Buenos Aires; y ahora acaba de inaugurarse una ampliación, en otra antigua vivienda y casa de comercio totalmente reconstruida, con la fachada similar al aspecto que presentaba hace más de 100 años.

No existe otro lugar, en nuestro país, donde la acción del Estado, a través de la conjunción de intereses de los gobiernos municipal y provincial, haya producido un hecho de esta importancia. El Museo Histórico Regional de Carmen de Patagones cuenta con una infraestructura edilicia de carácter singular, donde confluyeron adecuados criterios de preservación y conservación del patrimonio arquitectónico, y una visión actualizada sobre la proyección cultural para una entidad de esa naturaleza.
Todo esto merced a una entidad financiera, el Banco de la Provincia de Buenos Aires, que en respuesta a los lineamientos de su gobierno provincial invierte en cultura, y apuesta al futuro con el rescate de la identidad del pueblo de Patagones.
En una esquina toda la historia
En estas mismas páginas de Noticias de la Costa el domingo 16 de noviembre de 2008 se publicó el artículo titulado “En una esquina del puerto de Patagones, donde se cruzaron todos los destinos, hoy funciona el museo Emma Nozzi”.
Este cronista escribió, aquella vez, que “Hoy es la intersección de las calles Juan José Biedma y Pasaje del Muelle, y allí encontramos la sede del Museo Histórico Regional “Emma Nozzi”, de Carmen de Patagones. Pero los archivos delatan otros usos anteriores: capilla, colegio religioso, sucursal bancaria, carpintería, bar, almacén, escritorio de una firma saladera y pensión. Todos los destinos se cruzan en esa esquina.
Toda la historia de Patagones, la síntesis de sus etapas de bonanza y decadencia económica y por lo tanto social, los vestigios de las primeras acciones evangelizadoras hacia la Patagonia, y seguramente cientos de episodios de la vida cotidiana, que sería imposible clasificar, han ocurrido en esa esquina. El sitio es, desde el año 1988 la casa del museo de Patagones y fue allí donde la querida e inolvidable Emma Nozzi, su fundadora, transcurrió los últimos 12 años de su vida en fructífera labor.”
Ha pasado poco más de un año. El memorable acto del día 2 de diciembre da lugar a una nota de contenido similar, agregando ahora las referencias sobre la denominada “Casa Cagliero”, que corresponde a la ampliación que acaba de anexarse al museo Nozzi. Los datos fueron tomados de la alocución del profesor Jorge Bustos, director de la entidad histórica; de un folleto editado por la misma institución; y de testimonios de dos memorioso vecinos, descendientes de itálicos inmigrantes que ocuparon hace un siglo esas construcciones recuperadas actualmente.
Lazaristas, salesianos y el banco
La casa de la esquina, que había pertenecido a la firma comercial naviera y agrícola Aguirre y Murga, y la otra contigua, fueron compradas en 1877 por el sacerdote Emilio Savino, misionero de los Lazaristas, quien con el respaldo de arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, intentó organizar un colegio religioso e iniciar la evangelización de los indígenas. Tras el fracaso de este proyecto las dos propiedades pasaron a los sacerdotes salesianos, encabezados por monseñor José Fagnano.
En 1884 llegó a Carmen de Patagones un enviado del Banco de la Provincia de Buenos Aires, don Martiniano Sánchez.
“Era un momento en el que Patagones explotaba económicamente, con una amplia zona de producción a su servicio. Fue entonces cuando el Banco vio que Patagones precisaba una sucursal, porque había que viajar hasta Bahía Blanca en La Galera de Mora, durante tres días, para poder ir a hacer un depósito bancario; y por iniciativa de don Pedro Luro se creó la sucursal. Pero no se conseguía casa, porque era un momento de fuerte demanda y especulación inmobiliaria en la población. Entonces don José Fagnano, que era rápido para los negocios, dijo :saco todas mis cosas de acá y le alquilamos esta casa al Banco; porque sabía que Patagones no se podía quedar sin sucursal bancaria”; sostuvo Bustos, al hablar en el acto de inauguración de la ampliación.
Entre 1884 y 1889 el Banco de la provincia funcionó en la casa de la esquina de las calles Roca y Dr. Baraja (hoy Biedma y Pasaje del Muelle); mientras que la contigua fue vendida a don Francisco Arró (el fundador de las aguas corrientes en Patagones) y poco más tarde, nuevamente en poder de los salesianos a partir de 1885, fue morada para el obispo Juan Cagliero, que acababa de llegar para fundar la obra de Don Bosco en la Patagonia.
En 1889 la misión salesiana se mudó a Viedma y en esa casona se instaló el almacén de ramos generales del inmigrante italiano Belisario Lavorartuonovo, que recién llegaba a Patagones. En la esquina, tras el cierre de la sucursal del Banco Provincia, consecuencia de la crisis de 1894, se instaló el Banco de la Nación Argentina, hasta la inundación de 1899. La crecida de las aguas arrasó con las dos construcciones que estamos observando a través del paso de los tiempos.
Nuevo siglo, pleno impulso
Los dos locales fueron reconstruidos y la intensa vida portuaria de los primeros años del siglo 20 favoreció las actividades mercantiles. En la esquina abrió su taller la carpintería de José Melluso, que había llegado en 1899, dejando en Italia a su esposa, Francisca Parisi, y un pequeño hijo. Estuvo allí hasta 1928, y en el ínterin también se instalaron en otros espacios del salón, la sastrería de Juan Patané, y la oficina de fletes (en carro a caballo, por supuesto) de Catellani.
En la casa de al lado Lavoratornuovo progresaba con su local, hasta que la muerte lo sorprendió en 1905. Al frente del negocio, que entre otros rubros importantes tenía la representación de la cerveza Pilsen, siguió su segunda esposa Emilia Ferrari con sus hijos. En 1930 el fracaso de un emprendimiento agrícola por parte de uno de sus vástagos, Alfredo, llevó a la firma comercial a la ruina, y sobrevino más tarde el remate judicial del inmueble. Lo compró Argentino Di Luca e instaló una fonda.
En la esquina, en tanto, después que Melluso se mudó a la calle Paraguay (donde hoy está el gimnasio de María Auxiliadora) comenzó una sucesión de comercios de corta duración, almacenes y despachos de bebidas, de distintas firmas.
El abandono, desde los 50
“El puerto de Patagones comenzó a declinar en los años 40, primero con la clausura de los embarques de ultramar y después con la suspensión de la flota que navegaba aguas arriba, hubo una breve época de recuperación con la industria del cazón a fines de esa década, y finalmente el abandono se apropió del sitio” reseñó Bustos.
Durante tres décadas la zona del puerto de Patagones sólo cobijó inquilinatos y conventillos, los muelles se deterioraron, los locales comerciales otrora bulliciosos en una especie de torre de Babel donde se hablaban varios idiomas quedaron en el silencio de la frustración.
Fue a partir de 1986 cuando el perfil de la zona empezó a cambiar, con la recuperación de la casona de la esquina y la posterior mudanza del Museo Histórico Regional, que hasta entonces pertenecía a la Municipalidad y funcionaba en un la planta baja de la sede comunal, sobre calle 7 de Marzo.
Las obras de recuperación de la costa, por cuenta de la Municipalidad y la AIC; la pavimentación e iluminación con pintorescas farolas en tiempos del intendente Magdaleno
Ramos; y el impulso a la revalorización del patrimonio histórico en la gestión iniciada por Ricardo Curetti hace 10 años le cambiaron el perfil a la zona.El camino iniciado por Emma Nozzi (Bustos recordó que llegó a pagar con sus ahorros el alquiler de la Casa Cagliero, mientras se esperaba que el Banco la comprara) se abonó también con el apoyo del arquitecto Alberto De Paula, desde de la dirección del Archivo y Museo Arturo Jauretche del Banco Provincia primero, y en la presidencia de la Comisión de Lugares y Monumentos Históricos después. Fue el logro de su gestión, en el 2003, la declaratoria de Monumentos y Sitios Históricos para varios lugares del Casco Antiguo de Carmen de Patagones.
El orgullo, ahora
Como decía al principio este cronista. La reciente inauguración de las instalaciones recicladas de la casa contigua a la sede principal del Museo Emma Nozzi renueva el orgullo que todos los habitantes de la zona debemos sentir por esta institución y su magnífico edificio. Se cumplirán, dentro de pocos días, diez años de la desaparición física de la inolvidable Emma Nozzi. Esta obra tiene la huella de su estilo.
(Para esta nota prestaron su amable colaboración Edgardo “Petty” Melluso y Alfredo Lavoratornuovo, nietos de José y Belisario, aquellos inmigrantes que tanto trabajo y pasión pusieron en la calle Roca, hace más de un siglo.)


domingo, 22 de noviembre de 2009

El inolvidable viaje en barco de Homero Almirón, gerente de banco de Patagones


Los hechos y personajes que serán mencionados en el relato siguiente son de pura ficción; cualquier coincidencia con circunstancias y personas reales es casual. Las referencias de carácter histórico fueron tomadas un artículo del periódico “La Gaceta” de 1922, reproducido en la revista “La Galera”.

Estamos en setiembre de 1922 en Carmen de Patagones. Homero Almirón es el gerente de la sucursal local del Banco de la Nación Argentina. Es un hombre de 40 años que se radicó en la progresista localidad apenas un año antes, trasladado por las autoridades bancarias desde su destino anterior en la ciudad de La Plata, aunque tiene toda su familia en Buenos Aires. Homero Almirón es radical de todo corazón. Por eso se emociona cuando a mediados de ese mes de setiembre recibe una invitación formal, por intermedio de la gerencia de sucursales del Banco Nación, para asistir el día 12 de octubre a la ceremonia de asunción del nuevo presidente de la Nación, el doctor Marcelo Torcuato de Alvear que recibirá el bastón de manos del doctor Hipólito Yrigoyen en una histórica ocasión. Se trata de la primera vez que un presidente argentino elegido a través del voto universal, secreto y obligatorio le delega el mando a un sucesor que también fue elegido de la misma forma, en virtud de la ya famosa ley Sáenz Peña.
Homero se siente muy complacido, porque según se lee en la tarjeta “Usted ha sido elegido en representación de todos los gerentes de sucursales del Banco de la Nación Argentina del interior del país”.
Con varios días de anticipación el activo y simpático gerente organiza y prepara todo para el viaje. El funcionario bancario vive solo porque es un empedernido soltero y como tal su aspecto exterior y vestimenta son de una prolijidad y pulcritud sorprendentes. Doña Ismaela, una negra descendiente de aquellas morenos que poblaron el barrio de los negros libertos, es la encargada de lavar, almidonar y planchar sus diez mejores camisas blancas. Aquel traje azul que estrenó en las fiestas de marzo está necesitando un retoque porque el caballero le quitó algunos kilos a su silueta mientras padeció un cálculo de vesícula que finalmente le extirpó sabiamente el doctor Pietrafaccia. Así es que el traje va a parar a las manos expertas de don Guido Bergandi, para que le haga un entalle. Y también pasa por la tienda casa Los Vascos para comprarse un nuevo par de zapatos de Grimoldi.
Como ya dijimos Homero Almirón ha sido sometido un par de meses antes a una intervención quirúrgica de aquellas que dejaban una larga sutura en el vientre. Para cerciorarse que puede viajar a Buenos Aires sin inconvenientes consulta al buen médico Pietrafaccia y se encuentra con una advertencia inesperada: “Vea mi amigo Almirón esa herida está cerrada, pero los tejidos todavía no están fuertes, yo no le recomiendo viajar en tren, porque siempre hay movimientos que pueden traer consecuencias y molestias, así que yo le sugiero que viaje en barco, que es mucho más placentero y confortable, además el aire de mar le vendrá muy bien para darle un poco de color a su semblante”.
Así es que nuestro gerente de banco se dirige esa misma tarde al puerto, para averiguar cuál es el vapor que lo puede llevar hacia Buenos Aires para los primeros días de octubre, porque tampoco es cuestión de desembarcar en la gran ciudad con escasa anticipación al importantísimo hecho de la transmisión presidencial.
El agente marítimo don Luis Rial le anoticia que el 26 de setiembre entrará el barco Curitiba con maderas duras, tambores de alquitrán y materiales de construcción para obras de la gobernación en Viedma; y que el día 30 el mismo vapor levantará anclas con destino a Bahía Blanca y Buenos Aires con cueros, sal y cebada. Homero Almirón reserva allí mismo uno de los pocos pasajes disponibles, apenas 12 lugares junto a la tripulación.
Los días que faltan hasta el momento de la partida pasan rápido para Homero, debe dejar todo en orden en la sucursal Patagones del banco Nación, atiende personalmente como siempre a aquellos clientes más importantes, deja autorizados los créditos para la esquila y resuelve otros papeles.
El 30 de setiembre a las cuatro y media de la mañana Almirón está, de punta en blanco y puntual como siempre en el muelle Mihanovich dispuesto para embarcarse en el Curitiba. El comisario de a bordo recibe atentamente a los pasajeros: un matrimonio de italianos que estuvo de visita en casa de parientes y emprende el retorno a Europa, una pareja de recién casados en viaje de luna de miel a Buenos Aires, dos viajantes de comercio, un oficial de la Prefectura que cambia de destino, un mecánico de las máquinas de la usina que va a buscar repuestos, el propio Homero... y un señor extraño, envuelto en un largo impermeable y muy callado.
Almirón debe compartir el camarote con el oficial de Prefectura, un tal Ortiz de Zarate, a quien ya conoce de la vida social de Carmen de Patagones. Durante todo el trayecto entre el puerto maragato y la desembocadura, unas tres horas de navegación, los dos hombres fuman en silencio, acostumbrándose al habitáculo. Homero Almirón traza sus planes, según el derrotero, al día siguiente por la mañana estarán en el puerto de Bahía Blanca; allí el barco se aprovisionará de petróleo para su caldera y seguirá viaje un día más tarde, para arribar tres días más tarde a Buenos Aires.
Allá ya tiene reservas en el hotel España de la Avenida de Mayo, realizará una visita de cortesía a la casa matriz del Banco Nación, irá al teatro, tomará cafés y algunos copetines en el Tortoni, y el 12 de octubre estará en el Congreso de la Nación, con ese traje azul recién arreglado por Bergandi que guardó con tanto cuidado en el baúl que despachó en la bodega del Curitiba.
Mientras enlaza sus planes para el viaje se duerme profundamente, pues el trajín de las últimas horas fue intenso y el descanso escaso.
Cuando se despierta consulta su reloj de cadena y ¡oh sorpresa! ya son las 12 del mediodía; por el ojo de buey del camarote observa que está lloviendo y todo el estuario de la fusión del río con el mar está envuelto en una bruma gris espesa. El barco está fondeado a 500 metros de la barra de la desembocadura.
Escucha voces en el pasillo, su compañero de compartimiento conversa con un marinero... “Dice el capitán que la niebla no le permite al práctico llevarnos mar afuera... habrá que esperar hasta que aclare...”.
Homero se vuelve a meter entre las frazadas... dispuesto a aprovechar cada instante del viaje para descansar mucho, según la recomendación de su médico de cabecera.
Homero cree que la demora será de algunas pocas horas. Le comenta a su compañero de camarote, el oficial de Prefectura Ortiz de Zárate, que “seguramente cuando llegue la próxima marea, en la madrugada de mañana, ya podremos hacernos a la mar”. El hombre de uniforme no es tan optimista y, e n tanto, el propi capitán del barco que se pasa todo el día encerrado en su compartimiento no quiere aventurar ninguna hipótesis.
Para matar el aburrimiento aparecen de alguna parte varios mazos de naipes, un tablero de ajedrez y un juego de dominó. Nuestro gerente de banco se inclina por la última de estas alternativas, en abierto desafío con el mecánico de la usina eléctrica. Los italianos hacen interminables paseos por la húmeda cubierta del barco, los viajantes de comercio se la pasan todo el tiempo revisando sus minutas y libros de ventas, la pareja de recién casados.... bueno, es comprensible que no salgan del camarote en toda la tarde.
Y el pasajero misterioso, el del largo impermeable, se dedica con mucha concentración a escribir apuntes en un cuaderno de tapas de hule negras.
Al caer la noche bajan un bote y a remo tres marineros se llegan hasta la costa para buscar un costillar de vaca y algunos chorizos, que son estupendamente asados en el interior de un tambor de chapa. En la sobremesa se habla de todo un poco, uno de los viajantes asegura que el recién inaugurado servicio ferroviario entre Carmen de Patagones y Plaza Constitución terminará por matar a la flota de barcos que hace el mismo trayecto fluvial y marítimo. Se discute sobre el particular. Mientras se intercambian opiniones afuera el temporal arrecia, el capitán anuncia entonces: “señores pasajeros la marea de la mañana ya la tenemos perdida, habrá que esperar a la de la tarde”.
El segundo y tercer día con el Curitiba fondeado enfrente de la estación de prácticos del río Negro transcurren sin mayores novedades. Ya es dos de octubre y no hay seguridad acerca de cuándo se podrá salir a altamar.
El comisario de abordo informa que mediante sistema de señales con banderas se pidió a la estación de prácticos que venga desde Patagones el agente marítimo. Esa noche llega el señor Luis Rial y ofrece a los pasajeros que así lo deseen desembarcarlos y devolverles el pasaje. En una improvisada asamblea aceptan esa opción los italianos (que tomarán el tren del día siguiente, para no perder el vapor a Europa), el oficial de Prefectura y el mecánico de la usina.
A la mañana siguiente se hace el trasbordo al remolcador nacional “Corvina”. Los que se quedan en el Curitiba, en medio de la persistente sudestada, son los recién casados (a quienes casi no se les ve el pelo), los dos viajantes, Homero Almirón... y el señor extraño que no deja de hacer anotaciones.

Sigue el viaje de Homero Almirón


Esa tarde mientras todos descansan del aburrimiento se escucha una fuerte discusión, dos hombres hablan de dinero y uno le recrimina el faltante de una fuerte suma al otro, hay insultos y un grito apagado. Cuando el comisario del barco interviene uno de los viajantes yace sobre el pasillo con un fuerte puntazo en un pulmón... y el otro hombre del mismo oficio está encerrado en el camarote.
Hay conmoción general en el Curitiba. El herido respira, con dolor, pero respira... el agresor no quiere salir de su encierro. Se toca tres veces la sirena en señal de alarma y nuevamente las banderas de señales sirven para avisar a los prácticos de la emergencia, para que telegrafíen a Patagones.
Es medianoche cuando arriba una lancha de motor con el doctor Pietrafaccia que enseguida se ocupa del herido, “está delicado pero no se va a morir” informa. Solícito como siempre se preocupa también por la salud de Homero. “Desde ayer que no puedo dormir” le informa nuestro bancario amigo y el médico saca de su maletín un pastillero con píldoras rosadas: “Tómese una después de la cena y verá que bien descansa” le aconseja, “acuérdese que no le recomiendo el traqueteo del tren, así que tenga fe en que la tormenta pasará pronto y podrá seguir el viaje en este vapor”.
El alboroto en el barco sigue todo el día siguiente, viene la policía para llevarse detenido al agresor y en la misma lancha se hace con todo cuidado el traslado del herido hacia el hospital de Patagones. Todo en medio de una densa niebla y con rachas de fuerte viento sur. La barra del río sigue cerrada. Esa noche Homero Almirón da vueltas y vueltas en el camastro, ya están en la madrugada del día seis de octubre, se va a cumplir una semana de tiempo perdido a bordo de ese barco y él tiene que estar en Buenos Aires por lo menos el día diez. El insomnio lo domina. Se levanta, busca la jarra y el vaso del agua, tantea el frasco de las pastillas y se traga dos de un saque...
Muy pronto empieza a sentir que el peso de los párpados es insoportable y finalmente cae dormido en el estrecho camastro del reducido camarote del vapor Curitiba. El plácido sueño lo aleja de las fuertes emociones de las últimas horas, con aquel episodio de la discusión por una diferencia de pesos entre dos de los pasajeros, dos viajantes de comercio (proveedores de tradicionales firmas maragatas como Imperiale, Malaspina, Galantini y Abayú y Carmody), que terminará finalmente en la brutal agresión con un cuchillo de uno sobre el otro. Su mente repasa las alternativas posteriores, cuando una lancha a motor trajo al médico primero y a la policía después, el traslado de herido, la detención del agresor... finalmente Homero Almirón logra quedarse dormido.
Es tan profundo su descanso que no percibe la agitación del puente de mando, porque a las seis de la mañana del nuevo día la tormenta de una semana se disipó totalmente, la marea está en su punto más alto y las aguas planchadas. En menos de una hora la caldera del barco llega a su máxima presión y el capitán, bajo la asistencia del práctico Abel, pone proa hacia el mar abierto y supera sin ninguna dificultad la barra de la desembocadura.
La navegación en alta mar posterior es silenciosa y placentera, cumpliendo en un todo el itinerario previsto. Escala de apenas 18 horas en el puerto de Bahía Blanca para descargar cueros y reponer la carga de petróleo; y nuevamente al mar para seguir el derrotero hasta la dársena sur del puerto de Buenos Aires.
Finalmente Homero Almirón está allí, con sus dos valijas y su baúl de viaje, esperando que el mozo de cordel le acomode sus bultos en el auto de alquiler que lo llevará hacia el confort del hotel España de la avenida de Mayo.
Ya para entonces es nueve de octubre y los tres días que faltan para el acto de cambio de mando presidencial pasan muy rápido, como pasan las cosas en los sueños. El 12 de octubre el Palacio del Congreso está engalanado con muchísimas banderas argentinas, Almirón enfundado con su mejor traje, aquel que le cosió a medida don Guido Bergandi en Carmen de Patagones y le entalló especialmente antes del viaje. En una de las puertas del majestuoso edificio presenta su tarjeta de invitación especial y un portero de piel negra y reluciente librea lo conduce hasta uno de los palcos del recinto. Acaba de acomodarse cuando el mismo portero vuelve y le pregunta “¿Usted es el señor del sur, de Carmen de Patagones”. Antes que Homero le pueda contestar ya lo está tomando cordialmente del brazo y lo conduce entre pasillos repletos de gente hasta un salón reservado, mientras le explica que “El doctor Yrigoyen pidió hablar personalmente con usted”.
Homero Almirón, el gerente de la sucursal Patagones del Banco Nación, no puede reponerse de todas las emociones del caso cuando se abre la puerta del salón y allí, rodeado de otros caballeros muy bien vestidos, está la adusta figura de don Hipólito, el famoso “peludo” Yrigoyen. Uno de los hombres se acerca y le dice “el presidente quiere transmitirle un mensaje para la gente de su ciudad”. Homero está allí, con la boca abierta de sorpresa, porque el mismísimo Hipólito Yrigoyen, con ese gesto adusto pero cortés que lo caracteriza, le estrecha fuerte la m ano y le dice “quiero que le avise a la gente de Carmen de Patagones que no me olvido de ustedes...”.
“Gracias don Hipólito... muchas gracias don Hipólito...” contesta con apenas un hilo de voz el atribulado Homero Almirón, pensando qué apenas regrese va a reunir a todos sus amigos de Patagones en la confitería La Perla para contarles este suceso extraordinario. “Gracias don Hipólito...” repite. “Gracias don Hipólito...” insiste .
“Mire caballero, ni yo me llamo Hipólito, ni usted tiene nada que agradecerme...” le está diciendo ahora a Homero aquel misterioso pasajero del vapor Curitiba que se pasa todo el tiempo escribiendo en su cuaderno de tapas negras de hule... “escúcheme buen hombre, usted hace dos días que está durmiendo y el Capitán del barco me pidió que tratara de despertarlo porque ya estamos llegando al puerto de Bahía Blanca y quiere saber si usted desembarca o sigue viaje a Buenos Aires.
En ese momento Homero cae en la cuenta que ha estado soñando, que todavía no llegó a la Capital, ni tampoco está en el Congreso de la Nación, ni mucho menos frente al presidente saliente Hipólito Yrigoyen, que todavía está encerrado en el camarote del barco...
Nuestro amigo bancario termina de superar el largo sopor que le provocaron las dos pastillas rosadas que tomó hace ya no sabe cuánto tiempo y el pasajero misterioso, con el cual no había cruzado todavía ni una sola palabra. “Soy Manuel Pereda, escritor y periodista del diario La Nación de Buenos Aires, estoy escribiendo una serie de artículos sobre los viajes en el sur y todo lo que está ocurriendo en este viaje va a ser publicado en el diario”.
Homero Almirón se sacude la modorra con un chorro de agua de la jarra del camarote, mira por el ojo de buey del camarote y comprueba que están arribando al puerto de Bahía Blanca. El viaje a Buenos Aires todavía no terminó... pero sus sueños se adelantaron a la realidad.
Notas finales
Tal como se advirtió al principio este relato, que hemos ofrecido en dos entregas a los lectores de Noticias de la Costa, es ficticio en su mayor parte. Sólo son reales las circunstancias del enorme retraso que sufrió el vapor “Curitiba” en la salida al mar abierto –como consecuencia de la bajante del río, primero y de la fuerte sudestada después-; y el episodio sangriento que terminó con uno de los pasajeros herido.
En la actualidad resultan poco creíbles esas vicisitudes en un viaje de esas características, pero ocurrían con frecuencia en los viajes de ultramar que zarpaban desde el puerto maragato. Las fotos de archivo que ilustraron estas entregas de Perfiles y Postales son sólo ilustraciones sin relación directa con la narración, pues lamentablemente no pudo hallarse una imagen del ‘Curitiba’.
La historia portuaria de Carmen de Patagones todavía está por escribirse, con sus distintas etapas desde la época de la llegada de la misión española encabezada por don Francisco de Viedma y Narváez, y su piloto Basilio Villarino, pasando por los tiempos de los corsarios extranjeros; la experiencia de la flota que navegaba aguas arriba hacia los valles; y el apogeo de los cargamentos de lanas, cueros y trigo de las primeras décadas del siglo 20; hasta llegar a la explotación de la pesca del cazón, en las décadas del 40 y del 50.
Quizás sería igualmente interesante la instalación de un Museo del Puerto, con fotos y objetos que todavía muchas familias maragatas conservan como verdaderos tesoros del recuerdo.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Un pasaje con historia propia y un nombre sobre hermanos maragatos




Uno de los sitios más pintorescos del casco histórico de Carmen de Patagones es el Pasaje San José de Mayo, también conocido popularmente como “la calle de las escalinatas”. Muy pocos saben de la explicación de su nombre, que le fue impuesto hace 17 años; y mucho menos conocido es un episodio trágico que tuvo este sitio como escenario, hace casi ocho décadas.

En los años ’60 era usado para “proezas” de los muchachos del centro y la Municipalidad tuvo que ponerle cadenas, para evitar accidentes. Es una magnífica atalaya para observar el río y la vecina ciudad de Viedma con el infinito paisaje del Valle Inferior perdiéndose en la cuchilla. Lugar de encuentro de miles de parejas de novios que han aprovecha de su recatada intimidad, como si los paredones laterales fueran ciegos y sordos. Los dos inolvidables pintores maragatos, Alcides Biagetti y Julián Mayo Llambí, lo usaron de inspiración para algunos de sus cuadros. Cuanto turista y fotógrafo aficionado circula por el territorio de la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires se detiene en su punto más alto, para captar imágenes que serán atesoradas. Ha sido (y sigue siendo) anfiteatro para la realización de espectáculos de las más diversas expresiones culturales, y fue en ese sentido, la cuna de la emblemática fiesta mayor de Patagones en cada mes de marzo.
Por todas y cada una de estas razones el Pasaje San José de Mayo se merece esta crónica, que se bifurca hacia historias muy antiguas y otras que no lo son tanto.
Orígenes de barro
En Carmen de Patagones siempre hubo una vía de comunicación importante para la conexión entre el barrio del puerto y la fortaleza, que constituyó desde el principio de los tiempos el asiento de las autoridades. La actual calle Bynon fue, seguramente, el camino más rápido pero también el más peligroso, por lo empinado, utilizado por todo tipo de carruajes pero accidentado para los caminantes.
Los peatones, en efecto, usaron senderos variados, cruzando por el medio de las viviendas en desordenado andar, según las alternativas escarpadas del terreno. La primitiva urbanización del pueblo se fue concretando en distintos pasos y en octubre de 1858 la municipalidad decidió cerrar uno de los callejones que bajaban desde el fuerte hacia el muelle. Según un antiguo documento “en reemplazo del referido callejón se ubicó un espacio de terreno que se halla situado frente al asta de la bandera de la fortaleza y entre medio de la casa de don Alejo Ibáñez y el rancho de don Lorenzo Mascarello”. El terreno fue adquirido y un año más tarde, en octubre de 1859, se habilitó este pasaje.
Durante muchos años esta callejuela llevó el nombre de Dr. Baraja por ser una continuación de la calle que ahora arranca en Olivera (en la esquina posterior de la escuela 2) y llega hasta la esquina del hospital.
Un accidente fatal
El pasaje era de tierra y por su fuerte pendiente, con unos 15 metros de diferencia de un extremo al otro, se convertía literalmente en un tobogán cuando se encontraba barroso como consecuencia de las lluvias. En mayo de 1930 la inclinación natural de la barranca y la imprudencia de dos muchachos que se desplazaban en un carro tirado por un caballo tuvieron un trágico corolario.
En esa oportunidad los jóvenes Felipe Badaracco y Carlos José Montero de Espinosa resultaron gravemente heridos cuando intentaron bajar la empinada pendiente con un carro de tipo jardinera. La crónica del periódico “La Nueva Era”, en su edición del 24 de mayo de ese año, dice “el hecho servirá de experiencia a las personas que circulan con sus vehículos por las calles del pueblo menos propensas para el tráfico (…) tirada por un caballo brioso la aguda pendiente lo asustó y desbocó calle abajo y al doblar en la calle Mitre para no chocar con la pared de enfrente el carruaje volcó en forma impresionante…” Felipe Badaracco murió algunos días más tarde por las lesiones sufridas y durante muchos años el triste recuerdo fue una advertencia permanente, sobre lo poco conveniente de usar el callejón para desplazarse en vehículos con ruedas.
Las escalinatas
Con el loable propósito de darle una mejor presentación y convertir al pasaje en una vía de comunicación exclusivamente peatonal la Municipalidad de Patagones realizó, en 1962, la construcción de escalones de hormigón en un número cercano al centenar. La obra se habilitó con comentarios favorables de los vecinos del sector; pero algunas semanas más tarde comenzaron a llegar las quejas. Ocurría que algunos muchachos de familias tradicionales patagonesas convertían a la callejuela de las escalinatas en el territorio de sus proezas nocturnas. Era habitual que en horas de la madrugada, tras la salida de los bailes o quizás de regreso de la expedición a la otra orilla (donde ya brillaba como “catedral de la noche de la Comarca” el célebre ‘Center’s Club’) los jóvenes trepaban y bajaban por los escalones con camionetas utilitarias, tipo “jeep”, o motocicletas de poderosa cilindrada.
Hubo que buscar una solución y se decidió colocar gruesas cadenas en los extremos, más dos antiguos cañones de hierro fundido, seguramente rezagos de la dotación del fuerte, apuntando hacia Viedma en actitud poco amistosa.
No hay registros sobre accidentes ocurridos en las últimas décadas, lo cual parece indicar que las cadenas fueron el recurso adecuado.
La cuestión del nombre
El callejón cambió de nombre a fines de 1992. Quizás no son muchos los vecinos maragatos y viedmenses que saben que, por ordenanza del 18 de diciembre de 1992, se le impuso la denominación de Pasaje San José de Mayo.
San José de Mayo es una elegante ciudad del interior de la República Oriental del Uruguay, 75 kilómetros al norte de Montevideo, la capital del país. Hace casi 17 años, en diciembre de 1992, las autoridades municipales de las ciudades d e Carmen de Patagones y San José de Mayo suscribieron un acta de hermanamiento institucional. Los actos se cumplieron aquí, en Carmen de Patagones, con la presencia del Intendente y el presidente del Concejo Municipal de aquella urbe uruguaya en calidad de invitados especiales.
Por Patagones firmaron quienes eran por entonces el intendente, Haroldo Lebed; y el titular del Honorable Concejo Deliberante, Juan Héctor Angos.
¿Cuál era la razón del hermanamiento?: sencillamente una curiosidad histórica. Allá por los últimos años del siglo 18 la corona española decidió enviar colonos agricultores para el establecimiento que debía fundar el enviado Francisco de Viedma y Narváez. Algunos de ellos provenían de la región de la Maragatería y llegaban a América con la esperanza de forjarse un nuevo porvenir. En Montevideo tuvieron que esperar varias semanas y un grupo de ellos se internó en territorio de lo que es hoy el Uruguay; en tanto los restantes arribaron finalmente a las costas del río de los Sauces, nuestro río Negro.
Ese conjunto de pocas familias constituyó el núcleo fundador de esa ciudad de San José de Mayo, cuyos habitantes son conocidos –allá en tierras uruguayas- como los “maragatos”. Por eso, entonces, se construyó el hermanamiento entre las dos poblaciones, la argentina y la uruguaya. La iniciativa arrancó de Patagones y este cronista recuerda que fue Jorge Irusta, en aquel año de 1992 secretario del Honorable Concejo Deliberante quien viajó especialmente a San José de Mayo para establecer los primeros vínculos. Después, durante varios meses, se intercambió la correspondencia y se ajustó el entendimiento.
El acto formal se realizó, como ya dijimos antes, el 18 de diciembre de 1992. Uno de los aspectos interesantes que se abrían a partir del acuerdo era el intercambio cultural entre las dos ciudades.
Los Carreteros
En aquellos años la fiesta anual de Carmen de Patagones, en cada mes de marzo, se llamaba “de la Soberanía y de la Tradición”, bajo la responsabilidad del club Fuerte del Carmen. Para la edición de 1993 llegaron especialmente a Patagones los integrantes del conjunto folclórico “Los Carreteros”, de San José de Mayo.
Esta agrupación, que registraba sus inicios en 1952, se había convertido en exponente tradicional de las expresiones folclóricas campestres uruguayas y animó una de las noches centrales de la celebración de Patagones.
En marzo de 1994 nuevamente actuaron “Los Carreteros” en Carmen de Patagones y uno de los integrantes de la misma delegación uruguaya anunció la realización de la “Primera Fiesta del Gaucho”, allá en tierras “maragatas” orientales para abril de aquel año, Surgió la idea de intercambiar visitas y fue este cronista, por entonces animador y maestro de ceremonias de aquella Fiesta de la Soberanía y de la Tradición, quien cruzó el Río de la Plata para conocer a la ciudad hermana.
San José de fiesta
La Primera Fiesta del Gaucho se realizó en San José de Mayo, Uruguay, entre el 16 y el 18 de abril de 1994, con un gran desfile de jinetes, un festival folclórico y demostraciones de habilidades gauchas en el Parque Rodó. Allá estuve, hablando por radio y con las delegaciones, contando de Patagones y estableciendo vínculos.
Para el año siguiente, 1995, el grupo “Los Carreteros” ya no pudo venir y las relaciones de hermandad entre ambos pueblos se fueron enfriando. En noviembre de ese año el escribano Magdaleno Ramos, que ya era intendente electo de Patagones pero todavía no había asumido, hizo a Uruguay un viaje particular y procuró entrevistarse con las autoridades municipales de San José de Mayo para reanudar los lazos de hermandad. No hubo respuesta a los llamados telefónicos. Transcurrieron ya 17 años y no hubo nunca más expresiones de mutuo interés.
Así, lamentablemente, quedó en desuso aquel hermanamiento de 1992 en cuyo marco de ceremonial se le impuso al pasaje de las escalinatas el nombre de la ilustre ciudad uruguaya. Quizás este artículo sirva para reactivar esta cuestión, en aras de un favorable intercambio de tipo social, cultural y deportivo. Para que la atalaya también nos permita mirar hacia un país hermano.

sábado, 31 de octubre de 2009

VICENTE AGOSTINO, RECUERDOS DE MADERA Y APLAUSOS


El protagonista de esta crónica es uno de los carpinteros artesanales más calificados de Carmen de Patagones. Se llama Vicente Domingo Agostino y sus recuerdos tienen el suave perfume de las maderas, pero también conservan el eco de los aplausos cosechados en muchos escenarios de la región.

Vicente Agostino recibió al cronista en su taller de la calle Perito Moreno. El propietario y protagonista del lugar es un hombre de trato y gesto amable, pulcro en la presentación de su delantal de trabajo, cuidadoso hasta en el detalle del tradicional lápiz de carpintero (ese de mina cuadrada) que lleva sobre un bolsillo, siempre al alcance de la mano.
Del barrio del puerto
Vicente acaba de cumplir 61 años el pasado 23 de octubre. Nació y vivió toda su vida en el barrio del puerto de Patagones, donde su infancia se nutrió de imágenes marineras y el recuerdo de las últimas lanchas cazoneras, en los años ’50.
“Papá, Francisco Agostino, era sastre y por el lado de mamá el abuelo Vicente Franco era zapatero a medida, así que de chico siempre pude valorar el trabajo manual y artesanal. Cuando estaba en sexto grado de la primaria ya le dije a mi viejo que no quería seguir estudiando, y entonces él me recomendó un oficio. Y me dijo que antes que fuera un mal estudiante prefería que fuese un buen carpintero” comenzó el relato de su vida.
“Así fue que mientras terminaba el sexto grado empecé como aprendiz del oficio con un tal Giménez, que daba clase en la escuela especial y tenía un tallercito en la calle Fagnano, muy chico, sin máquinas, en donde se hacía todo a mano. Después pasé a lo de Cambruzzi que tenía su carpintería en la calle Mitre donde está la bajada para el muelle, la casa que ahora tiene don Alfonso Klug. Este hombre tenía una combinada y después compró una lijadora, y allí estuve hasta que me puse por mi cuenta.”
Recuerda que eran tiempos de mucha actividad para los carpinteros artesanales, porque se valoraba el trabajo hecho a medida, especialmente en la denominada carpintería de obra.
“Sí, eran épocas en que se trabajaba mucho, venían para una construcción y se hacía toda la carpintería de obra: marcos, ventanas y puertas. Se encargaba el rollo entero de madera, el tronco que venía en tablas, todas del mismo color con la misma veta, lo que permitía hacer un trabajo parejo, no como ahora que las tablas son a veces todas distintas.”
Otros talleres que en Carmen de Patagones también trabajaban bien en ese rubro eran los de los hermanos Biagetti, los Barbaro, Pipi y Cardone.
Un arranque sin luz eléctrica
Después de cinco años como aprendiz y dependiente llegó el ansiado momento de la independencia, con la instalación del taller propio.
“Antes de cumplir los 18 años (para fines de 1965) nos pusimos de socios con Rodolfo Calabró, y decidimos alquilar un salón grande de la calle Suipacha esquina Bernardino Rivadavia, que antes había sido una fábrica de carros y después depósito de cal y cemento del corralón de don Pascual Dichiara. Para instalarnos tuvimos que arreglar los pisos y hacer todas las instalaciones eléctricas, pero estuvimos más de un mes sin poder hacer funcionar las máquinas ya instaladas, porque la empresa Agua y Energía no nos conectaba la electricidad, como consecuencia de la falta de un cable en la calle”.
No fue un comienzo fácil para los jóvenes socios de la flamante empresa. “Habíamos sacado un préstamo en el banco, por una suma importante para esa época por supuesto, y teníamos necesidad de empezar a trabajar. Pero por el problema eléctrico resulta que perdimos la obra de la casa de Batilana, que nos había encargado toda la carpintería, porque los albañiles ya habían levantado gran parte de las paredes y nosotros no podíamos entregarle los marcos que ya los estaba necesitando”.
El inconveniente fue superado, pero no faltaron otras cuestiones. “Después hicimos muchas obras, y también algunas que no cobramos nunca, porque era cuando la gente sacaba el préstamo en el banco provincia de Río Negro y con las certificaciones la plata se la daban al mismo cliente y no al contratista; así que en más de una ocasión nos quedaron debiendo… y bueno, ¡qué se la va a hacer!; pusimos abogado todo, pero nunca cobramos nada.”
Vicente también se refiere a los buenos clientes, aquellos que se mantienen fieles y firmes con el paso de los años y de las generaciones. “Hago de todo, carpintería de obra, muebles, bajo mesadas, lo que venga. Una madera favorita: el cedro, aunque ya no viene más el paraguayo, y este que se usa ahora es muy amargo, el aserrín deja los labios amargos; pero es una madera que viene muy pareja, que no viene con diferencia de color en una y otra tabla. ¿Un tipo de trabajo preferido? Bueno, me gustan los muebles, lograr los detalles de terminación perfectos, la satisfacción de que las puertas de un bajo de mesada cierran todas bien, que las patas de una mesa se apoyen correctamente sobre el piso, en una palabra lograr la perfección.”
Agostino tampoco oculta cierta coquetería por el excelente estado de sus manos, esa parte del cuerpo esencial para el oficio del carpintero. “ Sí, me cuido y he tenido suerte también; pero en los primeros años algunos cortes me hice sí, como una vez cuando estaba en el taller de Cambruzzi y me rebané la punta de un dedo y la señora del dueño casi se desmaya por la cantidad de sangre que salía”.
Acerca de las relaciones con los colegas apunta: “son buenas, nos ayudamos a veces pasándonos un pedazo de madera que nos está faltando para terminar un trabajo”.
Claro que es hincha de Boca Juniors en el orden nacional; y también de Jorge Newbery en el ámbito local. “Cuando era muchacho seguía el fútbol, me acuerdo en el año 1964 una final del campeonato con San Lorenzo de Stroeder, nosotros de visitantes llevamos una bandera como de 80 metros de largo y ganamos por un gol a cero, y festejamos lindo”.
La historia con el canto y la guitarra
“Mi abuelo zapatero, Vicente Franco, a los 14 años me regaló una guitarra. Al principio no tenía en donde aprender, hasta que en el mismo club Jorge empecé a estudiar con Jorge Gamero, en una peña que se había armado por ese tiempo. Con Carlitos Borda, que era muy amigo mío, terminamos tomando clases particulares en la misma casa de Gomero. La revista ‘Folklore’ traía las letras con los tonos y entonces nos pasábamos las tardes enteras ensayando en la casa de la abuela de Borda, meta y dale hasta que sacábamos. La teníamos cansada a la señora, con tanto ensayo”.
Gamero ya tenía formado el conjunto ‘Los Nocheros del Sur’ que se había ganado prestigio en los escenarios locales. El trío de guitarras y voces se completaba con Demetrio Tinturé, y Beto Arró, que se fue un tiempo y fue reemplazado por Pérez Arguello. Cuenta Vicente que “hubo otro momento en que Arró se alejó y como faltaba poco para una presentación Gamero me llamó, habrá sido por el ’69 más o menos. Sacamos 8 canciones en una semana y salimos a cantar en unas actuaciones que ya estaban comprometidas.”
La agrupación tuvo otros componentes transitorios, como Palferro, Julio Goncalvez, y el Toto Linares, e incluso llegó a conformarse como cuarteto. Pero la base tradicional, aquella que la identificó durante casi dos décadas fue la de Gamero, Arró y Agostino. La misma que se muestra en una de las fotos que ilustran esta página.
La gloria en Pico Truncado
“En el año 1971 se hizo aquí, en el Centro Cultural de Viedma, la selección para el Festival de Pico Truncado” recuerda Vicente. El cuerpo de danzas lo dirigía Domingo Barceló y nosotros hacíamos el acompañamiento, en vivo. Pero en el reglamento de Pico Truncado la categoría conjunto era para cuarteto y no para trío; y como Angel Hechenleitner quería participar y en su caso no había categoría solista de guitarra lo invitamos para que se integrara a ‘Los Nocheros del Sur’. Fuimos y ganamos”.
Son recuerdos imborrables, poblados de anécdotas, tales como el compartir durante tres días las comidas con todas las otras delegaciones patagónicas y figuras de la talla de El Chúcaro con Norma Viola, Eduardo Falú, Los Fronterizos, Marcelo Berbel.
“Yo también competía como solista vocal y canté la ‘Rogativa del Loncomeo’ de Berbel, que esa noche no asistió al espectáculo; pero al día siguiente los otros músicos me pidieron que se la cantara en la sobre mesa del almuerzo, fue un momento inolvidable”.
En el escenario les tocó presentarse inmediatamente después de Los Fronterizos, que atravesaban su época de mayor fuerza y popularidad. Después tuvieron que esperar hasta la madrugada para conocer el dictamen del jurado. La delegación de Río Negro logró el premio mayor, Pingüino de Oro, por ser la más completa, con el primer premio en conjunto de canto y guitarra; segundo premio para grupo de danzas; de solista vocal, para Vicente; y de malambo, para Naldo Pérez.
Las fiestas de aquí y allá
Después comenzaría una temporada de viajes, a Mar del Plata para la inauguración de la temporada de verano 1971-72; al festival de Choele Choel, giras por distintos sitios; las fiestas del trigo en Cardenal Cagliero y, por supuesto, la presencia tradicional y permanente en las conmemoraciones locales.
La zamba “La 7 de Marzo”, de Gladys López , se convirtió en un ícono de Los Nocheros del Sur, y cuando el conjunto se desmembró quedó Vicente para cantarla en las primeras ediciones de la Fiesta de la Soberanía y la Tradición. “Unos chicos de un conjunto nuevo me vinieron a ver una vuelta para ver si les pasaba la letra y la música, ¡claro! les dije yo, ¿por qué no los voy a ayudar?, pero después no vinieron más”.
Hacia 1993 Vicente hizo su última actuación en la fiesta grande de Patagones, “después me fui alejando del canto… sin pena, como algo natural”.
Sus días de trabajo transcurren ahora entre herramientas y maderas, con la fiel compañía de su perra, que duerme en el lugar más mullido del taller: encima de una pila de aserrín y virutas.

martes, 13 de octubre de 2009

El increible (y olvidado) Tren Blanco que corría entre Viedma y Bariloche

Arriba el playón de mantenimiento y depósito del Tren Blanco en cercanías del puente ferrocarretero de Viedma; abajo, un momento del trasbordo de pasajeros del tren tradicional, con locomotora a vapor, al tren Ganz, en la estación de Carmen de Patagones
Abajo el Tren Blanco atraviesa el Cañadón de la Viuda, cerca de Pilcaniyeu,
en el camino a Barilocheca




Esta no es una nota de ficción. Esta es una crónica sobre una historia real, de la que son testigos vivientes cientos de personas que viajaron en el Tren Blanco y pueden dar todavía sus testimonios. También hay ex empleados ferroviarios que recuerdan con emoción aquellos tiempos, cuando en Río Negro se viajaba de Viedma a Bariloche en pocas horas y con máximo confort.

Empezamos con tres diálogos imaginarios pero bien posibles, que pudieron escucharse tal vez entre los años 1939 y 1950, en distintos puntos de la línea ferroviaria que cruza la meseta rionegrina.
-Nisandro... ensillá el alazán y andá a juntar las ovejas que están cerca de la vía, que hoy pasa el Tren Blanco y los otros días nos tiró al diablo tres animales...
- Chicos, pórtense bien... porque si hacen todos los deberes esta tarde los llevo a la estación para ver pasar el Tren Blanco...
- Vieja... andá poniendo al fuego la olla pa’l puchero... allá lejos se ve pasar el Tren Blanco, así que ya son las once de la mañana, porque siempre pasa a la hora justa....
Eran los tiempos del servicio especial del tren coche motor Ganz, que desarrollaba una velocidad máxima de 120 kilómetros por hora, con cómodos vagones tipo pullman, con aire acondicionado y servicio de bar. ¡Un tren bala en los años 40, con tecnología de avanzada para aquella época!
Todo esto resulta difícil de creer en la actualidad, después del desguace de los servicios ferroviarios argentinos que comenzó en los años 60 y se concretó en los 90.
Trenes veloces
Hace sesenta y pico de años entre la capital del territorio y la ciudad andina corrían trenes veloces y aerodinámicos que, con el mayor confort, cubrían el trayecto completo del ramal en exactamente once horas y media.
Esa era la duración del viaje entre Viedma y San Carlos de Bariloche en aquella maravilla ferroviaria llamada popularmente el Tren Blanco, por el color plateado de su carrocería.
La línea del Ferrocarril del Estado que atraviesa toda la provincia desde el mar a la cordillera fue construida en diversas etapas a partir de 1909. Los rieles avanzaron desde San Antonio Oeste y a medida que se avanzaba se fueron fundando pueblos por el desierto, cada uno de ellos “punta de riel” durante algunos años, hasta llegar a San Carlos de Bariloche el seis de mayo de 1934. La conexión con Viedma estuvo terminada en 1926, antes que se construyera el puente ferrocarretero sobre el río Negro, recién inaugurado en diciembre de1931. Para fines de ese año se pudo realizar el primer recorrido completo desde Plaza Constitución hasta Ingeniero Jacobacci, punto final de las vías desde 1927.
El servicio entre Buenos Aires y Carmen de Patagones lo prestaba la compañía Ferrocarril del Sur, de capitales ingleses, pero desde Viedma en adelante era responsabilidad del Ferrocarril del Estado, por lo que a la vía que atraviesa toda la actual provincia de Río Negro (por entonces territorio nacional) se la conocía como “la línea del Estado”.
Hacia 1938 el Estado Nacional, compró en Hungría varias formaciones del tren diesel eléctrico marca Ganz, con el sistema denominado “coche motor”, sin locomotoras, que eran el mayor adelanto de la época en materia ferroviaria.
Un viaje perfecto
Dos de esos trenes fueron puestos en servicio en el ramal a Bariloche, para partir desde Patagones. Los pasajeros iniciaban el viaje desde Plaza Constitución en una formación con locomotora a vapor del Ferrocarril del Sud, de la empresa británica. Entre Buenos Aires y Patagones el trayecto se cubría en casi 16 horas.
La salida de Plaza Constitución era a las 16,30 y a las ocho y media de la mañana siguiente se llegaba a la última ciudad de la provincia de Buenos Aires. Después del trasbordo y el cruce del puente a las nueve en punto el Tren Blanco iniciaba su veloz travesía patagónica.
Se hacía una parada de un minuto en el empalme Cortizo, en las afueras de San Antonio Oeste, donde los pasajeros que tenían por destino la localidad atlántica hacían un rápido traspaso en un tren de dos vagones; una detención más extensa de 15 minutos para cambiar el personal maquinista en Ministro Ramos Mexía (por entonces estación Corral Chico); y otras tres paradas de un minuto en Ingeniero Jacobacci, Pilcaniyeu y Nirihuau.
El arribo final a Bariloche era a las 20,30 de ese mismo día, con lo cual el viaje completo entre Plaza Constitución y la Capital de los Lagos demandaba 27 horas y 50 minutos, contando apenas una hora de detenciones. Las páginas de historia ferroviaria en la web señalan que este récord de velocidad nunca pudo ser mejorado, ni siquiera en la década de los ’60 cuando la totalidad del trayecto era cubierto, sin trasbordos, por las formaciones diesel del famoso tren Arrayanes.
Por su velocidad, confort y puntualidad este tren bautizado como por los ferroviarios de la época del ’40 como el “pájaro blanco”, por la forma de pico de la banda azul longitudinal sobre la trompa, era un verdadero motivo de orgullo para los trabajadores del riel en sus distintas especialidades.
Pero, además, también era especial satisfacción para los vecinos de Viedma, porque la base operativa del famoso coche motor Ganz estaba instalada en la capital del Territorio de Río Negro. Las dos brillantes formaciones, con capacidad para 116 pasajeros, equipadas con coche comedor, cocina y compartimientos con asientos que podían transformarse en literas, recibían mantenimiento y se guardaban en un inmenso galpón de chapa ubicado junto al puente ferrocarretero, junto al barrio del personal ferroviario.
Para las tareas de revisión se construyó un playón de piso de hormigón armado, algo poco visto en ese tiempo cuando lo común era usar adoquines de granito, y se instalaron dos enormes fosas. La comparación de las fotos, entre una tomada hacia mediados de los 40 y otra con apenas dos semanas de antigüedad, permite apreciar que no quedó casi nada de esas instalaciones, sólo los rieles, el hormigón y las fosas convertidas en vaciadero de todo tipo de basura.
Recuerdos de ferroviarios
Dos experimentados ex trabajadores ferroviarios, vecinos de la Patagones y Viedma, brindaron a este cronista sus recuerdos personales sobre el mítico Tren Blanco.
Francisco Aníbal “Coro” Ferría, mecánico del ferrocarril del Estado, señaló que “en aquellos trenes se viajaba sin recibir ni una pizca de polvo, uno podía subir en Patagones con un traje negro y bajaba en Bariloche con un traje negro”.
“Coro” relató, con orgullo y emoción, que todo el personal que prestaba servicio en el Tren Blanco estaba equipado con mamelucos de primera calidad “En ese tiempo los servicios delicados eran los números 45 y 46, para turistas, hacían combinación en Carmen de Patagones. Cuando los pasajeros llegaban acá y veían el tren blanco no lo podían creer, era todo plateado por afuera y adentro tapizado en cuero. La madera era lustrada. Tenía un baño con ducha. Viajaba gente de primerísima, nosotros los mecánicos teníamos que usar unos mamelucos marca “Rovera” y camisa con corbata. Era un servicio especial, la gente no molestaba, los mozos impecables también, con saco blanco, pantalón negro, camisa con moñito. Allí en ese servicio conocí a algunos actores que viajaban: Angel Magaña, Pedro López Lagar, Mecha Ortiz y muchos más, que ya no recuerdo”.
Leandro Inda, encargado de varias estaciones del ramal a Bariloche a lo largo de su dilatada carrera, recordó que “el tren salía de Viedma a las nueve y llegaba a la estación Bernal, donde estaba yo, a 60 kilómetros de distancia, en exactamente 32 minutos; era tan rápido que yo preparaba el aro de la vía libre cuando estaba pasando por la estación de Palacios, a 30 kiilómetros, para no llegar tarde....”.
El servicio se cumplió durante las temporadas de verano entre 1939 y 1950. Hubo un par de años de interrupción entre 1943 y 1945, cuando la guerra mundial europea complicaba el suministro de repuestos.
Después de la nacionalización de la totalidad de las líneas ferroviarias, dispuesta por el presidente Juan Domingo Perón en 1948, se afectaron aquellas dos formaciones al servicio entre Plaza Constitución, Pinamar y Miramar, sobre la costa atlántica. También se implementó un tren expreso entre Buenos Aires y Bahía Blanca, bajo la denominación de “Huemul”; pero lamentablemente las vías del sur rionegrino ya no volvieron a ser transitadas por la flecha de plata.
Perón y Evita en el Tren Blanco
Cuando el servicio regular de los coches motores diesel Ganz ya se había discontinuado, a principios de 1950 hubo un último viaje especial del “tren blanco” hacia San Carlos de Bariloche. En los últimos días de marzo de ese año la formación cubrió en forma completa todo el recorrido desde Plaza Constitución con dos pasajeros ilustres: el presidente de la Nación, General Juan Domingo Perón, y su esposa, Eva Duarte de Perón.
“Yo me acuerdo muy bien, en ese tiempo estaba de jefe de la estación Clemente Onelli y recibimos precisas instrucciones de que todo el personal debía estar sobre el andén, de punta en blanco, para saludar el paso del convoy” recordó Leandro Inda.
El memorioso ferroviario agregó que “ese día el tren venía con un poco de atraso, justificado por supuesto, porque en cada pueblo el general y Evita salían a saludar por una de las puertas del coche motor y sus asistentes repartían paquetes con ropa”.
Ya nada quedó de todo aquello. Solamente esta colección de fotos que permiten la reconstrucción de una historia que parece de ficción, pero es totalmente real.


lunes, 31 de agosto de 2009

Un hecho policial que conmovió a Patagones en 1916

Arriba la placa que recuerda al médico asesinado, abajo la crónica de época en "la Nueva Era"

El hecho que recordamos ocurrió el 24 de septiembre de 1916 y puede calificarse como magnicidio, palabra poco usual que hace referencia a la muerte violenta de una personalidad de mucho poder. En efecto aquel día, en horas de la noche, en su chacra de Laguna Grande fue asesinado el médico Luis Maroullier, importante hombre público de Patagones en aquellos tiempos.

Para la reconstrucción de este caso, que estremeció la tranquilidad de los pueblos de Carmen de Patagones y Viedma, se han tomado extractos del libro “Personajes de Antaño”, de José Scalesi; y de un recorte del periódico “La Nueva Era”, de la colección de Alfredo Lavoratornuovo.
Médico y emprendedor
“El insigne doctor en medicina Luis Maroullier, era un facultativo de procedencia vascuense-francesa con radicación en la zona en los primeros años del siglo XX” comienza el relato de Scalesi.
“Su actuación profesional la desarrollaba desde su consultorio instalado en las actuales cale Bynon y Olivera, prestando servicios también en el antiguo hospital local con actuación importante como colaborador en el Concejo Municipal respectivo en carácter de edil ad-honorem”.
“La circunstancia de ejercer sus múltiples actividades no era óbice para atender con asiduidad el establecimiento rural que orgullosamente poseía. El predio de referencia se halla comprendido sobre el conocido camino vecinal que se inicia en la alcantarilla ferroviaria y termina en La Baliza, para mejor expresar entre el paraje denominado El Saladero y el horno ladrillero de los hermanos Bellini”.
Scalesi describe con detalle el emprendimiento rural de Marouiller , que hacia la costa del río formaba “lenguas escalonadas de terrenos arenosos que permitían la plantación de viñedos variados, frutales de todo tipo, hortalizas y verduras en general”; pero también se extendía hacia la loma.
“Fácil resulta imaginarse, en virtud de las particulares características del medio, con pronunciados y numerosos desniveles, las enormes dificultades que debieron tener para emparejar el terreno, si se tienen en cuenta los primitivos y precarios implementos de que se disponía. Ambos sectores de cultivo intensivo eran atendidos por un ingenioso y extendido sistema de riego constituido por un poderoso motor Deutz monocilíndrico , alimentado a kerosene con mezcla de nafta. Este primordial implemento proveedor del agua estaba estratégicamente ubicado en las proximidades del río, ubicado dentro de un espacioso recinto construido con material común que ya ha sido demolido. (…) Representaba por su notable tiraje en pulgadas elemento principal para atender la provisión del líquido, que era destinado a la zona alta. Las dos cañerías eran convenientemente distribuidas hacia el almacenamiento pertinente, constituido por tanques australianos, desde donde se producía la correcta irrigación, extendida también para la atención del tambo y lechería que existían.”
Añade, para brindar una más completa impresión acerca de la importancia del establecimiento, que se cultivaban 12.000 cepas de vid y diversas variedades de fruta, y puntualiza enseguida que “durante el corto período de pleno apogeo productivo, entre los años 1914 y 1922, las faenas relativas al desarrollo, mantenimiento e incremento de los plantíos estuvieron a cargo de Carmelo Scalesi (padre del autor de estos apuntes), en compañía de su hermano Alfo y su padre Pedro”.
El drama
El suceso criminal que nos ocupa se produjo en “el apacible atardecer primaveral del 24 de septiembre de 1916” y tuvo como prolegómeno una costumbre consuetudinaria del doctor Marouiller: la de salir a recorrer la parte alta de la chacra, con una escopeta, en procura de cazar liebres, vizcachas y peludos.
Cuenta don José que “desde la vivienda familiar ubicada en la parte del bajo se escuchó el eco del lejano y retumbante, pero nítido, estampido de un arma de fuego, lo que hizo suponer el logro de alguna pieza por parte del cazador”.
“Transcurrida la tarde de ese funesto día, adentrada la noche y no habiéndose producido su regreso, se practicó el pertinente aviso a las autoridades policiales. Luego de una intensa y agotadora búsqueda nocturna, aproximadamente a las 3 de la madrugada del día subsiguiente consiguióse encontrar el cuerpo sin vida del infortunado galeno, que presentaba dos letales de gruesos perdigones del accionar de una escopeta Lupara de doble caño”.
Es fácil de comprender la consternación que habrá causado el hallazgo del cadáver de Maroullier y agrega la crónica de Scalesi que “efectuadas las averiguaciones del caso se produjo la detención de varias personas mayores, incluyendo a los propios locatarios (se refiere, seguramente, al cuidador y su familia) y en principio las sospechas recayeron sobre el popular agente policial Pimpinella, a raíz de haber incurrido en raras contradicciones y actitudes”.
“Tras denodados esfuerzos tendientes a lograr la individualización y captura del generador de tan lamentable hecho delictuoso, y con la importante ayuda de un hábil rastreador apellidado Iglesias se consiguió hallar al implicado, quien resultó ser el convecino Domingo Farinelli. Se arribó al total esclarecimiento luego de seguirse el rastro de las pisadas, impresas en el terreno arenoso del lugar por el calzado del victimario. La prueba se verificó a través del recorrido comprendido desde el sitio donde ocurrió la desgracia hasta la vivienda respectiva (unos 2 kilómetros) secuestrándose el arma de que se valió para ultimarlo…”
Naturalmente había que discernir también el móvil del asesinato, pero el autor del artículo citado, que recibió de su propio padre el testimonio memorioso, apuntó que “no fue posible determinarlo en profundidad” y menciona diversas hipótesis: una deuda impaga de Maroullier a su matador por trabajos de albañilería; un supuesto ajuste de cuentas encargado por un tercero; una cuestión de celos por la supuesta relación amorosa del galeno con una parienta del asesino; y una venganza porque el médico muerto, a través de su cargo de concejal, le habría dispuesto una clausura al prostíbulo que manejaba el mentado Farinelli, detrás de la fachada de una cancha de bochas y despacho de bebidas.
Lo concreto es que el acusado fue condenado a 25 años de cárcel, que cumplió en el presidio de Sierra Chica.
Tras la muerte de Maroullier su hija Regina intentó la administración de la chacra, sin lograr buenos resultados, la maquinaria impulsora de agua para riego se desarmó, el motor fue a parar a la usina de San Antonio Oeste y los caños se derivaron a una quinta de los hermanos Scalesi. En los años 60 el establecimiento pasó a manos de los hermanos Antonio y Julio Patriarca, que han convertido ese sector de Laguna Grande en un vergel digno de admiración, por el aprovechamiento de las tierras cercanas al río, adecuadamente regadas.
Gracias a la cordial atención de miembros de la familia Patriarca este cronista pudo visitar el antiguo galpón, que hizo construir en 1906 el propio Maroullier para caballeriza y depósito de forrajes, y actualmente es usado como garaje y bodega. Esta construcción fue convertida en improvisado salón de bailes populares en varias oportunidades, y Pepino Franco (de Los Millers) recuerda haber hecho allí sus primeras actuaciones cuando era adolescente.
Las exequias
Como se dijo al principio era el doctor Luis Maroullier un hombre muy relacionado, profesional y socialmente, en las comunidades hermanas de Viedma y Carmen de Patagones en aquellos años iniciales del siglo pasado. Su trágica muerte (un magnicidio, como lo hemos calificado) suscitó produjo sorpresa y dolor en los círculos altos de la sociedad. Por ello en el momento del entierro, en el cementerio maragato, hubo cinco emotivos discursos con elevados panegíricos hacia la figura del ilustre muerto. Tal como era el estilo periodístico de la época el semanario “La Nueva Era” le dedicó amplio espacio a la crónica del acto, en su edición del 1 de octubre de 1916.
Ante la tumba de Maroullier hablaron Ricardo Moriones, por la Municipalidad; el gobernador de Río Negro, Pedro Antonio Serrano; Enrique Mosquera, por el Consejo Escolar; Antonio Millán, por las escuelas del distrito; y Ambrosio Rucci, por la Sociedad Italiana.
De las palabras de Serrano, uno de los mejores oradores que hubo en la Comarca, se rescatan estos párrafos. Vale apuntar que este funcionario nacional vivía en Patagones, donde años más tarde sería intendente, y era amigo personal del difunto.
“Es así, con las frentes descubiertas y con el corazón envuelto en el crespón de los dolores hondos y unánimes, como han de traer los pueblos contristados este cuerpo inerme, que fue de un justo, para entregarlo al seno quieto y por siempre tranquilo del sepulcro. (…)
El doctor Marouiller era un espíritu dilecto y un hombre bueno. Por eso pocos serán los que no te lloren y, por eso, pocos serán más llorados. Amó esta su tierra adoptiva con su grande amor, sano y varonil. Le dio ya no su ciencia médica, para la expansión generosa de su propio contento de arrancar tanta vida a la muerte, tanta miseria al hospital. Le dio más. Veía en la limpidez de estos cielos, en la salubridad de estos aires, en la opulencia de estas frondas, en la corriente de estos cauces, un pedazo de su querida Champagne francesa”.
Poco después sobre la tumba fue colocada una placa de bronce donada por la Municipalidad de Patagones. En algún momento del siglo pasado los restos del médico fueron derivados al osario común y el recordatorio fue colocado en el pórtico de ingreso a la necrópolis de Patagones.
Pasaron casi 93 años, nadie recuerda al ilustre doctor Marouiller y allá, en Laguna Grande, la tierra que tanto amó respira los aires pacíficos de la anticipada primavera.



domingo, 9 de agosto de 2009

Constantino Díaz, el último aguatero del ferrocarril en Patagones

Constantino Díaz ( a punto de cumplir 83 años) nos introduce en un sector olvidado de la estación ferroviaria de Patagones, donde el agua del río, limpia y purificada, abastecía a locomotoras y trenes.
Arriba el tanque, con capacidad para varios miles de litros; abajo, una de las piletas para la decantación y filtrado del aga, todo en un triste estado de abandono, producto de la destrucción del ferrocarril. Al costado de los galpones ferroviarios abandonados de la estación de Carmen de Patagones, con acceso por la calle Fernando Leblanc camino hacia el aeroclub, se encuentra en ruinoso estado la planta de almacenamiento y tratamiento de agua, que abastecía hasta mediados del siglo pasado las locomotoras a vapor y todo el conjunto de dependencias del ferrocarril, incluyendo los depósitos del coche cocina-comedor, y los vagones de pasajeros.
Sobre la costa del río, junto a las bombas que elevan el agua hacia la chacra experimental Carlos Spegazzini, funcionaban la boca toma y motores bombeadores del propio ferrocarril. Una extensa cañería llegaba a la estación y el agua se decantaba primero en dos enormes piletones, con capacidad para muchos miles de litros; pasaba después por un sistema de filtros y, por último, se almacenaba en un tanque elevado, enteramente realizado en hormigón.
Este sistema, que era uno de los tantos orgullos ferroviarios de Patagones, quedó sin funcionamiento hace una década. Durante 27 años todo el mecanismo y sus prestaciones estuvieron a cargo de nuestro entrevistado: Constantino Lorenzo Díaz.
El hombre del agua
Constantino Lorenzo Díaz, cumple 83 años el 11 de agosto próximo, y es nativo de Maquinchao, en la línea sur de Río Negro. En su fresca memoria está claramente presente la fecha de su ingreso en la empresa Ferrocarriles del Estado, el 21 de agosto de 1948, apenas salido del servicio militar obligatorio. Su ilusión era aprender el oficio de maquinista y con esa finalidad se inscribió en un curso interno de capacitación en San Antonio Oeste; pero a las pocas semanas se presentó la urgente necesidad de un relevo en la estación de Pilcaniyeu, para la atención de la bomba que suministraba agua a las máquinas vaporeras.
“No tenía la menor idea de cómo se atendía ese tipo de motores, pero pasé por Maquinchao, para buscar algunas cosas mías personales en mi casa; y allá me dio algunas lecciones un tal Anna, que yo conocía porque habíamos estado juntos en el servicio, que manejaba una bomba igual a la de Pilcaniyeu” relató en el inicio de la charla. Lo que se había planteado como una suplencia, mientras esperaba la vacante para entrar como maquinista, se convirtió con el tiempo en una especialidad y don Constantino pasó a ser unos de los más calificados encargados del servicio de agua ferroviario de la línea de Patagones a Bariloche.
“Yo insistía en que quería pasar a las máquinas y me ponían excusas, pero de todas maneras en mis primeros tiempos allá en Pilcaniyeu también aprendí a manejar y alguna vez un inspector me llevó conduciendo una vaporera hasta Bariloche” recuerda, como una de las experiencias más felices de aquellos años.
Con los trenes aguateros de Valcheta
En 1952 las locomotoras a vapor empezaron a ser reemplazadas por las máquinas diesel eléctricas y el abastecimiento de agua en las estaciones dejó de ser imprescindible. Díaz pasó entonces a Valcheta, para cargar los trenes aguateros, que partían desde esa estación para transportar el vital elemento líquido hacia San Antonio Oeste con el objeto de abastecer a la población.
“El agua para los vagones tanque venía del arroyo y traía muchas hojas, las hojas tapaban el filtro de la bomba y tenía que meterme por adentro de un pozo para limpiarla ¡era un trabajo bravo y salía todo mojado! Los trenes del agua llegaban a tener 29 vagones que se estacionaban en la vía principal para la carga, y cuando venía otro tren corriendo para el lado de Bariloche, o para Viedma, había que apurarse para no interrumpir el servicio” sigue su relato.
Recuerdos del 63
Para fines de 1963 le salió el traslado para Patagones y don Constantino vincula este recuerdo suyo con la gran cosecha de trigo de esa temporada. “Volvía desde Buenos Aires, por un problema de familia, y cuando el tren iba pasando por las estaciones de Villalonga, Stroeder, Casás y Cagliero se veían las montañas de bolsas a lado de la vía; acá mismo en Patagones la firma Pozzo Ardizzi tenía ocupada la playa con las estibas, tapadas con chapas y alambre, porque en esa época no había silos. Trabajaban muchos bolseros y andaban los despachantes con el calador, controlando las bolsas, yo me acuerdo de todo eso”.
En ese año se hizo cargo de la planta de agua de la estación de Carmen de Patagones, para cargar agua potable en los coches comedor, camarote y de pasajeros; además de alimentar una red que llegaba hasta la casa del jefe, las oficinas de atención al público y las viviendas del personal.
Díaz puso energía y pasión en su trabajo, se sentía realmente responsable de la importancia de la labor, ese suministro de agua para los pasajeros del tren y para el funcionamiento de esa pequeña población que constituían la estación y sus alrededores. “Mantenía todas las tomas al pelo, venían los capos de Buenos Aires (los inspectores del servicio) y me felicitaban porque todo estaba en buen funcionamiento. Sacaban muestras de las canillas y les daban que el agua estaba limpia, potable, sin contaminación. Pero había una canilla, cerca de la estación, al costado de la vía, que daba mal, la única con problemas. Me puse a investigar qué estaba pasando y descubrí que el caño pasaba por arriba de un pozo negro que estaba mal tapado y en alguna junta entraba un poco de líquido cloacal y por eso salía el agua sucia en esa única canilla. Estuve preocupado hasta que le encontré la vuelta”.
En esa época el servicio de red de distribución domiciliaria de agua en la ciudad de Carmen de Patagones se prestaba con muchas limitaciones, por la falta de un tanque de almacenamiento (el de la esquina del bulevar Arró y 25 de Mayo recién se inauguró para 1965) y de planta de tratamiento potabilizador (que se incorporó en los años 70), de forma que el agua tratada en la estación tenía calidad superior a la que llegaba al común de los residentes maragatos.
Sobre este punto don Constantino señala que “muchas veces venía gente con damajuanas y bidones a buscar agua, y aunque no me autorizaban yo les daba un poco, porque no se les podía negar; en las casas el agua llegaba sucia, hasta con lombrices”.
En los filtros de la planta ferroviaria se agregaba sulfato de aluminio para asegurar mayor claridad y también, a veces, hipoclorito de sodio (agua lavandina) para la eliminación de bacterias. La calidad del agua, como ya se dijo, era sometida a exigentes controles por parte de la oficina del servicio de agua de la empresa Ferrocarriles Argentinos.
La ocurrencia de Requeijo
Díaz aporta datos muy precisos e interesantes sobre algunas de las alternativas de su trabajo de tantos años. Uno de sus recuerdos es del año 1977, cuando el general Roberto Requeijo era presidente de la empresa Ferrocarriles Argentinos. El recordado militar ya fallecido, que antes había sido interventor militar en Río Negro y más tarde ocuparía una banca de diputado nacional y una legación argentina en el extranjero, siempre fue hombre de ocurrencias ejecutivas.
“En esa época Stroeder tenía problemas de agua y un día Requeijo mandó que me preguntaran si acá se podían cargas vagones aguateros para mandar a esa población. Yo informé que se podía, pero era necesario hacer algunas adaptaciones, poner otras cañerías, reforzar los filtros. Bueno, el general aceptó el pedido y mandó un montón de caños de fibrocemento, mangueras, canillas, todo lo que hacía falta. Empezamos a armar en el galpón el sistema para cargar pero, cuando ya estaba casi todo listo, llegó la orden de obras sanitarias que ellos iban a darle agua de otro sitio y todo quedó en nada” relata, mientras se ríe “porque me pasaron cada cosas… que ni se puede imaginar”.
La destrucción y el abandono
Don Constantino Díaz es un hombre afable, buen conversador, y le gusta matizar sus historias con toques de buen humor. Aceptó muy gustoso la propuesta del cronista y salió de recorrida por el espacio hoy abandonado que fue antes, hace ya muchos años, el territorio de sus operaciones. A cada paso surgía un recuerdo, y al mismo tiempo la anécdota, con la mención de quienes fueron sus compañeros y jefes.
Apunta que “todo esto lo construyeron los ingleses, por eso está muy bien hecho, porque ellos hacían las cosas bien”; y de la memoria colectiva del ambiente ferroviario reconstruye los tiempos en que los pasajeros que viajaban hacia Bariloche trasbordaban en Patagones del tren administrado por el Ferrocarril del Sur (de capitales británicos) al servicio del Ferrocarril del Estado, que unía Viedma con la capital de los lagos. “Los vagones de pasajeros, tanto de primera como dormitorios, quedaban acá en el galpón bajo techo y el personal se encargaba de limpiarlos a la perfección, cuando la gente volvía de Bariloche y pasaba a estos coches no lo podía creer”.
Pero la sonrisa amistosa de don Constantino sufre el impacto de la realidad, al observar el triste estado de destrucción y abandono que impera actualmente en lo que fue antes un sector ordenado y limpio, en donde había lugar hasta para una prolija huerta.
“Es una lástima encontrarse todo esto así, pero ya es tarde para cambiar las cosas, destruyeron el ferrocarril que era uno de los mayores orgullos de los argentinos” afirma, mientras acompaña hasta el extremo de la amplia playa de maniobras, donde aún se conserva la estructura de la báscula para los vagones de carga. “No se la pudieron llevar porque pesa mucho y es complicado desarmarla, pero del sistema de medición del peso ya no queda nada” observa. La desolación se apropió del escenario, como un signo del país que retrocedió.